“En este momento estamos sentados cantando canciones. Los chicos tocan la guitarra, Rustik toca ‘Atrapa tu corazón’ con la mandolina. Este es el último lugar de la civilización”. La letra redondeada de Liudmila Dubinina describe en su diario la noche del 27 de enero de 1959. “Parece que esta es la última vez que escuchamos canciones nuevas”, dice en la que sería una de sus premonitorias páginas finales. Cuatro días antes, Dubinina, una joven seria de largas trenzas, y un grupo de otras nueve personas, todos estudiantes o graduados del Instituto Politécnico de los Urales, habían emprendido un viaje para hacer caminatas y esquí de fondo en una zona de los Urales, la cordillera considerada frontera natural entre Europa y Asia. Aspiraban a alcanzar la montaña Jolat Siajl, conocida por los mansi, los pobladores locales, como la Montaña de la Muerte o la Montaña de los Muertos.
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