Teoría de cuerdas: Existen múltiples dimensiones?

La ciencia actual acepta la existencia de cuatro fuerzas fundamentales para describir los fenómenos naturales conocidos. Estas fuerzas son: La fuerza gravitacional, la fuerza electromagnética y la interacción nuclear fuerte y débil.

En la búsqueda de la física, por construir una teoría unificada que explique dichos fenómenos en su totalidad, surgieron, hace más de treinta años, las primeras teorías que hablaban sobre las cuerdas.

Las cuerdas son básicamente unos hilos de energía sobre la cual se compondrían todas las partículas de la materia, dependiendo, cada nuevo elemento, de la forma en que éstas oscilen. Matemáticamente, dichas cuerdas necesitarían de al menos once dimensiones espaciales para dar lugar a las fuerzas físicas así como a los componentes de la materia.

Antecedentes de la teoría de cuerdas

Hace más de docientos años, el matemático Leonhard Euler habría ideado un conjunto de ecuaciones en un intento por unificar éstas fuerzas; Más tarde, la recopilación de su trabajo, sumado a nuevos aportes de un grupo de pensadores habría dado lugar a la actual teoría de cuerdas.

Edward Witten postularía más adelante su teoría de unificación denominada Teoría M o Teoría U. En ella definió elementos que no sólo podían ser cuerdas vibrantes sino objetos de una dimensionalidad mayor. Estos elementos se conocen con el nombre de membranas o p-branas.

En busca de las dimensiones ocultas

El experimento de Kellogg : El niño y el simio

En el año 1930, Winthrop N. Kellogg era un jóven psicólogo recién doctorado en la Universidad de Columbia, EEUU. Habiendo dedicado una gran parte de sus estudios de investigación a cuestiones referentes a la conducta y el aprendizaje, Winthrop habría sentido, un par de años atrás, cierta curiosidad por un artículo del American Journal of Psychology sobre «Niños Salvajes«. Se trataba concretamente de la historia de dos niñas que habían crecido en una manada de lobos, y que habían adquirido el comportamiento propio de éstos animales.

Fue durante el transcurso de aquellos años, que Kellogg decidiría extender su investigación intentando descubrir a través de un polémico experimento científico cuales eran las causas naturales que establecían la brecha entre el comportamiento humano y el comportamiento animal.

En 1931, comenzaría la investigación empírica denominada : «El simio y el niño»; Un estudio en el cual utilizaría a una chimpacé recien nacida llamada Gua y a un pequeño bebé de 10 meses de vida; Donald, su propio hijo. El fin de la investigación era el de reproducir la convivencia de éstas dos especies bien discímiles en un contexto similar, como si fueran dos hermanos, utilizando la misma ropa, los mismos juguetes y recibiendo los mismos cuidados y observar de ésta forma la evolución del comportamiento y los avances en el aprendizaje de ambos.

Una de las hipótesis de Kellogg, era que el entorno condicionaba a los animales y que por más que existieran factores hereditarios, el simio lograría adaptarse al contexto humano si desde temprana edad se lo estimulaba al igual que un bebé, con los cuidados y cariño que éstos reciben. En éste contexto, el mono representaría el objeto experimental y el niño el sujeto de control.

De ésta manera, lograría encontrar el punto de inflección en el que se produce esa brecha, inexplicable hasta el momento, en el que el aprendizaje humano se diferencia del animal, fundamentalmente en aquellas cuestiones que tienen que ver con el desarrollo del lenguaje.

Durante nueve meses, el niño y el simio fueron observados y controlados por un grupo de investigadores, a los efectos de poder cumplir con las espectativas del experimento. Diariamente eran examinados en cosas tales como presión sanguínea, la memoria, el tamaño corporal, los garabatos, los reflejos, la percepción de profundidad, la vocalización, la locomoción, las reacciones a las cosquillas, la fuerza, la destreza manual, la resolución de problemas, los temores, el equilibrio, el comportamiento en el juego, la obediencia y la comprensión del lenguaje, entre otras.

Por sorpresa para Kellogg y su equipo de trabajo, el entorno parecía no alterar la conducta natural de Gua, no sería el simio el que se «humanizaría», sino más bien el niño quien comenzaría a mostrar dificultades en su aprendizaje, desarrollando conductas propias de un chimpancé. Como por ejemplo, emitir sonidos propios de los monos, hasta llevarse todo a la boca como lo hacían los simios. Como resultado relevante del experimento, el niño comenzaría a tener serias dificultades de comunicación y su dominio del lenguaje se vería seriamente aletargado.

Otro aspecto sorprendente del experimento, fue que las respuestas de la mona, frente a determinados estímulos eran considerablemente más rápidas que las del pequeño Donald.

La siguiente tabla, muestra algunos de los resultados que sorprendieron a los investigadores:

Comprensión Donald Gua
No No 12 meses 7 meses
Cierra la puerta 14 meses. 13 meses
¿Dónde está tu nariz 16 meses 14 meses
Cierra el cajón 18 meses 15 meses

Afortunadamente Kellogg comprendió que le estaba causando un daño de consecuencias  impredecibles a su pequeño hijo y decidió separarlos antes de que fuera demasiado tarde. Las conclusiones de éste cuestionado experimento pueden leerse (En Inglés) en la biblioteca de la Universidad de Florida

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