Halloween: la maldición de nueve edificios en España y las historias reales detrás de sus fantasmas

lPocas cosas producen sentimientos tan encontrados como las historias de terror. Esa inyección tan gratificante de adrenalina que nos produce pasarlo mal tiene una explicación científica, a diferencia de muchos de los fenómenos que rodean a tantos edificios en los que se han producido crímenes, muertes sin resolver o que han sido guarida de lo peor de la condición humana.

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Terror en la mesa de novedades

Con cualquier posibilidad de truco descartada por las circunstancias, unas circunstancias hasta cierto punto tan terroríficas e impensables el Halloween pasado como la existencia de, por qué no, fantasmas, vampiros y hombres lobo, el trato con tan complicada realidad bien puede pasar este año, toque de queda mediante, por la lectura. Y siendo así, los clásicos, más o menos fantasmagóricos, predominan en el estante de novedades de aquello que puede leerse si lo que se quiere es pasar miedo la víspera del Día de los Difuntos. Por ejemplo, podemos instalarnos en una de las muchísimas casas encantadas – hasta por fantasmas de niños tristes y melancólicos – que dibujó la Reina de los Relatos de Fantasmas, la británica Charlotte Riddell (1832-1906), una de las madres del terror victoriano. Hay una pequeña colección de ellas en la recién rescatada La vieja señora Jones y otros cuentos de fantasmas (Reino de Redonda).

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Ni alienígenas ni asesinatos del KGB: Rusia cierra el caso de los excursionistas muertos en los Urales en 1959

“En este momento estamos sentados cantando canciones. Los chicos tocan la guitarra, Rustik toca ‘Atrapa tu corazón’ con la mandolina. Este es el último lugar de la civilización”. La letra redondeada de Liudmila Dubinina describe en su diario la noche del 27 de enero de 1959. “Parece que esta es la última vez que escuchamos canciones nuevas”, dice en la que sería una de sus premonitorias páginas finales. Cuatro días antes, Dubinina, una joven seria de largas trenzas, y un grupo de otras nueve personas, todos estudiantes o graduados del Instituto Politécnico de los Urales, habían emprendido un viaje para hacer caminatas y esquí de fondo en una zona de los Urales, la cordillera considerada frontera natural entre Europa y Asia. Aspiraban a alcanzar la montaña Jolat Siajl, conocida por los mansi, los pobladores locales, como la Montaña de la Muerte o la Montaña de los Muertos.

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