Desde fuera, parece una nave espacial enterrada en medio de la nieve. Una trozo de cemento armado, con una vidriera alienígena y con una puerta de aluminio. Por dentro, sus pasillos parecen el escenario de un videojuego de acción en primera persona. Lo que esconden sus gigantescas salas climatizadas, solo está al alcance de la vista de unos pocos científicos. Aunque en Internet se rumorea que en su interior se guardan auténticas aberraciones, en realidad albergan una de las grandes esperanzas para la humanidad en caso de catástrofe.
El Banco Mundial de Semillas de Svalbard es una enorme despensa subterránea de semillas. Allí se conservan cuatro millones de tipos de 800.000 variedades de plantas, lo que viene a ser un tercio de todas las que hay en el planeta. Se abrió hace diez años y, si el cambio climático o una guerra nuclear arrasan nuestro planeta, se convertiría en un auténtico salvavidas botánico.
El banco se encuentra entre las montañas de la isla noruega de Spitsbergen, al norte del país y a tan solo 1.300 kilómetros del Polo Norte. Uno de los hombres que puso dinero para su construcción fue Bill Gates. La Fundación Rockefeller también contribuyó. Este hecho, y el secretísimo que rodea al proyecto, han hecho que en la Red circulen historias de lo más rocambolescas sobre lo que realmente pasa entre sus muros: desde que es un proyecto ideado por los nazis, hasta que es una especie de laboratorio en el que se idean sistemas para controlar a la población.
Pero nada más lejos de la realidad ideada por la calenturienta mente de un fanático de las conspiraciones: el Banco de Semillas es solo un gran laboratorio en el que además de guardar las semillas, se experimenta con nuevas variedades para adaptarlas al nuevo mundo.
Y cuando decimos nuevo mundo, hablamos del nuevo clima al que lentamente nos vamos dirigiendo. Los científicos tratan las semillas para que crezcan en temperaturas más elevadas, las que nos tocarán sufrir por el cambio climático. Además, hacen que sean más resistentes a plagas de insectos, una circunstancia que se va a multiplicar su ocurrencia debido al nuevo clima.
Más del 20% de las especies botánicas conocidas en el mundo están amenazadas, y no solo por el cambio climático: la presión humana, la de vegetales invasores, o por plagas de insectos o por una combinación de todas ellas.
¿Por qué tan al norte?
Hasta la creación del centro de Svalbard, los demás bancos de semillas se habían construido siempre al sur del ecuador. En caso de catástrofe medioambiental, cuanto mayor sea la distancia entre los centros, mejor.
Svalbard está literalmente construido dentro de una montaña. Es una bóveda de 1.000 metros cuadrados que se encuentra a una altura de 130 metros sobre el nivel del mar, y en la que trabaja un equipo de científicos y técnicos que vigilan las 24 horas para que no haya cortes de electricidad y se mantengan las condiciones especiales.
Las simientes de los ejemplares se conservan en unas condiciones de humedad estable, a baja temperatura constante (en torno a -20 grados), sin apenas luz o en la oscuridad y en bolsas de aluminio que luego son introducidas en frascos de plástico con etiquetas que detallan la variedad, el lugar donde fueron recolectadas y sus características.
Aumento de la producción
Además de con fines de conservación, las semillas de Svalbard también son estudiadas para que se las pueda sacar mayor partido. La organización Thinktank Population asegura que existe un 70% de posibilidades de que la población mundial pase de 7.000 millones que hay en la actualidad, a 11.000 millones en 2100. Mientras el número de almas crece de manera espectacular, el terreno cultivable sigue siendo el mismo, por lo que es necesario sacarle el máximo partido. Ahí entran los científicos del Banco de Semillas. Sus trabajos esperan hacer que las plantas de sus semillas den muchos más frutos y sean más rentables.
Y como decíamos antes, más resistentes. El cambio climático acelerará la desaparición de varias especies botánicas, y si alguna de ellas es clave para la alimentación humana, se podrían reproducir hechos tan luctuosos como la gran hambruna irlandesa del siglo XIX, en la que un millón de personas murieron y otro millón emigraron a causa de una plaga que hizo que las patatas no pudieran ser cultivadas en la isla.