En la provincia de «La Vega», en República Dominicana, existe una casa dehabitada desde hace más de 80 años. Cuenta la historia que en dicho sitio vivia una familia normal hasta que un día el padre hizo un pacto con el Diablo y jamás se supo de ellos. Los moradores y vecinos afirman que «Lo Malo» de esta casa se encuentra en la escalera que conduce al segundo piso.
Como habitualmente se construyen relatos sobrenaturales en torno a sitios como éste, y ésta casa abandonada no podía ser la excepción, existe también una leyenda Urbana en torno a ella. Dicha leyenda, versa en que si duermes en la casa, apareces en la autopista Duarte que se encuentra a unos 30 metros del lugar.
Muchos afirman haber dormido alli sin que nada etraño les ocurra, sin embargo, nadie parese haberse dormido en aquel extraño lugar despues de 00:00 hs, tal y como exige la leyenda.
Otro dato curioso es que los que han intentado filmar la casa de noche, no han podido obtener imagenes del sitio, porque las cámaras se apagan solas o si no la memoria «Les falla».
El 112 de Ocean Avenue es la dirección de una gran casona cuyo pasado está colmado de misterios y sucesos sobrenaturales. Está localizada al sur de Long Island y a unas veinte millas de la ciudad de Nueva York, en la localidad de Amityville. Durante muchos años ha estado deshabitada, por la increible historia que gira en torno a ella. Desde un cementerio Indio hasta el caso poltergeist que diera origen a una novela de Terror, pasando por un asesinato múltiple, sin lugar a dudas éste sitio representa uno de los lugares más enigmáticos y macabros de Estados Unidos.
La Historia de la Mansión.
El terreno fue inicialmente utilizado por los indios nativos shinnecocks para dejar allí a los locos, a los moribundos y a los enfermos. Se los abandonaba en éste lugar aprisionados, hasta que morían de hambre y de sed. Luego se les enterraba allí mismo, originando así una especie de cementerio de los condenados. Esa costumbre perduró por siglos.
Hacia finales del siglo XVII, los colonizadores se apropiaron del territorio. La primera extructura construida en el lugar fue una pequeña casa que contaba con un sótano, y más tarde se construyó el resto de la casa, siendo ésta de origen colonial holandés. El dueño era John Catchum o Ketcham, quien había sido expulsado de Salem, Massachussets, por practicar la brujería. Una vez en la mansión, Catchum, había continuado llevando a cabo ritos satánicos, con sacrificios que incluían animales y hasta niños, según los rumores. Cuando murió, fue enterrado en los terrenos de la casa y esta fue quemada. Continuar leyendo «La Mansión de Amityville»
Todos los lugares poseen una doble dimensión. Una real, que es en la que se vive y se trabaja. La otra imaginaria, en la que se advierten las huellas de potencias infernales o celestes que testimonian la presencia de los antepasados, de sus espíritus y recuerdos; definiendo así un espacio propio, cargado de historia, afectos y emociones. Visto de esta forma, un lugar es, en un cierto modo, una invención.
Esto es lo que llevado a que cosas que no han sido concebidas como fantásticas así lo parezcan; por ejemplo faros, castillos, monasterios, abadías y mansiones.
La tradición oral y escrita informa acerca de miles de sitios con estas características; sitios que van desde los ya mencionados —y construidos por el hombre— hasta bosques, cruces de caminos, cuevas, lagunas, montañas e incluso árboles embrujados. De todos ellos, quizás sea el bosque el que mantenga —desde hace más tiempo— el aspecto numinoso que referimos. Reductos del miedo y del peligro, los lugares boscosos suponían la presencia de hadas, genios, brujas y espectros aterradores que amenazaban la integridad física y moral de los hombres. Muchos cuentos infantiles de origen medieval testimonian lo dicho.
Historias de Castillos Embrujados
El romanticismo decimonónico retomó la posta y supo explotar su gusto por la soledad, por lo vetusto y lo misterioso, poblando con fantasmas aquellos lugares que dieran con el tipo. Así, jardines abandonados o moradas desiertas se hallaron a disposición de los espíritus.
Enfrentándose a una arqueología materialista por definición, el imaginario romántico hizo de las ruinas sitios ideales donde poder elevarse y captar en concreto el evanescente paso del tiempo y la brevedad de la vida humana. Se resistió a ver sólo piedras —susceptibles de ser fechadas, medidas, catalogadas— y transformó mentalmente a esos históricos monumentos en potenciales escenarios para tramas misteriosas, protagonizadas por legiones fantasmales.
La Torre de Londres vio aparecer entonces el alma en pena de Ana Bolena, decapitada por su esposo en el siglo XVI; o el espectro de Sir Walter Raleigh, injustamente condenado a prisión en el mismo siglo.
La Abadía Newstead congregó entre sus muros una media docena de fantasmas. Por ejemplo, el Temible Demonio Byron (supuesto tío del famoso escritor); una anónima Dama Blanca, que camina pensativa por la casa y un Fraile Negro, anunciador macabro de muertes cercanas. No podía faltar también el espectro de un perro que corre por los jardines, ladrándole a la luna.
Del mismo modo, Watton Priory, un convento fundado en siglo VIII, pasó al acervo folklórico inglés como un lugar poblado de lamentos y jardineros fantasmas. En competencia con él, la Abadía Whitby sigue manteniendo una pequeña congregación de monjas que, desde el Más Allá, continúan respetando los votos de castidad que juraron en vida.
En la zona sur de Inglaterra se levanta el Castillo Suadewy, hogar de una espectral Dama de Verde, asociada al fantasma de Catherine Parr, ex-esposa del rey Enrique VIII. Mucho más al norte —en Escocia—, el Castillo Hermitage testimonia su pasado de sadismo y horror a través de la historia del fantasma de un noble local, recordado por los asesinatos que supuestamente cometió durante el siglo XV. También en las Tierras Altas Escocesas, el Castillo Glamis posee un puñado de fantasmas: la Dama de Gris, el fantasma de Janet —esposa del VI Lord de Glamis— y la extraña figura que corre a través del parque, conocida familiarmente como «Jack the runner» (Juan el Corredor).
Historias prototípicas como estas abundan no sólo en Inglaterra, sino también en Francia, Alemania, España o Estados Unidos. De hecho no existe país que no posea sus lugares encantados.
Puede que cambie el escenario inmobiliario del drama, pero en esencia todas las historias parecen ser variaciones de un mismo tema. Variaciones que, readaptadas al espacio urbano e industrial, testimonian una necesidad muy enraizada en el espíritu de los seres humanos.
Consecuentemente, ni las chimeneas humeantes del progreso, ni los abarrotados barrios obreros de las surgentes ciudades industriales, desplazaron del todo a los espectros de los muertos. Tampoco los espacios de sociabilización burguesa —levantados en pleno corazón de la city— exorcizaron a sus legendarias almas en pena. Así, el Teatro Royal —en Drury Lane, Londres— comenzó a encerrar en sus palcos y plateas al espectro de un hombre desconocido, vestido a la usanza del siglo XVIII, cuyas materializaciones siempre anunciaban un éxito de taquilla.
Cada uno de los muchos lugares encantados que acabamos de mencionar brevemente, son sólo una escueta muestra —arbitraria— de los miles que existen desperdigados en las más diversas geografías de Occidente.
La literatura nos ha acostumbrado a pensar en los fantasmas como en entes individuales, solitarios, que aparecen encantando mansiones y castillos; pero existen narraciones que refieren apariciones en gran escala, es decir, un «gran espectáculo grupal de espectros». Generalmente, esta variedad folklórica está íntimamente relacionada con acontecimientos históricos —perfectamente fechados e identificados— de importancia regional o nacional.
En un siglo como el XIX, en donde el simbolismo nacionalista fue tan importante, no pudieron dejar de circular leyendas respecto de batallas fantasmales, vueltas a representar en fechas y momentos caros al incipiente sentimiento —¿fanatismo?— nacional. Así, las guerras civiles —como la inglesa o norteamericana, de las décadas de 1640 y 1860 respectivamente— se convirtieron en un sugerente caldo de cultivo de muchos relatos populares de fantasmas.
Testimonios de dolorosos enfrentamientos entre hermanos y símbolos de las contradicciones de las recién gestadas identidades colectivas, las batallas de Naseby —celebrada el 14 de junio de 1645, en Northamponshire—, la de Martoon Moor —del mismo año— o el choque armado en Edgehill —de 1642—, son ejemplos ya tradicionales de batallas inglesas en las que ejércitos espectrales escenifican el combate, en los antiguos escenarios del drama. De igual forma, en la localidad de Shiloh, Tennesse, Estados Unidos, la tradición oral sostiene que el sonido de armas de fuego, choques de sables, gritos y lamentos, se podían oír varios años después de celebrado el cruel enfrentamiento de abril de 1862 (y en el que 24.000 personas perdieron la vida).
Daniel Granada ha denominado a estos lugares como «sitios asombrados», puesto que «sorprenden a la gente con los ruidos, voces y visiones con que las almas en pena se manifiestan»…