Copenhague, 7 mar (EFE).- Un padre y su hijo que preparaba un trabajo escolar sobre la II Guerra Mundial han encontrado con un detector de metales los restos de un caza alemán y de su piloto en una finca al norte de Dinamarca, informaron hoy medios daneses.
La policía de este país nórdico, que confirmó el hallazgo de un caza ME 109 Messerschmidt, ha acordonado la zona debido a la presencia de munición entre los restos y a ella han acudido técnicos y artificieros. Según reveló a la emisora pública Radio de Dinamarca el agricultor danés Klaus Kristiansen, su abuelo le contó hace años que un avión alemán había caído cerca de un antiguo pantano, en una finca propiedad de la familia. «Cuando a mi hijo le encargaron hace poco hacer un trabajo sobre la II Guerra Mundial, le dije de broma que podía intentar encontrar el avión», declaró Kristiansen. Padre e hijo salieron a la búsqueda el fin de semana pasado con un detector de metales y encontraron fragmentos de un avión.
Empezaron a excavar y apareció un motor y huesos humanos, por lo que llamaron a las autoridades. El hallazgo se produjo en la localidad de Aabybro, al norte de la península de Jutlandia, en la zona donde los alemanes tenían una base aérea durante la ocupación nazi de Dinamarca. Las autoridades danesas han contactado con la embajada de Alemania para tratar de identificar los restos humanos.
De entre todos los crímenes que han sacudido a la sociedad estadounidense durante el siglo XX, no hay probablemente otro más espantoso que el de la Dalia Negra, tanto por su nivel de violencia como por las circunstancias en las que tuvo lugar. El 15 de enero de 1947, el cadáver de Elizabeth Short, una camarera con aspiraciones de ser actriz de 22 años, fue encontrado en Leimet Park terroríficamente mutilado.
Solo un experto habría sido capaz de dejar el cadáver en el estado en el que quedó. En concreto, había sido sometida a una hemicorporectomía, es decir, su cuerpo había sido seccionado por la mitad a la altura de la espina lumbar, en la única parte que puede ser cortada sin romper hueso. Su tórax, cabeza y brazos fueron encontrados por un lado; su pelvis y piernas, por otro. Su boca había sido cortada en una terrible mueca, probablemente fue obligada a comer excrementos y permaneció maniatada al menos durante tres días, en los que fue torturada sin parar.
Era una estampa terrorífica que durante mucho tiempo obsesionó al departamento de policía de Los Ángeles, así como a los habitantes de L.A., que dispararon las ventas de los periódicos que trataron el tema. Pero fue a finales del siglo pasado cuando finalmente el caso volvió a cobrar interés. Era 1999 y Steve Hodel estaba echando un vistazo a las pertenencias de su padre, George, que había fallecido poco antes, cuando se encontró con algo sorprendente: dos fotografías de una mujer que se parecía enormemente a la Dalia Negra. Y de repente, empezó a recordar que su padre había pasado por la escuela médica durante los años 30, que la escritura de las cartas que el asesino había enviado a la prensa y la policía se parecía enormemente a la de su padre y que en 1949, dos años después del asesinato, su hija le había denunciado por abusos sexuales. Los cabos comenzaban a atarse.
Mi padre, mi asesino
Aunque Hodel ya contó detalladamente su investigación en el libro ‘Black Dahlia Avenger: a Genius for Murder‘ (Arcade Publishing), un reportaje publicado en ‘The Guardian’ ha vuelto a devolver el caso a la actualidad y, sobre todo, al propio Hodel. Si la historia de su padre es brutal, quizá la suya aún lo sea más, puesto que dedicó un importante tiempo y esfuerzo a culpar a su padre de haber perpetrado uno de los crímenes más horribles de la historia del siglo XX.
Al fin y al cabo, Hodel era policía, por lo que decidió cumplir con su deber, y un poco más. Durante 15 años se ha dedicado a juntar todas las pistas posibles para que no haya resquicio de duda de que el hombre que asesinó a Elizabeth Short fue George Hodel. Sobre todo, para descartar otras teorías, como la de una mujer llamada Janice Knowlton, que en su propio libro, ‘Daddy Was the Black Dahlia Killer‘ aseguraba que fue su padre el verdadero asesino. Una versión que el paso del tiempo ha demostrado que probablemente no era más que una excusa para vender unos cuantos libros, o quizá el producto de una mente enferma que creyó hasta el día de su muerte en su propia invención.
Hodel fue metódico. En primer lugar, solicitó acceso a los archivos que el FBI había recogido sobre su padre. Envió las fotografías que había encontrado entre las pertenencias de su progenitor a expertos en reconocimiento facial y los textos a grafólogos, y el hecho de que los resultados no fuesen concluyentes no le detuvo. Más suerte tendría al encontrar en su casa natal el recibo de compra de diez bolsas de cemento del mismo tamaño y marca que se encontraron cerca del cadáver de Short, probablemente para transportar el cadáver. Las dificultades no fueron pocas: al fin y al cabo, la mayor parte de testigos ya estaban muertos y muchas pistas se habían esfumado hacía décadas.
En muchos casos, los detalles de los recuerdos se habían desvanecido para siempre. Por ejemplo, Hodel Jr. se topó con una policía que aseguraba haber visto a la víctima con un hombre y una mujer la noche antes de ser asesinada, pero obviamente, no guardaba ningún recuerdo de la apariencia física de los acompañantes de la mujer. Sin embargo, todo esfuerzo persistente tiene su recompensa, y Hodel recibió un importante respaldo en el año 2001, cuando se topó con Steven Kay, un viejo conocido que trabajaba en la oficina del fiscal de Los Ángeles y que se prestó a revisar el material que tenía hasta la fecha.
Ver lo que queremos ver…
Seis semanas después de recibir todo el material, Kay respondió al hijo del presunto asesino con la siguiente afirmación: “Gracias a un trabajo detectivesco fantástico llevado a cabo por su hijo Steve, el nombre del doctor George Hodel vivirá para siempre en la infamia”. Ello quería decir, básicamente, que en lo que a él respectaba, las pruebas eran más que concluyentes para afirmar que había cometido el crimen. “Nuestro padre es un maníaco homicida”, le dijo Steve a su hermana. Gracias a él y a su ímpetu, terminó de escribir el libro que le lanzaría a la fama, aplaudido también por James Ellroy, otro obsesionado por el crimen, ya que su madre murió en condiciones semejantes; su secuela, ‘Most Evil: Avenger, Zodiac and the Further Serial Murders of George Hill Hodel’ (Berkley Books), en la que defendía la tesis de que su padre era también el asesino del Zodiaco, pasó bastante más desapercibida, quizá porque su nueva hipótesis era demasiado aventurada.
Pero no todo estaba escrito en los cientos de páginas que vieron la luz en el año 2003. Como era de esperar, la publicación del libro provocó que nuevas evidencias saliesen a la luz y que otros testigos se interesasen por el tema. Es lo que ocurrió con Steve Lopez, un columnista de Los Ángeles, que mientras escribía un artículo sobre el tema, pidió algo de información al fiscal. Gracias a ello, consiguió acceso a una carpeta que ni siquiera Hodel conocía y que había sido recopilada en su día por el teniente Frank Jemison, uno de los investigadores principales del caso. En él se encontraba el dato que todos estaban buscando: la confirmación de que los policías habían manejado seis nombres, entre ellos, el de George Hodel.
No sólo eso, sino que además recogía unas declaraciones del padre del investigador del 19 de febrero de 1950, recogidas de su teléfono pinchado, mientras su casa estaba siendo espiada: “Date cuenta de que no había nada que pudiese hacer, puse una almohada sobre su cabeza y la tapé con una sábana. Conseguí un taxi. Murió a las 12:59. Pensaron que había algo extraño. Bueno, ahora pueden haberlo descubierto. La maté”. Más tarde, en otro momento, el médico afirmaba lo siguiente: “Suponiendo que matase a la Dalia Negra, no pueden demostrarlo ya. Ya no pueden hablar con mi secretaria porque está muerta”. No solo eso. En una de sus fotografías preferidas, George Hodel aparecía posando con uno de sus amigos más conocidos, el fotógrafo y artista Man Ray. Steve recuerda el terrorífico parecido entre el supuesto asesinato de su padre y dos de las obras del estadounidense, ‘Les Amoreux’ y ‘Minotaur’. Lo cual hace el asesinato aún más perturbador: ¿y si en realidad el crimen de la Dalia Negra no fuese más que una obra maestra del surrealismo?
Durante siglos, la historia de un reino sumergido ha sido motivo de interés y estudios por gentes de todas las razas y épocas. La realidad se vio envuelta de un halo de misterios y leyendas tales que las teorías propuestas son incapaces de determinar qué parte de lo que se cuenta es ficción y cuál no lo es. El origen de la Atlántida, su cultura y sobre todo su localización, ha sufrido toda clase de propuestas, extravagantes algunas de ellas, que han llevado a sus gentes desde ser una sociedad avanzada tecnológicamente, incluso hasta por delante de nuestros tiempos, hasta ser una sociedad infinitamente rica, e incluso llegados de otro planeta. Sea como fuere, en algún punto de la tierra, desde las profundidades del mar, siglos de historia nos contemplan, ocultos donde nadie puede encontrarlos.
Fue Platón, hacia el 347 a.C. el primero y único que dejó por escrito la existencia del reino de la Atlántida en sus diálogos de Timeo y Critias, cuando hizo una descripción de ella como una isla extensa y llana en cuyo centro había una colina, que a su vez estaba rodeada de tres anillos concéntricos de mar. En la cima de la colina había un templo dedicado a Poseidón y Cleito rodeado por un muro enteramente de oro. A su lado, otro templo de Poseidón estaba hecho de plata. Dos fuentes manaban constantemente agua, una fría y la otra cálida.
En el anillo más cercano vivían los más ricos y de alto status de su sociedad, y en el siguiente anillo los plebeyos. Más allá una extensa pradera repleta de aromáticas sustancias, hasta completar una isla “más grande aún que Asia menor y Libia juntas”
Como vemos, una descripción demasiado idílica como para resultar creíble, más aún cuando la descripción que hacía Platón la basaba en las historias de un ateniense, Solón, que decía haberlo escuchado de un sacerdote al que a su vez se lo había contado otro.
Similares propuestas se hicieron para su desaparición, ya que según aquellos escritos, su sociedad se perdió en su propia decadencia y corrupción. Sus gobernantes quisieron expandirse y comenzaron una época de invasiones a las tierras cercanas, e incluso se contó que llegaron a dominar todo el norte de Africa, hasta Egipto. Tal ambición fue castigada por sus dioses con una explosión volcánica que arrojó ceniza y arrasó su civilización, para posteriormente ser destruida por un maremoto que la hundió en apenas 24 horas.
Platón situó aquella tragedia alrededor del 9600 a.C. en un lugar que estaba “más allá de las columnas de Hércules”, muy cerca de las islas Canarias, una vez atravesado el estrecho de Gibraltar.
Todas aquellas historia míticas tenían por fuerza que levantar las aspiraciones de muchos historiadores y estudiosos dispuestos a llevarse la gloria de ser quienes descubrieran los restos de aquella magnífica civilización.
Ciertamente su descubrimiento sería un hito en la historia; sin duda alguna, el mayor descubrimiento que pudiera hacerse, aunque desgraciadamente también sería el final de tantos siglos de leyendas. Son tantas esas teorías lanzadas, en cuanto a su localización, que a la Altántida se la ha situado desde el estrecho de Gibraltar, hasta en las cercanías de Islandia, o en las Azores, o como se dicen en las últimas teorías, las más aceptadas, en los alrededores de las Islas Cícladas.