Los cenotes, depósitos de agua subterránea o semisubterránea y la civilización maya son dos elementos inseparables, como vemos en el plano.
Estos dioses eran muy celosos y pedían mucho a los humanos, para que les permitieran escapar del inframundo, luego de muertos y que dieran buenas cosechas y lluvias. Por ende los sacrificios humanos eran la moneda corriente para apaciguarlos: Primero se usaron niños, luego mujeres y posteriormente masculinos, cuando la sequía arreciaba. Los cenotes aparecen en tierras calizas, por la infiltración del agua de lluvia. Se forman cavernas, al ir disolviendo la misma los minerales. En ciertos lugares estas cúpulas cavernosas, con el paso del tiempo se desmoronan y se forma los llamados cenotes propiamente dichos.
Cuando se talaron todos los bosques, para usarlos como leña y para hacer lugar a la agricultura, debido al gran crecimiento poblacional de los mayas, el clima fue cambiando, llovió menos y la tierra del Yucatán, perdió fertilidad, entró a transformarse en un desierto.
Para peor, debido a las cada vez mayores carnicerías religiosas, que arrojaron “esas donaciones” dentro de los cenotes, convirtieron a los mismos en verdaderas cloacas. Usar ese agua era morir. Esto seguramente convenció a los últimos mayas a emigrar, abandonando todo a la naturaleza que en los siguientes siglos fue restituyendo lo ocasionado por el daño humano.
Los debilitados mayas, al huir, debieron ser exterminados y algunos esclavizados por todas las tribus vecinas que durante muchos siglos fueron siervos o sacrificados en formas terribles. La venganza debió ser equivalente y en el fondo entre “hermanos” genéticos.
Eso fue el fin de una de las mayores civilizaciones de América.