La tecnología derribó el mito del Monstruo del Lago Ness para siempre.

El 4 de enero de 1934, Samuel Brennan fue detenido en Manchester por robar un neumático. Su arresto apareció en la edición local de The Guardian del día siguiente. Brennan, que tenía en su historial nada menos que 124 detenciones por embriaguez y hurto, confesó al momento: «Sí, lo robé. Llevaba unas cuantas copas y lo confundí con un salvavidas. Iba a buscar al monstruo del lago Ness».

Si el beodo y la rueda hubieran llegado al lago, la escena no sería la más rara que ha visto el monstruo en los últimos 86 años. En el supuesto de que exista, la bestia habría asistido a todo tipo de disparates diseñados para encontrarla. Y otra cosa que ha visto Nessie -sea una foca, un siluro, un banco de anguilas o un tronco-, es casi un siglo de progreso tecnológico surcando las oscuras aguas del segundo lago más profundo de Escocia.

Desde que en mayo de 1933 un empresario y su mujer resucitaron la leyenda tras declarar haber visto una criatura enorme «con un cuerpo parecido al de una ballena», todo tipo de expediciones se han acercado a las tierras altas a probar suerte. La última, este mismo año

Pero empecemos por el principio.

En diciembre el año que dio nuevo brío a la búsqueda del monstruo, The Guardian publicaba el resultado de un debate en la Cámara de los Comunes sobre la pertinencia de dedicar aviones de la Royal Air Force (RAF) a rastrear a Nessie. «¿Considerarán los honorables caballeros invitar la asistencia de la fuerza aérea para observar y fotografiar esta criatura, de modo que la oportunidad única de incrementar nuestro conocimiento científico no se desperdicie?»

La pregunta despertó carcajadas y los vuelos que se hicieron posteriormente no divisaron más que objetos flotantes que tal vez podrían haberse confundido con un animal.

Al siguiente verano ya había en el periódico anuncios de cruceros por los lagos de las tierras altas. «Un paseo que se convierte ahora en aventura glamorosa, ya que en cualquier momento el monstruo del lago Ness puede decidir mostrarse», anunciaba Royal Mail Steamers. Ahora lo llamamos turismo de experiencias.

En septiembre, los estudios Kodak en Kingsway mostraron los primeros 60 segundos de lo que parecía ser el monstruo en movimiento. Tres cosas destacaba The Guardian: su velocidad, la estela que dejaba y una aparente joroba.»Ciertamente no había sugerencia alguna del largo cuello del brontosaurio. La película se mostrará pronto a un grupo de expertos que tal vez pueda identificarlo de una vez por todas». Ilusos.

Pasado el furor inicial, que vino acompañado de algún que otro montaje fotográfico y unas falsas huellas hechas con patas de hipopótamo, llegarían años más tranquilos. En 1937, Sir Arthur Keith se preguntaba si el problema del monstruo no sería un asunto más interesante para los psicólogos que para los zoólogos. Veinte años más tarde, el monstruo volvería a la cámara de los comunes, de mano de Hector Hughes, que preguntó al secretario de Estado para Escocia si pensaba aprovechar los grandes avances recientes en fotografía subacuática y técnicas de televisión para investigar el lago. El capitán John MacLeod sugirió a Hugues que se fuera él mismo a buscar el monstruo. A nado.

Casi tres décadas más tarde, el interés resurge, esta vez con el aval del entonces nuevo rector de la Universidad de Aberdeen, Peter Scott. «Ha llegado el momento en que debe prestarse una seria atención zoológica a este asunto. Me gustaría empezar con un sondeo general del lago, planeado de tal manera que si no aparece Nessie alguno, tengamos al menos unos interesantes resultados limnológicos», aseguró en su discurso inaugural. Esta última idea se convierte ahora en una constante: independientemente de lo que tenga el lago en su panza -si es que tiene algo-, los científicos que se han aventurado a estudiarlo no han vuelto con las manos vacías.

La postura de Scott no era aislada, un año antes ya se habían hecho pequeñas investigaciones en el lago impulsadas por las Universidades de Oxford y Cambridge. Y habían sonado otras voces respetadas, como la del zoólogo Denys Tucker, clamando por la necesidad e investigar el lago. Él estaba convencido de que había algo ahí dentro: un plesiosaurio.

En junio de 1962, la cosa se puso interesante. «No queremos más teorías, queremos pruebas», afirmó el teniente coronel H. G Hassler, líder de una de las dos expediciones que escudriñaron el lago ese verano. En esa búsqueda de pruebas no se escatimaron recursos.

Para empezar, querían escuchar la dulce voz del monstruo: se instalaron dispositivos de escucha submarina de diferentes frecuencias (por si Nessie tenía habilidades de ecolocalización como las de los delfines) y otro micrófono colgado sobre la superficie del lago. «Un dispositivo electrónico traducirá cualquier sonido ultrasónico a rangos audibles que quedarán grabados», explicaba The Observer, que además patrocinó ambas campañas.

Se emplearon también ecosondas como las que vestían entonces los barcos de pesca noruegos, diseñadas para operar en la estrechez de sus fiordos. El plan era hacer un barrido del lago en busca de bancos de peces, residuos y cualquier ente que entrara en sus rangos (unos 450 metros). Y tampoco hicieron ascos a prismáticos y cámaras, que se instalaron en cinco puestos de observación entorno al lago. «La principal necesidad ahora es de más pruebas detalladas: una visión más próxima al fenómeno, fotografías de mejor calidad y estudio del ancho y largo del lago con las últimas técnicas electrónicas».

Los resultados de todo esto fueron bastante ambiguos. Por un lado, la mayoría de las escasas anomalías detectadas no bastaron para gritar: «¡Monstruo!». Por otro vivía la esperanza: «No podemos decir con convicción que el monstruo del Lago Ness no exista. De hecho, las pequeñas pruebas que hemos obtenido sugieren que hay un animal en el lago». Eso sí, más pequeño.

Los insulsos resultados de las expediciones de 1962 enfriaron los ánimos hasta que la Universidad de Birmingham llegó con el sonar debajo del brazo. El equipo, desarrollado por el responsable de ingeniería electrónica de la entidad, prometía mejores resultados… Y pareció obtenerlos: «Esta pieza era mucho más refinada que las anteriores. Por las evidencias que tenemos, hay algún tipo de vida animal en las profundidades del lago, cuyo comportamiento es difícil de atribuir al de los peces».
La muerte del monstruo

Nuevo verano, nuevas noticias. En 1970 habíamos matado a Nessie. Esta fue la teoría que desarrolló Douglas Drysdale después de hallar altos contenidos ácidos en las aguas de los ríos que iban a dar al lago. La fuente de esta letal contaminación, sugería, eran probablemente los nitratos de los fertilizantes empleados por los agricultores de la zona.

Los americanos no estaban de acuerdo. De la academia de ciencias aplicadas de Belmont llegaron cuatro investigadores armados con el sonar de rigor y un poquito de «esencia de sexo» extraída de anguilas, manatíes y leones marinos, entre otros. Con estas últimas sustancias, combinadas con sonidos de las mismas especies, esperaban seducir al animalito, atraerlo a la superficie, captarlo con el sonar y, en el mejor de los casos, sacarle una foto. El resultado, el de siempre: ni sí ni no.

El anuncio abril de 1962 parecía sacado de las ensoñaciones de Samuel Brennan (el de la rueda): el fabricante de Whisky Cutty Sark ofrecía 1 millón de libras a aquel que capturase al monstruo vivo.

El empresario japonés Yoshiu Kou patrocinó una nueva búsqueda que levantó ampollas entre los vecinos del monstruo, que dieron por hecho que el plan era darle muerte. La estrategia era aparentemente distinta: después de cazar a Nessie con la ayuda de redes, arpones, tranquilizantes y un submarino francés, se le llevaría de gira por el mundo.

A final de año, se anunció una inminente conferencia que prometía disipar de una vez por todas las dudas sobre la existencia del monstruo. La respuesta del investigador responsable, Robert Rines era un rotundo sí. Y sus pruebas aparentemente irrefutables procedían de una fotografía tomada con una cámara equipada con un potente sistema de iluminación desarrollada por Harold Edgerton, profesor del MIT. Unas semanas después, un bibliotecario escocés comentó que, de acuerdo con las descripciones de las fotografías, el monstruo del que hablaban era probablemente parte del atrezo perdido de una película rodada en los años 60.

La presentación despertó sobre todo indignación: por una parte, las fotos no eran ni mínimamente reveladoras; por otra, la comunidad científica que ya acumulaba larga experiencia investigando el lago explotó contra los «aficionados que inventan nuevos animales después de un par de veranos mojando cámaras en el lago». Rines, por su parte, prometió volver al siguiente verano.

La Academia de Ciencias Aplicadas de Boston regresa al lago encabezada por Rine. El País lo calificó entonces como «la mayor exploración científica sobre el enigma del lago Ness». Se establecieron turnos frente a una pantalla de televisión que reproducía la actualidad del lago. En caso de movimientos extraños, los operarios tomarían instantáneas manipulando una cámara estereoscópica por control remoto. Además, las mejoradas cámaras de Edgerton volvieron a instalarse, programadas para tomar fotos cada 15 segundos. Llegado octubre, Rine admitió la derrota: «Hemos tenido mala suerte este verano, pero no nos desanimamos».

Un verano más, los gringos desembarcan en el lago. En esta ocasión, la novedad eran Rikki Rzdans y Alan Kielar, que instalaron un radar y nueve arpones en la zona del lago aparentemente más frecuentada por el monstruo. Cuando este se aproximase a la zona, los proyectiles se dispararían al unísono y obtendrían una muestra de la epidermis de la bestia, o no.

Dos docenas de lanchas provistas con lo último en tecnologías de sonar protagonizaron la operación Deepscan, que volvió a batir el récord de recursos invertidos -un millón de libras- y volvió a concluir sin pruebas más concluyentes que ciertos indicios de «algo grande y que se mueve». Pero menos da una piedra: «En el lado prosaico de la investigación, los datos recogidos durante los 10 días que, en total, va a durar la operación servirán para incrementar el conocimiento de la fauna abisal del lago, conseguir planos de las profundidades, documentar la distribución de los peces y conocer mejor la temperatura en zonas no superficiales», reportaba El País.

La foto más legendaria de la criatura, que muestra su cuello curvo sobre las aguas del lago, resultó ser falsa, y el engaño duró más de 50 años. Christian Spurling reconoció poco antes de morir que había ayudado a un amigo con un submarino de juguete para obtener la imagen trucada.

En el último verano de los noventa, los escoceses instalaron una cámara en la superficie del lago, para que el mundo entero pudiera ver a Nessie. El cambio de siglo fue tranquilo. Tanto así, que en 2015 renunció a la búsqueda Steve Feltham, fiel investigador que había dedicado 24 años a cazar la sombra de Nessie.

Pero el mundo no olvidó al monstruo: Google le dedicó en abril del mismo año uno de sus famosos doodles. Sin embargo la animación no estaba exenta de ironía. En ella, tres extraterrestres componían la tripulación de un submarino a pedales con forma de monstruo acuático.

Este mismo verano, el genetista de la universidad de Otago, Neil Gemmell, se pasó por el lago para tomar muestras de agua. Concretamente 250, recogidas a diferentes niveles de profundidad. El objetivo, recogió Europa Press, era secuenciar el ADN extraído, para revelar una imagen completa de la vida presente en el lago para responder a una pregunta: ¿Hay algo lo suficientemente grande como para explicar el tipo de observaciones que las personas han hecho a lo largo de los años?

La respuesta de Gemmell, como todo en el lago, fue más o menos contundente: «no» al plesiosaurio y el tiburón; y «tal vez» a una anguila descomunal. «Las anguilas son muy abundantes en Loch Ness, con ADN de anguila que se encuentra en casi todos los lugares muestreados, hay muchas de ellas. Entonces, ¿son anguilas gigantes? Bueno, nuestros datos no revelan su tamaño, pero la gran cantidad de material dice que no podemos descartar la posibilidad de que haya anguilas gigantes en Loch Ness»

Sin embargo, el único objetivo del investigador no era dar con el monstruo, sino poner en valor la tecnología empleada: «Ahora podemos usar esta información como punto de partida para estudiar los cambios en el entorno debidos al impacto humano en el lago. Es un barómetro para entender el cambio a lo largo del tiempo».

Shine, que sigue dando guerra, se muestra a favor de seguir aplicando esta y otras técnicas para investigar el lago: «La mayor evolución que ha tenido lugar en tecnología está relacionada con el sonar», aseguró a Popular Mechanics. «Y esto solo ha ocurrido en los últimos cinco años…».

Yahoo News

¿Qué son los Orishas y cuáles son?

Los orishas son divinidades del panteón yoruba, para hablar de ellos hay que remontarse a las religiones y creencias de la cultura africana, entre ellas la lucumí.

Al igual que Hércules y otros seres análogos de la mitología griega, los orishas, eran considerados seres mortales que por alguna razón devinieron en seres divinos. Cometiendo actos heroicos, consiguieron la aceptación de los pueblos en donde vivían, de manera similar a la de muchas de las historias griegas que conocemos.

La mayoría de los orishas venerados por el pueblo yoruba fueron reyes o grandes líderes por que contribuyeron al progreso económico y territorial de su civilización. Fueron grandes guerreros y políticos de su tiempo.

La creencia yuruba basa su pilar en la creencia de la reencarnación de las almas que van evolucionando vida tras vida hasta su eterno descanso en un lugar llamado Orun.

La creencia yoruba, a su vez, ha conseguido instalarse en las sociedades más desarrolladas de occidente. Al punto que hoy se encuentran variantes muy arraigadas en Cuba, México y Estados Unido, de la cual se han nutrido de la propia idiosincrasia de cada lugar convirtiéndose en una creencia aceptada y practicada desde hace ya muchos años por seguidores de todo el continente.

Su origen en América se remonta a la época de la esclavitud africana, y ha podido sobrevivir coexistiendo con otras creencias de occidente hasta nuestros días, gracias al gran fervor con el que lo practican su cultores.

La variante cubana es conocida con varios nombres, entre los que se destacan: lucumí o simplemente «santería». Este último es el término con el que más se lo conoce, y es por eso que uele asociarse a la videncia o al arte de la adivinación. Sin embargo, los orishas y los videntes no tienen nada que ver.

En efecto, los orishas no son videntes de los que podemos encontrar en sitios de videntes sino que representan lo que en las tradiciones griegas conocíamos como «semi-dioses». Puesto a que para cada dios de los yurubas existen uno o varios orishas que vienen de él.

Las deidades más populares y conocidas de los yurubas son Obbatalá, Shangó, Yemayá, Oshún, Elegguá y su principal deidad Olodumare, el Dios supremo, entre otros. Al igual que otras creencias, cada uno posee sus características, colores, fechas, numerología, etc.

En resúmen, podemos afirmar que aunque ésta creencia posee fuerte arraigo en la cultura y creencias africanas y a pesar de estar notablebente impregnada de magia y de superstición, sus seguidores son numerosos y en ella encuentran una razón por la que vivir y en qué creer.

La creencia de la «La santa muerte»

La Santa Muerte o Santísima Muerte es una figura de la creencia popular mexicana que personifica la muerte y es objeto de culto.

Antes de continuar, ahondemos en el significado de la palabra culto. Un Culto es un conjunto de actos atribuidos a la veneración profunda de una cosa, objeto o entidad y está intrínsecamente ligado a la cultura popular de una región o un lugar geográfico determinado. En ese contexto, es importante destacar que en México, éste el culto a la mal llamada Santa Muerte está de moda, por lo menos desde hace unos 15 años, generando una multiplicación de centros de veneración, casas y templos improvisados y, sobre todo, alto consumo de artículos relacionados con imágenes, fetiches y representaciones que se venden en mercados populares.

Puedes leer más sobre éste misterio en santamuerte.pro

El culto a la Santa Muerte

El culto a la Santa Muerte se ha extendido de tal forma en el país latinoamericano que quienes lo profesan, no ocultan más su fervor y han puesto altares en la calle para que cualquiera que requiera su ayuda pueda invocarla.

Sus promotores la presentan como una ”entidad espiritual”  que ha existido siempre, desde el principio de los tiempos hasta nuestros días, por lo que maneja una energía denominada “energía de la muerte”, capaz de materializarse en una figura, que concentra tanto la fuerza creadora como la destructora del universo. Según ellos, el creyente en la Santa Muerte puede aprender a manejar esta fuerza, que emana de sus imágenes consagradas, puesto que la Santísima; otro de sus nombres, es una de las protecciones más fuertes que existen.

Los seguidores de éste enigmático personaje, tan fervientemente instalado en el ideario y la creencia popular mexicana, aseguran que “la Señora”, como la llaman afectuosamente, es capaz de aparecerse y manifestarse corporalmente o imprimir sus imágenes en diversos lugares. En libros y revistas en los que se promueve su culto, suelen narrarse incluso algunas intervenciones milagrosas que han vivido, en las que la Santa Muerte los ha librado de múltiples peligros y les ha ayudado a resolver problemas complicados de su vida.

La otra mirada del Culto

A pesar de tantos buenos presagios y testimonios milagrosos, los que profesan el culto católico señalan que quienes rinden culto a la Santa Muerte y a sus imágenes, están cometiendo el peor de los pecados, pues les están atribuyendo poderes que no tiene ni tendrá jamás. Además, en vez de poner la propia confianza en Dios, la ponen en una supuesta entidad espiritual que, sencillamente, no existe. En realidad, la Santa Muerte no es una persona. Es sólo un fenómeno natural como el nacer o el crecer (el inicio y el desarrollo de la vida), aunque nunca se habla del Santo Nacimiento o Santo Crecimiento. Por ese motivo, diversas iglesias como la católica, bautista, presbiteriana entre otras, rechazan y condenan su veneración y la consideran diabólica.

Historia y Orígenes del Culto a la Muerte

El origen de la Santa Muerte proviene de tiempos remotos y de la mano de diferentes culturas. Un ejemplo de ellos es Kitzin, el dios maya de Xibalbá o el inframundo. O la imagen de Hades, la muerte personificada de la cultura Helénica. La diosa de la muerte de los aztecas, o incluso en la biblia en cuyos pasajes se relata a la muerte, como uno de los siete jinetes del apocalipsis.

Otro de los orígenes posibles es el afroamericano, ya que las oraciones que se realizan a la Santa Muerte, son muy similares a las que se hacen en algunos ritos de los Santeros, por ese motivo se cree que el culto puede provenir desde el continente africano, con algunas personas compradas como esclavos que fueron arrancados de su tierra natal para trabajar en los territorios conquistados en el Nuevo Mundo, y establecidos en Cuba, Puerto Rico, Haití, Estados Unidos y Veracruz en México. En éste sentido, la “Santa” sería la antigua diosa pagana llamada “Orishas”, espíritu africano de un demonio, que el culto santero se le llama “Oyá”, diosa de las centellas, de los vientos, de las guerras, o la dueña de los panteones.