El Abominable Hombre de las Nieves.

¿Quién no ha oído hablar alguna vez del Yeti, cuya presencia entre las nieblas de las alturas llenó de espanto a muchos exploradores que ascendían las heladas cumbres de Himalaya?.

Desde que tenemos uso de razón hemos oído mucho sobre este increíble «monstruo», incluso hemos podido verlo, eso sí, en alguna película de cine. Pero, ¿existe de verdad el «abominable hombre de las nieves?, ¿cómo es?. Si lees esta página hasta podrás ver 2 fotografías del «supuesto» Yeti. Tu decidirás si crees o no.

La historia de las dos fotos de abajo viene de cuando el fotógrafo Anthony Wooldridge se hallaba en una misión en el Himalaya. Estando allí localizó unas pisadas bastante extrañas, y acompañado de un compañero y su cámara se pusieron a seguir esas pisadas a ver donde les llevaba. Wooldridge había oído las leyendas sobre el Yeti, le atraía el tema, pero nunca llegó a pensar que lo vería tan de cerca. Tras unos minutos de camino, y justo antes de llegar a un espeso «bosque» de árboles pudo ver con total claridad (y gran sorpresa), una criatura que sólo podía ser una bestia mitológica. ¿Sería el abominable hombre de las nieves?. Mejor será que eches un vistazo a las dos fotografías de abajo y seas tú el que decidas.

Cuenta Wooldridge que: «medía casi 2 metros, su cabeza era grande y todo el cuerpo lo tenía cubierto de pelo oscuro». Ante esta oportunidad el fotógrafo tomó algunas fotos, entre ellas las de arriba, en la que se aprecia claramente la figura de… ¿de qué?. Las fotos fueron sometidas a un profundo estudio por parte de dos expertos en este tema. Ambos coincidieron en que las fotos no estaban trucadas y en que la criatura que en ellas aparecía era algo fuera de lo corriente, aunque diferían en lo que podía ser. Robert Martin señaló que podía ser un gran primate, sin documentar aún por los zoólogos. John Napier, experto en anatomía, y bastante escéptico, dejó atónitos a los presentes al afirmar que aquella criatura era humanoide, sin ser ni un oso ni un hombre.

¿Osos?, ¿Hombres?, ¿Monos?, ¿restos del famoso eslabón perdido en la cadena evolutiva?. Los Yetis siguen siendo una incógnita en la historia de hombre. Si son los únicos descendientes de nuestros antepasados primitivos, ¿por qué no evolucionaron ellos también, paralelamente, con la raza humana?. Si componen una especie de simios superiores, ¿por qué fueron marginados a los lugares más inaccesibles?.

Estas y otras muchas preguntas quedarán en el aire hasta que algún día estos seres -hombres o bestias- aparezcan en la vitrina de un museo o en un reportaje de televisión, y los científicos nos expliquen el porque.

Es el Yeti un primo cercano de Pie Grande?

Muchos suelen confundir al Yeti u Hombre de las nieves con el mítico Pie Grande norteamericano, sin embargo, los criptozólogos hacen hincapié en este error señalando que el Yeti y Bigfoot, no serían una misma criatura ubicada en lugares distintos, sino que estarían emparentados de una forma u otra.

No se sabe a ciencia cierta cómo se dio este parentesco, sin embargo muchos hablan de una misma especie que quizá por las diferencias climáticas en uno y otro lado, desarrollaron características completamente distintas fácilmente reconocibles y diferenciadas.

El vuelo 19

Era un día magnífico, con sol en abundancia, mares en calma y un cielo azul libre de casi por completo de nubes. Corrían los días de la posguerra y en E.U., el personal de la Marina y la Aviación aún continuaba con sus cotidianos entrenamientos. Por aquellos días, la base aérea de Fort Lauderdale, en la Florida, estaba particularmente preocupada en mantener a sus pilotos adiestrados.

Era el 5 de Diciembre de 1945, un día como cualquier otro, y 5 aviones Avenger TBM estaban listos para despegar. Su Misión consistía en alejarse 160 millas al este, en línea recta, dar vuelta al norte y regresar a su base, en un vuelo de entrenamiento.

Al mando del vuelo, con número de serie 19, iba el teniente Charles C. Taylor, veterano de la marina y piloto experimentado. La tripulación de cada uno de los aviones constaba de tres hombres, por lo que en total participarían 15. Cada uno de los aparatos había cargado gasolina suficiente para volar el equivalente de 1660 km.. Los motores, la radio y los equipos salvavidas fueron checados y reportados en buen estado. En el momento de dar la último aviso para despegar, sólo faltaba un hombre que, sintiéndose enfermo, se quedaría en tierra.

Los meteorólogos habían pronosticado buen tiempo en toda el área de su recorrido.

A las 2:00 de la tarde despegaron sin novedad los cinco aviones y, tomando en seguida la formación de vuelo, se lanzaron rumbo al mar a buena velocidad. Durante casi dos horas, el vuelo 19 se estuvo reportando con regularidad a su base.

A las 3:45, un mensaje desconcertante cruzó el espacio hasta la torre de control:

«Torre de control torre de control .Esta es una emergencia. Nos hemos salido de curso . Parece que nos hemos salido de curso » «Parece que nos hemos perdido. No estamos seguros de nuestra posición ¡No podemos avistar tierra!».

En la torre de control , el radio operador replicó sumamente extrañado: «¿Qué posición tienen?»

Vuelo 19: «No estamos seguros de nuestra posición » «Repetimos no podemos ver tierra No sabemos si estamos sobre el Atlántico a sobre el Golfo «.

Torre de control: «Asuman el rumbo hacia el oeste pronto verán tierra.».

Vuelo 19: «No sabemos hacia donde esta el oeste. Todo esta mal. Es tan extraño El mar luce muy raro «.

Y ahí se corto la comunicación. Había demasiada estática a pesar del buen tiempo, y por momentos se escuchaban los diálogos de los pilotos entre sí. Diez minutos más tarde se restableció el contacto. Los radioperadores podían escuchar en la base el ruido de los motores, pero no las voces de los pilotos. Para entonces, el pánico había hecho presa de las tripulaciones; ya no eran pilotos experimentados, sino hombres invadidos por un temor monstruoso.

Poco antes de las 4:00 se escuchó lo siguiente:

«No estamos seguros de nuestra posición. No sabemos exactamente dónde estamos. Creo que a unos 360 km. al noroeste de la base «. Se corto de nuevo el mensaje por estática.

Instantes después volvía a restablecerse la comunicación: «El mar es muy extraño Parece que estamos sobre aguas blancas «. Y de nuevo el silencio.

La torre intentó una vez más comunicarse con ellos, pero por alguna extraña razón, parecían no captar las señales de la base. Durante largos segundos que parecieron siglos, el personal de la base, ya en estado de alerta, no escuchó ninguna palabra más del Vuelo 19.

La tensión del momento fue rota al escucharse otra vez las conversaciones de los miembros del escuadrón: «Estamos completamente perdidos Y parece que » Estas fueron sus últimas palabras. En la base de Fort Lauderdale todo era desconcierto. Durante todo el tiempo que duró la comunicación, parte del personal de la torre se había preocupado por trazar posiciones y calcular la ruta que habían seguido al extraviarse.

Intentaron hacer contacto con otras naves próximas al área; pero todo fue en vano. Sólo quedaban conjeturas. ¿Qué había podido desorientarlos de ese modo? ¿Cómo explicar las interferencias de la radio en un día tan claro? Y sobre todo, ¿Qué peligro habían enfrentado, que los había hecho perder la calma de ese modo?

Las horas siguientes fueron de frenética acción. La alarma había puesto en movimiento a todo el personal. Los aviones Avenger, bombarderos de combate, eran magníficos aparatos en su tiempo. Extraordinariamente bien equipados para el ataque – casi una tonelada de bombas, o un torpedo submarino – contaban además con un poderoso motor de 1600 caballos, y alas plegables para su fácil acarreo en portaaviones. Su autonomía de vuelo era muy amplia y tenía equipo especial para facilitar la supervivencia en alta mar.

Como los bombarderos habían sido checados antes de partir y contaba cada uno de ellos con un aparato radiotransmisor, más que pensar en una falla mecánica el personal de tierra temía que un disturbio atmosférico los hubiese dañado. Las turbulencias y bolsas de aire, por ejemplo, son imprevisibles y más de un avión ha sucumbido a causa de ellas. Incluso un ataque enemigo, aunque improbable, no se descartaba: la guerra recién había terminado. Sin embargo, ¿Por qué no habían podido explicar lo que les sucedía?

El radioperador estimó que el último punto en que habían hecho contacto con el escuadrón, había sido a unos 150 km. al noreste de la base naval de Banana River, en la costa de la Florida. A ese punto y sus alrededores fue enviado un hidroavión, el Martin Mariner, especializado en rescate anfibio, con trece hombres a bordo. La torre de control mantuvo estrecho contacto con el hidroavión de rescate durante los siguientes minutos de vuelo.

Inesperadamente, el Martin Mariner consiguió trabar comunicación con el Vuelo 19:

Hidroavión Martin: «Vuelo 19, estamos volando hacia ustedes para guiarlos de regreso ¿Qué altitud tienen?»

La interferencia no dejó escuchar completa la respuesta del Vuelo 19, pero las últimas tres palabras se oyeron perfectamente: «¡No nos sigan !» Y se perdió la señal.

Todo el diálogo había sido captado también en la base. Desde algún lugar desconocido, los pilotos habían alcanzado a enviar un mensaje para alentar a sus compañeros. Pero, ¿de qué? Mientras tanto, la tripulación del Martin Mariner, más alerta que nunca, escudriñaba metro por metro la superficie del mar. Durante los siguientes siete minutos, el comandante del hidroavión se estuvo reportando a la base.

Al parecer no había huellas del naufragio en la zona. Pocos minutos después dejó de escucharse la señal del Martin Mariner. No había contacto en ninguno de los sentidos con su tripulación. El silencio que siguió al último mensaje nunca más fue roto. Nunca más los marinos volverían a ser vistos ni escuchados. El comandante de la base, más perplejo que nunca, dio orden de comenzar lo que sería la búsqueda más intensiva y cuidadosa llevada a cabo en mar y aire; pero también la más infructuosa.

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