Históricamente, los espejos han representado un misterio coulto y esotérico. Desde la antigüedad se han utilizado espejos como oráculos para ver el futuro. Un reconocido profeta del siglo XVI, Michel de Nostradamus tuvo algunas de sus visiones más conocidas utilizando el reflejo que le proporcionaba un cuenco de agua. Incluso, hay quienes afirman que los espejos pueden ser utilizados en rituales de invocación de espíritus y para conjurar demonios o encerrarlos eternamente cual si de una cárcel mágica se tratara.
Los espejos más antiguos tenían características diferentes de los actuales, ya que a diferencia de los que usamos habitualmente, aquellos se construían sobre placas planas de vidrio recubiertas con láminas de plata o estaño, sin embargo, durante más de un milenio, se recogen anécdotas e historias sobre espejos mágicos.
En el Antiguo Egipto se creía que estaban dotados de una fuerte espiritualidad y se colgaban frente a los difuntos junto con el ojo de Horus con la creencia de que le permitiría a quienes dejaban de existir en el plano físico, orientarse por los senderos del más allá.
En muchos pueblos antiguos existía la creencia de que los espejos podían mostrar el alma humana, la cual podría existir separada del cuerpo e incluso que a través de éstos era posible atrapar el reflejo de una persona, dejando su espíritu atrapado por el resto de la eternidad. Actualmente, todavía se acostumbra quitar los espejos de las habitaciones de los moribundos para evitar que esto ocurra.
Durante la edad media, los espejos se utilizaron en las Iglesias para atrapar demonios e interrogarlos. En el testamento denominado «La Clavícula de Salomón» se explica como construir espejos mágicos y utilizarlos bajo la intervención del ángel Azrael. Otro registro escrito de la utilización de espejos en las artes mágicas data del año 1458, y es el famoso libro «La magia sagrada de Abramelín el Mago» escrita por Abraham el judío; En ésta obra se explica con detalle como obtener visiones en un espejo.
Existen leyendas urbanas en las que recitando palabras mágicas es posible conjurar o abjurar espíritus frente a un espejo, y así un fantasma se mostrará dentro del espejo. Un ejemplo es la leyenda de Bloddy Mary, la cual puede ser invocada diciendo su nombre 13 veces frente a un espejo. Luego de realizado el ritual ella aparecerá para desfigurar el rostro de la persona que la invoque.
Piri Reis dibujó estos mapas en el mismo siglo en el que Colón descubrió América y segun él mismo explica basó sus dibujos en otros mapas de 1500 años de antiguedad, de la era de Alejandro. Estos sucesos inducen a creer que en realidad, Colón pudo haber navegado siguiendo el curso que dictaban las cartas del otomano. Y de ésta forma «descubrir» el nuevo continente.
Pero la casualidad no termina allí. El mapa de Piri Reis, contiene, además de América, un detalle completo de la Antártida, que segun datos históricos fue descubierta en el año 1818. Según los cartógrafos expertos, solo es posible crear un mapa así con imágenes satelitales.
Esta extraña situacion ha despertado gran interés como enigma y se le suele considerar un oopart. El original se conserva en el Museo Topkapi Sarayi de Estambul pero no suele estar expuesto al público.
José López Rega, conocido como el Brujo nació en Buenos Aires el 17 de Octubre de 1916 y murió el 9 de Junio de 1989. Fue un político argentino, célebre como secretario privado de Juan Domingo Perón, y con una poderosa influencia sobre el líder peronista y su tercera esposa, conocida como Isabel.
En el transcurso del año 1944 y tras fracasados intentos por dedicarse a la música, las necesidades económicas por las que atravesaba lo llevarían a alistarse en la Policía Federal. Nadie se imaginaba, en ese momento, que aquel extraño personaje se terminaría convirirtiendo en uno de las figuras más influyentes y nefastas de la política argentina.
La madre de Lopez Rega murió durante el parto; El niño fue un muchacho educado, cuidadoso en los modales y respetuoso en el trato, pero introvertido; Tenía una biblioteca que cubría toda una pared y se interesaba especialmente en temas espirituales; Se casó a los 27 años y durante toda la vida se interesaría por el canto lírico y el esoterismo.
Una visita que cambiaría la vida de Lopez Rega.
En la Navidad de 1951, en la localidad de Paso de los Libres, de la provincia de Corrientes, López conocería a Victoria Montero, una vidente a quien ya había visitado Eva Perón, y sería ella quien además de iniciarlo formalmente en el camino espiritual le advertiría:
“Si usted trabaja su espíritu podrá entrar en armonía con el Universo y se convertirá en un ser puro. Sus fuerzas ocultas serán una bendición para los demás. Podrá curar enfermedades, aliviar los dolores del cuerpo y del alma. Pero nunca deberá abusar de sus poderes porque producirá mucho daño. Será una maldición para todos y también para usted.”
Durante años frecuentaría a ésta vidente y por su intermedio, conocería algunos masones e integrantes de la secta umbanda que lo acompañarían en sus ambiciones y proyectos. A medida que se fortalecía y ganaba posiciones políticas fue abandonando a su Madre Espiritual y veinte años más tarde, cuando ya se había instalado junto a Perón, fue la misma Victoria quien lo echó definitivamente diciéndole: “Usted nos engañó a todos. Váyase”.
Premoniciones y Misterios.
Todo es premonitorio en la vida del que sería secretario de Perón: desde su nacimiento, un 17 de octubre, hasta los encuentros con las tres esposas del líder político. López Rega frecuentó durante gran parte de su vida, en distintas latitudes, círculos vinculados a un esoterismo «impuro», mezcla de religiosidad y autoayuda. Allí definió el sentido de su tránsito terrenal. Su lugar en la historia, por lo tanto, no proviene de un proyecto definido de antemano.
Para López Rega la acción política era sólo un instrumento en la realización de los designios cósmicos de alcance universal: Se consideraba un elegido, pero no de la política sino de los misteriosos emprendimientos del umbandismo y de la “rosa mística”. Para López Rega, pero también para muchos de los que lo rodeaban, su destino, incluido el político, ya estaba escrito.
Lopez Rega y Perón.
Gracias a su cargo en la policía Federal, López Rega consigue formar parte de la guardia que protegía el palacio presidencial, durante el primer mandato de Perón. Aunque al principio apenas mantenía contacto con el líder político y su esposa, fue creciendo, entre ellos, una relación de amistad. Por esos años, y gracias al padrinazgo de José María Villone, Rega comienza a cantar arias óperas en Radio Mitre.
Los lazos definitivos entre éste misterioso personaje y Juan Domingo Perón, fueron entretejidos por extrañas casualidades del destino. María Estela Martínez sólo reconocía una familia: la de José Cresto. Los Cresto, venidos de Corrientes, habían establecido una escuela espiritista en Buenos Aires. En ese hogar “Estelita” encontró protección, formación espiritual y el afecto negado por sus padres biológicos a quienes detestaba.
Un común clima esotérico facilitó el encuentro de López Rega con la tercera esposa de Perón y que sus conocidos la nombraban Isabel. Fue en la casa del mayor Alberte, en una de las reuniones políticas que la enviada del exiliado en España sostuvo con sus partidarios para reordenar las fuerzas del peronismo sacudidas por la heterodoxia de Vandor.
Era 1965 y la impresión que recibió Isabel abrió una ruta que condujo a López Rega a la residencia madrileña de Perón y luego al Ministerio de Bienestar Social (uno de los cargos que Perón no estaba dispuesto a negociar en el gabinete de Héctor Cámpora) y luego a las Tres A.
El núcleo mafioso que rodeaba a López Rega, y que podría confundirse con una pandilla de cómicos embaucadores, fue un polo de atracción hacia el cual convergieron las formas más diversas de corrupción y criminalidad impregnadas de ambiguas o explícitas manifestaciones religiosas.
Pero no fue en los tenues tramados del espíritu donde López Rega ancló su reino, sino en las resistentes aunque porosas estructuras de la política de los años ‘60 y en los comienzos de los ‘70. López Rega, es preciso registrarlo, se hizo fuerte de la mano de Perón y su última esposa.
Su presencia tiñó un capítulo tenebroso de la singular historia de una Argentina que giraba incesantemente alrededor del peronismo y de su conflictiva articulación de fuerzas. Ya tocado por la muerte, tal vez las palabras más verdaderas de Perón fueron aquellas que anunciaron que había regresado a la Patria “descarnado”.
Cuando prefirió la afirmación de que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, Perón se negaba a sí mismo. Durante 30 años había contribuido a construir un país fracturado en el que las multitudes llegaron a vibrar de entusiasmo frente al apotegma que rezaba: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
López Rega no fue producto necesario del peronismo, pero sin el peronismo resultaría impensable. Buena parte de las formas del terror practicado por la dictadura ya transitaban el país antes del 24 de marzo de 1976: casi dos mil asesinatos perpetrados por la acción de la Triple A amparada por López Rega en los dos años de su desenfrenada vigencia.
Antes del Golpe de Estado se contaban 600 desaparecidos. Los militares perfeccionaron el terror, lo multiplicaron, lo sistematizaron, lo hundieron en todas las zonas penetrables del cuerpo de la Nación. Los métodos ilegales, que ya se aplicaban bajo el imperio de las normas legales, se volvió la legalidad misma durante la dictadura que se asentaba, explícitamente, en la arbitrariedad de la fuerza.
La memoria, que está antes que la historia, reconoce las palabras y establece vínculos no siempre evidentes para la historia. A veces confunde: ¿cómo diferenciar el origen de las palabras cuando suenan idénticas? La revista El caudillo, bajo la dirección de Felipe Romeo y el directo auspicio del Ministerio conducido por López Rega, se constituyó, de hecho, en vocero de las Tres A.
Su lema, amenazante y funesto se mostraba siniestro: “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Los oídos de los jóvenes militantes de la izquierda peronista, mientras tanto, exaltados por el entusiasmo de la venganza purificadora que alguna vez había prometido Perón, se habían habituado a escuchar sus propias voces: “cinco/ por uno/ no va a quedar ninguno”.
En aquellos años de la década de 1970, el país todo estaba sumergido en un lenguaje que, ya a esa altura, sólo anunciaba finales. No todos los que lo enunciaban eran ejecutores, pero un odio viscoso ocupaba los rincones menos perceptibles en una espiral imparable, nutrida de palabras que llamaban al espanto.
El aire común, se volvía insoportable. Atrás había bombas arrojadas sobre multitudes reunidas en la Plaza de Mayo en 1955, había fusilamientos de quienes se levantaron contra la “Revolución Libertadora” en 1956, había un pasado de humillaciones y resentimientos y las palabras de Perón desde el exilio.
En los 1970 todas las palabras habían sido pronunciadas. Todas aludían al terror. Apenas regresado de España, al día siguiente de ese punto sin retorno que significó el enfrentamiento de Ezeiza del 20 de junio de 1973, en un mensaje por televisión a todo el país Perón expresó con claridad su comprensión de las cosas: “A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.
Los campos quedaban definidos y el futuro anunciado. El 1º de octubre de 1974, muerto Perón y López Rega en plenitud de su poderío, el Consejo Superior Peronista hacía circular otras instrucciones que permitían evocar las que Perón distribuyera casi 20 años, pero donde el enemigo era otro: “los infiltrados marxistas del Movimiento”.
Un llamado a asumir la propia defensa y a atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión: “Nadie podrá plantear cuestiones personales, o disensiones de grupos o sectores, que afecten o entorpezcan la lucha contra el marxismo”. El ítem 9, Medios de lucha, precisaba: “Se utilizarán todos los que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad. La necesidad de los medios que se propongan, será apreciada por los dirigentes de cada distrito”.
Un año después, en 1975, el gobierno constitucional que aún era presidido por Isabel Perón emitía el decreto 2772 que disponía “Ejecutar las operaciones militares y seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.
Era el mes de octubre. Algunos meses después las fuerzas armadas consideraron que una de esas “medidas necesarias” era tomar las riendas del Gobierno y el 17 de diciembre de 1976, el jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola impartía “órdenes secretas” que precisaban las formas de la lucha “contra elementos subversivos”: “Aplicar el poder de combate con la máxima violencia para aniquilar a los delincuentes subversivos donde se encuentren. La acción militar es siempre violenta y sangrienta. El delincuente subversivo que empuñe armas debe ser aniquilado, dado que cuando las FF. AA. entran en operaciones no deben interrumpir el combate ni aceptar rendición”.
El balance, ahora que podemos mirar con alguna distancia temporal, resulta oprobioso. Traer a examen la figura de José López Rega significa elegir un camino lleno de acechanzas, plagado de sombras y equívocos. Sin embargo, no hay otra alternativa para los que hemos aprendido que nada justifica declinar en la búsqueda de la verdad. Aún convencidos de que la verdad no es otra que esa búsqueda incansable y en buena medida desesperanzada.
En caso de estar vivo, seguramente Juan Domingo Perón habría incorporado el momento al vasto archivo de situaciones pintorescas o grotescas vividas en el exilio o en el poder. De hecho acababa de morir, y fue entonces cuando José López Rega, su secretario privado, pidió a los médicos que se apartaran. Anunció que iba a resucitar al presidente de los argentinos, gracias a sus poderes espirituales. Lo tomó de las piernas y, sacudiéndolo, exclamó: «¡Despierta, Faraón!». No pasó nada…