Misterio: La casa donde Isabel murió de amor. Gualeguaychú

Hay casonas que guardan misterios, historias y secretos tras los muros de añosas construcciones, como la Azotea Lapalma en Gualeguaychú, que vio morir de amor -hace 156 años- a Isabel Frutos. El 25 de febrero se realizará un homenaje a esta joven gualeguaychuense, con una puesta en escena que la recordará, y un espectáculo de música e iluminación.

La memoria colectiva indica que en esta construcción de 1830 se divisa la silueta de una joven que murió de amor. Se trata de Isabel Frutos, una mujer que presa de tristeza por no haber podido concretar su amor con un peón de estancia del que estaba enamorada, se recluyó en el segundo piso de la casona y se dejó morir. Así lo explicó a De Viajes y Sabores la directora de Cultura de Gualeguaychú, Olga Lonardi, quien se refirió a la actividad que se realizará el 25 de febrero próximo en la casa de los Haedo en la Azotea Lapalma, una propiedad histórica de la ciudad que fue adquirida en 1978 por la municipalidad a la última heredera, Margarita Lapalma Auzquí, para convertirla en museo.

La antigua mansión fue la residencia de Francisco Lapalma, descendiente del médico Juan de Lapalma (o de la Palma), quien fue el primero en establecerse en Gualeguaychú junto a su esposa María Silveira Dutra, a comienzos del siglo XIX. “Sus muros encierran recuerdos de una familia con destino de leyendas, donde las vidas de sus miembros se enhebraron en historias de soledad, locura y muerte”, afirmó Lonardi.

La casona se erigió en 1830, cuando Francisco Lapalma la hizo edificar en varias etapas a partir de una construcción más antigua. En septiembre de 1845 fue saqueada por las tropas de Garibaldi en el ataque a la Villa en formación, pero los vecinos la defendieron a capa y espada. A pesar del tiempo transcurrido, todavía perdura el esplendor de épocas pasadas.

Un poco de historia
La casona, ubicada en la intersección de las calles San Luis y Jujuy, tiene una planta baja, primer piso y azotea. Un balcón que ocupa el frente tiene grabadas las iniciales del propietario en las rejas. Una inmensa magnolia corona el patio de la añosa casa que cobijó a ilustres personajes como Olegario Víctor Andrade y sus hermanos.

El primer médico de Gualeguaychú, Juan Lapalma, pasó allí sus últimos días y  en ella murió de amor Isabel Fruto. Los Lapalma, tradicional familia de Gualeguaychú, convirtieron su casa en un centro de amistad, donde confluyeron, entre otros ilustres Emilio Mitre, Manuel  Palavecino y Manuel  Urdinarrain.

Recordando a Isabel
Para recordar el fallecimiento -hace 156 años- de Isabel Frutos, “la joven que murió de amor”, el 25 de febrero se realizará la segunda parte del programa El museo no duerme, en la Azotea de Lapalma, donde se desarrollará un espectáculo artístico–cultural. “La puesta en escena estará a cargo de la artista Renata Dallaglio,  tallerista de la dirección de Cultura”, indicó Lonardi, quien señaló que habrá también un espectáculo de actuación, luz y sonido. “La Azotea de Lapalma está cargada de historias de misterios y  personajes enigmáticos, y estas historias se han transmitido de generación en generación”.

Además de la presentación de un grupo de músicos,  el historiador Gustavo Rivas, autor del libro Calidades dormidas, un relato sobre los corsos y el nuevo carnaval, contará algunos hechos históricos de la casa Lapalma, más conocida como Castillo del río.

La funcionaria destacó que esta actividad, que se realiza en conjunto entre la dirección de Cultura municipal y el museo de la Ciudad,  es la segunda parte del programa El museo no duerme. “La primera fue en la Casa de Aedo, edificio público que data del año 1801, ubicado en la esquina de calles San José y Rivadavia. Allí, donde todo estuvo ambientado agradablemente, realizamos algo distinto y original que nos remonta a la historia de la ciudad”.

La joven que murió de amor
La que murió de amor, según la memoria colectiva, fue la hija de don Benito Frutos y de doña Petrona Carmona. Sus ojos, retratados en un cuadro que permanece en el Instituto Magnasco de la ciudad, acusan una tristeza irremediable. Cuando Amadeo Gras la pintó, -20 días antes de su fallecimiento- la niña vivía un intenso drama sentimental que a los pocos días la condujo al sepulcro.

Las crónicas de la época cuentan que Isabel se enamoró perdidamente de un joven forastero oriundo de Corrientes, modesto peón de estancia. El padre de la niña se opuso tenazmente a la relación por el escaso porvenir del postulante, que ofendido, se alejó de Gualeguaychú para formar su hogar en su provincia natal, donde con el tiempo alcanzó una posición destacada.

Llena de tristeza, Isabel no pudo sobrellevar el infortunio y cuando tenía apenas 19 años murió de amor, el 26 de febrero de 1856.