los laberintos acuáticos de Venecia esconden misterios de ensueño y magia
El vaporetto se acerca al Gran Canal y todo parece como si fuera el trabajo de uno de los grandes maestros del Renacimiento. A un lado, el Campanario de la Piazza San Marco; enfrente, la cúpula de Santa María de la Salud.
A esta hora de la mañana incontables embarcaciones se dirigen en todas direcciones llevando y trayendo gente. Venecia, la augusta ciudad, la Serenissima, me recibe como siempre, llena de misterios y secretos.
Repleta de rincones para ser descubiertos en un simple abrir y cerrar de ojos, por momentos atestada de visitantes, por momentos con una paz, tranquilidad y silencios apabullantes. Siempre consideré a Venecia como una de las urbes más fascinantes y cada vez que me ha tocado venir me he sorprendido profundamente.
Uno de los motivos es la forma en la que la luz, según la hora del día, baña las construcciones y espacios públicos de la isla. Un mismo lugar puede verse completamente distinto a la mañana o la tarde dándonos la impresión de que es la primera vez que pasamos por ahí.
Es una ciudad que vive de claroscuros, de contrastes. Forma parte de la historia grande de la humanidad, es orgullosa, soberbia, pero también nostálgica hasta el extremo. Grandes palacios se yerguen junto a edificios que parecen a punto de derrumbarse. Pequeñas y estrechas callejuelas desembocan en plazas públicas o campielli ocultos de la vista de desconocidos.
Cada rincón esconde una historia diferente, algunas con desenlaces felices y notorios. Otros, tristes y lúgubres. Pero lo que más sorprende es que nada se olvida: cada cuento, fábula, anécdota o invento pasa a formar parte del patrimonio intangible del lugar y siempre va a haber alguien dispuesto a desempolvarlos y narrarlos como si hubiesen sucedido ayer mismo.
He nombrado la palabra patrimonio y en este campo la Serenissima también se destaca. Desde su concepción urbana, cómo fue pensada, desarrollada y construida, Venecia es una obra de arte en sí misma. Al llegar a ella uno no deja de pensar cómo, desde su génesis, la ciudad se transformó en lo que vemos hoy. Cómo se fue amalgamando para contener al Puente de Rialto, al Palacio Ducal, al Ca’d’Oro, la Riva degli Schiavoni o los Mercados, distribuidos entre los diferentes sestieri o barrios. Esta es la ciudad donde vivieron Tiziano, Marco Polo, Tintoretto, Casanova y Palladio, y que vio nacer a la Escuela Veneciana, serie de movimientos artísticos que marcaron toda una época.
Mucho de lo que sucede también en Venecia se produce puertas adentro, como si ciertas cosas fuesen sólo para iniciados, lo que hace exacerbar mi curiosidad a extremos impensados, impulsándome a descubrir los mensajes que se encuentran en los relieves de sus muros, portales y puentes como si en ello me fuera la resolución de un misterio, acertijo o una simple búsqueda del tesoro.
Las cosas aquí toman para mí un ribete casi onírico. A veces me siento como en una historia del Corto Maltés, el magnífico personaje creado por Hugo Pratt, gran compañía en noches de insomnio, en las que algo mágico puede suceder en cualquier momento.
Podría afirmar que Venecia es atemporal o que en ella el tiempo se detuvo hace rato. Sigue siendo la misma, pero siempre la veo de manera diferente.
El vaporetto llega a destino. No puedo esperar a perderme en su laberíntico trazado urbano