Las enigmáticas luces de Marfa

En el año 1883, un joven cowboy que transportaba ganado en Texas, Estados Unidos, presenció unas extrañas luces parpadeantes de colores y pensó que eran apaches haciendo señales. Desde entonces, el fenómeno se ha repetido año tras año.

Los más fantasiosos creen que son los espectros de exploradores españoles que se ahogaron buscando oro en un lago cercano. Los más racionales pensamos que puede ser un espejismo creado al colisionar el aire caliente que se eleva y el aire frío que desciende, haciendo que se refleje la luz.

Estas misteriosas luces son visibles durante las noches claras, cerca de Marfa, en el estado norteamericano de Texas. Hubo miedo y superstición en el pasado. Hoy en día, esas luces siguen siendo un enigma para la ciencia, aunque representan un importante enclave turístico.

Robert Reed Ellison, fue el primero en informar acerca de estas luces en 1883. En un primer momento pensó que podían ser fogatas de los indios apaches, pero más tarde, los investigadores precisaban que, durante el día, no se lograban encontrar restos de cenizas u otros elementos de pruebas de que fueran fuegos los que provocaban aquellas luces.

Una vecina de la zona, la señora Giddens, contaba cómo en una ocasión su padre se perdió en una ventisca. Las luces aparecieron y hablaron con él, informándole de que iba en dirección equivocada. Las luces lo guiaron hasta una cueva, y una gran bola de luz permaneció con él hasta la mañana siguiente, cuando por fin pudo encontrar el camino a casa.

Las leyendas que corren entre los habitantes del lugar hablan de que las luces representan a los colonos que fundaron estas tierras, o bien señales de los mineros que buscaban oro en este lugar. Incluso llegaron a pensar que era Pancho Villa y sus hombres que se desplazaban por las montañas.

Otras leyendas son las que cuentan los indios americanos. Para ellos, las luces son guerreros vengativos que tratan de atraer a los soldados a alguna trampa o una tribu en busca de su jefe. Para otros representan a un antiguo jefe apache que guarda así aquellas historias para que nadie pueda robarle el oro que esconden.

Las luces son de color blanco, amarillo y naranja. La ciencia ha podido demostrar que las luces existen en realidad, pero aún no ha podido precisar ni lo que son ni de dónde proceden. Algunos creen que es un resplandor de algo, pero los científicos tampoco pueden precisar a este respecto qué refleja o cómo puede hacerlo.

La única razón que se ha podido postular con más fuerza es que las luces se tratan de gases que emiten los pantanos cercanos. Por la noche, el gas de las aguas estancadas puede provocar estos reflejos en el cielo. Aún así sigue siendo una teoría de poco peso.

Otras explicaciones razonables son las que indican que las luces pueden ser causadas por hechos similares a los que producen los espejismos, provocadas por las condiciones atmosféricas cuando el frío y el aire caliente crean un efecto visible al doblar la luz.

Combustiones espontáneas, el fuego de la muerte

El mundo del misterio es tan amplio, variado y sorprendente que de no ser por el frío documento que generalmente da fe de los hechos, es comprensible que en determinadas ocasiones los sucesos sean considerados argumentos más propios de una novela de ficción que de casos reales.

Representacion de una combustion espontanea.

5 de diciembre de 1966. Coudersport, Pennsylvania. El doctor Irving Bentley era respetado por su vecindad. Hombre de pocas palabras, serio y conversación amena, gozaba del privilegio de contar con muchos y buenos amigos. Nadie hubiera deseado daño alguno para el viejo médico. Al menos nadie conocido…

La calle bullía de vida. El Sol derretía levemente los finos copos de nieve caídos durante la madrugada. Eran tiempos de bonanza económica, una circunstancia que agradecían los comerciantes de la pequeña localidad, que veían entusiasmados como sus establecimientos se llenaban de posibles compradores. No en vano la Navidad estaba cercana, y los adornos multicolores, abetos y regalos desaparecían de las tiendas a un ritmo inusual.

Don Gosnell aceleró el paso. El joven había ingresado meses atrás en la compañía de gas de la ciudad y deseaba causar una buena impresión a sus superiores. Además, si finalizaba la tarea con rapidez aún tendría tiempo para realizar alguna compra que otra.

“Maldita sea, como pesa la condenada”. La bolsa que permanecía asida a su hombro comenzaba a causarle demasiadas molestias. Dichas eventualidades se disiparon al torcer la esquina. Allí estaba la vieja y enorme casa de piedra, una construcción victoriana de finales del XIX, y a la postre su última visita del día: el hogar del doctor Bentley. Lentamente cogió el pomo de la puerta, empujándolo con fuerza. Un sonido seco recorrió el interior del inmueble, suficientemente fuerte como para que su cliente se diera por aludido. Nadie contestó. Gosnell comenzó a impacientarse. “No hay que dejarse llevar por los nervios”, pensó a la vez que el llamador de plomo golpeaba la superficie de madera. De nuevo no hubo respuesta. En un arrebato de ira, el muchacho desplazó la puerta hacia el interior, mostrando la oscuridad sombría que reinaba en el salón recibidor. “Por Dios, que peste”. Un olor nauseabundo escapó al exterior. El miedo se apoderó del muchacho. La fina capa de humo azulado que invadía el ambiente agudizó los sentidos de éste, temeroso de que se hubiera producido un escape. Continuar leyendo «Combustiones espontáneas, el fuego de la muerte»

EL misterioso caso de Hanging Rock

El melancólico paisaje australiano, rico en antiguos símbolos, fue en el año 1900 escenario de la misteriosa desaparición de un grupo de colegialas que participaban en una merienda campestre.

El día de San Valentín de 1900 amaneció soleado y hermoso en el pueblo de Woodend, cerca de Melbourne (Australia). Era el día de la excursión anual en el colegio para señoritas Appleyard, sitio en las afueras del pueblo, y a primera hora de la mañana un grupo de alumnas y profesoras de dicha escuela salieron con la intención de efectuar un almuerzo campestre en un hermoso paraje local. Al final del día cuatro personas habían desaparecido; tres de ellas no volverían a ser vistas nunca más.

Esta extraña historia se ha convertido en un episodio célebre, tan misterioso como el caso del buque abandonado, el Mary Celeste. Se ha convertido en tema de incontables teorías, numerosos artículos de revistas, al menos dos libros y una película, Picnic at Hanging Rock (1975). Pero como en tantos otros misterios históricos, lo acontecido en Hanging Rock no es todo lo que aparenta ser.

La historia nos cuenta que el grupo de chicas y profesoras partió en un coche alquilado para dirigirse a Hanging Rock a celebrar su almuerzo campestre anual. Un típico lugar de excursión al que solía acudir la gente de principios de siglo era una insólita formación geológica llamada Hanging Rock. Esta formación de origen volcánico y de varios millones de años de antigüedad se levanta majestuosamente unos 150 metros por encima de la llanura en que está emplazada, y culmina con la mezcla de piedras y monolitos en equilibrio que le dieron su nombre (Hanging Rock significa, en inglés, «roca que se balancea»). Muy cerca de la base de la roca había un buen lugar para comer y descansar, consistente en algunas improvisadas mesas de piedra y un adecuado y discreto servicio de lavabos.

El grupo escolar estaba compuesto por 19 chicas, la mayoría adolescentes; y dos profesoras; mademoiselle Diane de Poitiers, la más joven de las dos, enseñaba francés y danza, y Greta McCraw, una solterona escocesa de mediana edad, era la profesora de matemáticas. El otro adulto del grupo era Ben Hussey, conductor del coche alquilado por el colegio. Mistress Appleyard, la directora, no formaba parte de la expedición.

El grupo partió temprano aquel sábado por la mañana para cubrir los siete kilómetros que mediaban hasta el lugar del almuerzo, y llegaron poco antes del mediodía. El día era cálido y soleado, y después de comer la mayoría de las chicas dormitaban apaciblemente a la sombra de los árboles y las rocas. Algo más allá, al otro lado de un pequeño riachuelo que fluía de la pared de la roca, se había instalado otro pequeño grupo. Estaba compuesto por el coronel Fitzhubert (veterano del Ejército de la India, ahora retirado a climas más suaves), mistress Fitzhubert, su sobrino, el honorable Michael Fitzhubert (de visita y proveniente de Inglaterra) y el lacayo Albert Crundall.

Un Paraje Traicionero

El Clyde College fue el modelo histórico de Appleyard College, descrito en la novela de Joan Lindsay Picnic en Hanging Rock (1967).

Clyde College, colegio para señoritas trasladado de un suburbio de Melbourne a este edificio de Woodend en 1919.

Hacia las tres de la tarde, tres de las chicas mayores pidieron permiso a la profesora de francés para explorar la roca. Las tres jóvenes -Irma Leopold, Marion Quade y una muchacha a la que se recuerda simplemente como Miranda- tenían todas diecisiete años y destacaban por ser sensatas y responsables. Tras un breve comentario entre los adultos (durante el cual se observó que los relojes de Ben Hussey y de miss McCraw se habían parado a mediodía), se acordó dejarlas ir. Posteriormente dieron también permiso a Edith Horton, una chica más joven, de catorce años, para acompañarlas. Se advirtió a las cuatro que no subieran demasiado por la roca, que procuraran evitar los riscos, cuevas y precipicios, y que tuvieran cuidado con las serpientes, arañas y otros bichos peligrosos. Continuar leyendo «EL misterioso caso de Hanging Rock»