Todo es extraño en esa pequeña isla de Inglaterra, que apenas llega al kilómetro y medio cuadrado. En una escena de El tercer día, dos de los personajes se pegan un viaje de LSD pero lo que vemos antes y después es igual de alucinógeno. Vecinos huraños, una religión sincrética entre el cristianismo y antiguos ritos celtas, macabros sacrificios de animales y quién sabe si humanos, apariciones y desapariciones, una densa niebla y, sobre todo, la incomunicación de un lugar sin cobertura en el móvil y al que solo se llega por una estrecha carretera llena de baches, obra de los romanos, que está inundada 23 horas al día.
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