Los fantasmas de la Torre de Londres

Personaje de las leyendas relativas a las posibles manifestaciones de un indivi­duo después de su muerte, la figura del fantasma se encuentra en todas las tradiciones culturales del mundo. El folklore británico tiene tan integrado al fantasma que el adjetivo encantado llega a la mente apenas se habla de una morada o de un castillo británico. Por supuesto, la más importante de las fortalezas británicas es la Torre de Londres, que cuenta también con un sinnúmero de apariciones célebres.

Un guardia en el tribunal

Ana Bolena fue decapitada, bajo la acusación de adulterio, por un verdugo venido especialmente de Francia, el 19 de mayo de 1536. Ejecutada mil días después de haber desposado a Enrique VIII, es la segunda de las seis esposas y la primera victima del rey que inspira la siniestra leyenda de Barba Azul. Después de la ejecución, sus restos fueron enterrados furtivamente en la capilla de San Pedro, en la Torre de Londres donde estuvo recluida. Desde entonces y por siglos la última aparición habría sido en 1933 su espectro aparece a intervalos regulares, a veces conduciendo una proce­sión en la capilla de San Pedro, otras veces, sola en distintos lugares de la vieja fortaleza. Una de las manifestaciones más impresionantes del fantasma se produce, sin embargo, en el invierno de 1864. Una noche, un guardia es encontrado inconsciente. Acusado de haberse quedado dormido en su puesto, debe comparecer frente a un tribunal militar. El hombre relata que al amanecer vio salir de la neblina una silueta blanca. llevaba un tocado, pero sin cabeza debajo, y se dirigió hacia él. Después de hacer las tres advertencias de rigor, el soldado se acercó a la silueta; pero cuando la bayoneta de su fusil la atravesó, un rayo se propagó a lo largo del cañón, y fue impactado por un fuerte golpe. Todo esto parecería sólo una excusa de no ser por dos soldados y un oficial que habrían atestiguado, después de la declaración del acusado, haber visto al espectro por una ventana. Cuando se averiguó que la forma, en los cuatro casos, fue vista justo debajo de la ventana del cuarto en el que Ana Bolena pasó su última noche antes de su ejecución, el tribunal optó por liberar al guardia.

El cadáver de un gato…

El dilatado pasado de la Torre como prisión de estado y la calidad de varios de sus detenidos y de las víctimas ejecutadas en ella hacen del edificio (construido por Guillermo el Conquistador a fines del siglo XI) un lugar predilecto de los fantasmas.Grandes damas del reino asesinadas ahí habitarían, de esta manera, el edificio paseándose sobre las murallas, por los corredores y atravesando los muros. Por ejemplo Margaret, condesa de Salisbury, ejecutada en 1541 a la edad de setenta años, en terribles circunstancias ?el verdugo tuvo que decapitarla tres veces?, «reviviría» periódicamente sus últimos momentos ante la vista horrorizada de los guardias, los únicos seres vivos que frecuentan esos lugares durante la noche, Pero también hay fantasmas de hombres que encantan la torre. El fantasma mas antiguo es Santo Tomás Becket, asesinado durante una misa en la catedral de Canterbury en 1170. De él se dice que volvería a visitar la Torre, de la que fue gobernador un tiempo. Otro espectro ilustre es el del gran explorador sir Walter Raleigh, encarcelado por Jacobo 1 acusado de complot. Estuvo en prisión desde 1603 hasta 1616, fue dejado en libertad por un lapso de dos años, luego apresado nuevamente y decapitado. Continuar leyendo «Los fantasmas de la Torre de Londres»

Castillos encantados

Todos los lugares poseen una doble dimensión. Una real, que es en la que se vive y se trabaja. La otra imaginaria, en la que se advierten las huellas de potencias infernales o celestes que testimonian la presencia de los antepasados, de sus espíritus y recuerdos; definiendo así un espacio propio, cargado de historia, afectos y emociones. Visto de esta forma, un lugar es, en un cierto modo, una invención.

Esto es lo que llevado a que cosas que no han sido concebidas como fantásticas así lo parezcan; por ejemplo faros, castillos, monasterios, abadías y mansiones.

La tradición oral y escrita informa acerca de miles de sitios con estas características; sitios que van desde los ya mencionados —y construidos por el hombre— hasta bosques, cruces de caminos, cuevas, lagunas, montañas e incluso árboles embrujados. De todos ellos, quizás sea el bosque el que mantenga —desde hace más tiempo— el aspecto numinoso que referimos. Reductos del miedo y del peligro, los lugares boscosos suponían la presencia de hadas, genios, brujas y espectros aterradores que amenazaban la integridad física y moral de los hombres. Muchos cuentos infantiles de origen medieval testimonian lo dicho.

Historias de Castillos Embrujados

El romanticismo decimonónico retomó la posta y supo explotar su gusto por la soledad, por lo vetusto y lo misterioso, poblando con fantasmas aquellos lugares que dieran con el tipo. Así, jardines abandonados o moradas desiertas se hallaron a disposición de los espíritus.

Enfrentándose a una arqueología materialista por definición, el imaginario romántico hizo de las ruinas sitios ideales donde poder elevarse y captar en concreto el evanescente paso del tiempo y la brevedad de la vida humana. Se resistió a ver sólo piedras —susceptibles de ser fechadas, medidas, catalogadas— y transformó mentalmente a esos históricos monumentos en potenciales escenarios para tramas misteriosas, protagonizadas por legiones fantasmales.

La Torre de Londres vio aparecer entonces el alma en pena de Ana Bolena, decapitada por su esposo en el siglo XVI; o el espectro de Sir Walter Raleigh, injustamente condenado a prisión en el mismo siglo.

La Abadía Newstead congregó entre sus muros una media docena de fantasmas. Por ejemplo, el Temible Demonio Byron (supuesto tío del famoso escritor); una anónima Dama Blanca, que camina pensativa por la casa y un Fraile Negro, anunciador macabro de muertes cercanas. No podía faltar también el espectro de un perro que corre por los jardines, ladrándole a la luna.

Del mismo modo, Watton Priory, un convento fundado en siglo VIII, pasó al acervo folklórico inglés como un lugar poblado de lamentos y jardineros fantasmas. En competencia con él, la Abadía Whitby sigue manteniendo una pequeña congregación de monjas que, desde el Más Allá, continúan respetando los votos de castidad que juraron en vida.

En la zona sur de Inglaterra se levanta el Castillo Suadewy, hogar de una espectral Dama de Verde, asociada al fantasma de Catherine Parr, ex-esposa del rey Enrique VIII. Mucho más al norte —en Escocia—, el Castillo Hermitage testimonia su pasado de sadismo y horror a través de la historia del fantasma de un noble local, recordado por los asesinatos que supuestamente cometió durante el siglo XV. También en las Tierras Altas Escocesas, el Castillo Glamis posee un puñado de fantasmas: la Dama de Gris, el fantasma de Janet —esposa del VI Lord de Glamis— y la extraña figura que corre a través del parque, conocida familiarmente como «Jack the runner» (Juan el Corredor).

Historias prototípicas como estas abundan no sólo en Inglaterra, sino también en Francia, Alemania, España o Estados Unidos. De hecho no existe país que no posea sus lugares encantados.

Puede que cambie el escenario inmobiliario del drama, pero en esencia todas las historias parecen ser variaciones de un mismo tema. Variaciones que, readaptadas al espacio urbano e industrial, testimonian una necesidad muy enraizada en el espíritu de los seres humanos.

Consecuentemente, ni las chimeneas humeantes del progreso, ni los abarrotados barrios obreros de las surgentes ciudades industriales, desplazaron del todo a los espectros de los muertos. Tampoco los espacios de sociabilización burguesa —levantados en pleno corazón de la city— exorcizaron a sus legendarias almas en pena. Así, el Teatro Royal —en Drury Lane, Londres— comenzó a encerrar en sus palcos y plateas al espectro de un hombre desconocido, vestido a la usanza del siglo XVIII, cuyas materializaciones siempre anunciaban un éxito de taquilla.

Cada uno de los muchos lugares encantados que acabamos de mencionar brevemente, son sólo una escueta muestra —arbitraria— de los miles que existen desperdigados en las más diversas geografías de Occidente.

La literatura nos ha acostumbrado a pensar en los fantasmas como en entes individuales, solitarios, que aparecen encantando mansiones y castillos; pero existen narraciones que refieren apariciones en gran escala, es decir, un «gran espectáculo grupal de espectros». Generalmente, esta variedad folklórica está íntimamente relacionada con acontecimientos históricos —perfectamente fechados e identificados— de importancia regional o nacional.

En un siglo como el XIX, en donde el simbolismo nacionalista fue tan importante, no pudieron dejar de circular leyendas respecto de batallas fantasmales, vueltas a representar en fechas y momentos caros al incipiente sentimiento —¿fanatismo?— nacional. Así, las guerras civiles —como la inglesa o norteamericana, de las décadas de 1640 y 1860 respectivamente— se convirtieron en un sugerente caldo de cultivo de muchos relatos populares de fantasmas.

Testimonios de dolorosos enfrentamientos entre hermanos y símbolos de las contradicciones de las recién gestadas identidades colectivas, las batallas de Naseby —celebrada el 14 de junio de 1645, en Northamponshire—, la de Martoon Moor —del mismo año— o el choque armado en Edgehill —de 1642—, son ejemplos ya tradicionales de batallas inglesas en las que ejércitos espectrales escenifican el combate, en los antiguos escenarios del drama. De igual forma, en la localidad de Shiloh, Tennesse, Estados Unidos, la tradición oral sostiene que el sonido de armas de fuego, choques de sables, gritos y lamentos, se podían oír varios años después de celebrado el cruel enfrentamiento de abril de 1862 (y en el que 24.000 personas perdieron la vida).

Daniel Granada ha denominado a estos lugares como «sitios asombrados», puesto que «sorprenden a la gente con los ruidos, voces y visiones con que las almas en pena se manifiestan»…

Extraído de : Monografías de Fantasmas