Un pueblo maya enterrado en cenizas

Arqueólogos estadounidenses excavaron el pueblo Joya de Cerén, descubierto en la década de 1970 en El Salvador, y descubrieron un antiguo pueblo maya sepultado en ceniza volcánica durante siglos: hace más de 1.400 años un volcán destruyó dicha aldea y las cenizas volcánicas conservaron las casas, cultivos agrícolas y jardines de manera excepcionalmente efectiva.

David Lentz, profesor de la Universidad de Cincinnati, y autor principal del estudio, expresó que “No sólo nos encontramos con estos restos bien conservados, sino que los encontramos donde la gente los dejó hace más de mil años, lo que es realmente extraordinario (…) esto es fabuloso porque la gente ha debatido durante mucho tiempo sobre cómo hicieron todo esto los mayas. Ahora tenemos un ejemplo real”.

Entre otras apariciones sorprendentes, los investigadores mencionan la malanga, una raíz que los científicos no sabían, hasta hoy, que los mayas cultivaran. También se encontraron hierbas que ya no existen en la zona y una casa con más de 70 vasijas de cerámica. Y, como en todo gran hallazgo, no solo se enfrentaron a un descubrimiento preciso, sino posiblemente a una serie de descubrimientos encadenados: también encontraron un camino llamado “sacbé”, que Lentz seguirá con la expectativa de ser conducido a nuevos descubrimientos.

El Descubrimiento revela la antigua agricultura

Los científicos consiguieron dar su primer vistazo a una cocina maya, la que incluyó un jardín cuidadosamente cultivado. Continuar leyendo «Un pueblo maya enterrado en cenizas»

La física demuestra que hay vida después de la muerte

«La muerte, tal como la concebimos, no existe! – sólo es una ilusión». Esta es la principal conclusión a la que ha llegado el médico y director de Advanced Cell Technology, Robert Lanza, defensor de la teoría del biocentrismo, en la que se niega que el tiempo o el espacio sean lineales.

Para la gran mayoría de científicos este tipo de afirmaciones son sólo tonterías o, por lo menos, hipótesis indemostrables. Sin embargo, Lanza parece haber encontrado en el famoso experimento de Young, también llamado de la doble rendija (doble – división), el perfecto aliado para defender su tesis. Si con este se logró demostrar la naturaleza ondulatoria de la luz, Lanza pretende hacer lo mismo con el espacio y el tiempo.

En la obra Biocentrism: How Life and Consciousness are the Keys (BenBella Books), el físico estadounidense parte de la premisa de que la vida crea el universo, y no al revés, la base misma del biocentrismo. A partir de ahí, va deduciendo paso a paso que la mortalidad es una idea falsa, creada por nuestra conciencia.

En primer lugar, sugiere que la conciencia de una persona determina la forma y el tamaño de los objetos en el universo. Para explicarlo, utiliza como ejemplo la manera en que percibimos el mundo que nos rodea: «Una persona ve un cielo azul, y se le dice que el color que están viendo es azul, pero las células cerebrales tienen la capacidad de variar esta percepción, pudiendo ver el cielo de color verde o rojo. En pocas palabras, concluye, «lo que vemos sólo existe gracias a nuestra conciencia»

El multiverso y la teoría de las cuerdas

Este es el motivo por el cual Lanza dice que creemos en la muerte. Al observar el universo desde el punto de vista del biocentrismo, erramos a la hora de concebir el espacio y el tiempo, ya que lo haríamos en función de lo que nos dicta la conciencia. En resumen, el espacio y el tiempo son «meros instrumentos de nuestra mente», de modo que entender la muerte como algo terminal no tendría sentido según sus tesis. Continuar leyendo «La física demuestra que hay vida después de la muerte»

Un secreto matemático de 2.300 años

Hace algo más de 50 años, en 1960, el geólogo de origen belga Jean de Heinzelin de Braucourt encontró un extraño objeto mientras se encontraba trabajando en una excavación, cerca del nacimiento de una de las fuentes del río Nilo. El lugar era un pequeño poblado llamado Ishango, dentro de las fronteras de lo que actualmente conocemos como República Democrática del Congo. Ya hemos escrito sobre ésto en el artículo titulado: El hueso de Ishango

El hallazgo era un pequeño hueso, concretamente el peroné de un babuino, que presentaba unas curiosas marcas, organizadas en tres columnas y realizadas mediante algún objeto punzante de cuarzo. En un principio se pensó que se trataba alguna clase de objeto decorativo pero cuando se analizó detenidamente el número y la disposición de estas marcas, los arqueólogos llegaron a una sorprendente pero definitiva conclusión: Quienquiera que fuese el autor de aquellas muescas, hace ya 20.000 años, claramente estaba contando.

En una de las partes talladas se pueden observar sesenta marcas, algo que podría parecer aleatorio si no fuese porque en la parte posterior, aparece otra columna con exactamente el mismo número de muescas, sesenta… Continuar leyendo «Un secreto matemático de 2.300 años»