Que pasa cuando nos morimos?

Navegando por yahoo me encontré con un artículo del escritor y filósofo Alejandro Rozitchner; titulado: Que pasa cuando nos morimos? – Naturalmente ha dado lugar a un debate controvertido que puedes visitar desde el siguiente enlace: Foros de Yahoo. Controvertido porque pese a que el autor reconoce que existen muchas creencias distintas, él mismo se confiesa ateo y nos brinda su punto de vista intentando mostrar como se debe vivir la vida disfrutando de ella a cada instante.

Interesante debate, posiblemente el único que no somos capaces de responder. Es verdad que debemos vivir la vida como si fuera el último día en ella, es cierto, pero muy cierto, que no somos quienes para exigirle más a la vida que la vida misma. Que debemos disfrutarla como al mejor de los obsequios, sin embargo es natural cuestionarse, al menos alguna vez, porqué debemos dejar de existir.

Porque muchos niños no tienen la misma oportunidad que tuvimos otros de hacernos ésta pregunta, porque la vida solo fue un suspiro para ellos?…

Porqué cultivar amistades y afectos, trabajar duro, aprender tantas cosas si algún día, simplemente y porque el destino mismo parece ser «finito», dejar de existir porque es la ley natural de las cosas?…

La respuesta no es tan trivial… Tampoco se puede minimizar. Si existe o no algo más allá de los confines de la vida, seguramente en algun momento lo sabremos. Apresurarnos a obtener una respuesta no cambiará nada, ya que cuando nos llegue el momento, en todo caso no seremos capaces de mostrarselo a nadie; Ya que si existe un alma inmortal, que mantiene viva nuestra conciencia será un poco tarde para transmitirlo y si nada existe después de la muerte, habremos dejado de existir para demostrarlo.

No se si sea de sabios sumergirse en un mar de pensamientos al respecto, pero reconozco que el hombre, a diferencia de cualquier otro ser vivo, sabe que morirá algun día, y en esa sabiduría, radica el motivo para querer escapar de ese destino.

Los animales, en general, son cautivos de su propia su naturaleza, y por lo tanto viven durante siglos sin promover demasiados cambios de hábitos dentro de su especie. El Hombre, en cambio, puede presindir de lo natural; Evoluciona! (para bien o para mal)… Los hombres de hoy, son un tanto distintos que los de hace 100 años o mil. Pero capaces de comprender ésta pregunta.

A modo informativo, he notado que cuando las personas «creen» en algo, pueden sobrellevar las dificultades de la vida de una manera distinta; No se precisamente si menos dolorosa, pero si mucho más serena. También reconozco, en mi atenta observancia, que cuando las personas «creen» en algo, sus deseos se realizan con mayor frecuencia. No conozco muchos ateos, agnósticos o confundidos, (como yo estos últimos) que logren explicar el mundo sin necesidad de recurrir, en determinados momentos a una especie de espiritualidad o de Fé religiosa. En otras palabras, es demasiado fácil no creer en algo, cuando no necesitamos creerlo!. Y los demás?… Los que necesitan creer… Qué queda para ellos?

Mi conclusión es que en éste largo camino al que todos convenimos en llamar «vida» se puede disfrutar de todo aquello que nos llena de alegría y de felicidad, porque es realmente fácil hacerlo, y a la vez podemos recurrir al instinto humano de trascendencia he intentar develar, en nuestros pensamientos más profundos, el misterio más grande de todos. La Muerte!

Estigmas

Un estigma es una marca, una señal en forma de lesión, surgida sin origen físico aparente, que imita cualquiera de las heridas recibidas por Cristo durante su tortura. Los más frecuentes e importantes por su profundo simbolismo son las lesiones que reproducen las cinco llagas, las perforaciones en pies y manos y la herida de la lanza recibida en el costado. A la lista de estos estigmas por antonomasia se añade el del hombro, que a menudo aparece herido, caído o deformado, evocando así el peso de la cruz arrastrada por Jesucristo en su camino al Gólgota. La famosa estigmatizada Louise Lateau portaba este estigma, cuyo efecto era tan intenso que inutilizaba su brazo derecho. Aparecen asimismo estigmas sobre la espalda, en forma de latigazos, reproduciendo la flagelación. El padre Pío, entre otros, presentaba este estigma, como lo atestiguaban diferentes fotografías de sus camisas. Otro estigma es el que aparece sobre la frente, un conjunto de pequeñas lesiones, de doce a quince generalmente, que reproducen las heridas provocadas por la corona de espinas, como las que mostraba, en el siglo XVI la parisina Sor Loise de Jesús; o Jeanne Boisseau, de cuya frente brotaba sangre todos los viernes a las tres de la tarde, a raíz de la Cuaresma de 1862.

Cuando todas estas marcas se dan simultáneamente, se habla de estigmatización completa, un hecho raro, si es que se puede hablar de rareza cuando nos referimos a este extraño fenómeno. Uno de los pocos «estigmatizados completos» fue Catherine de Ricci, quien durante doce años, entre el jueves y el viernes, presentaba las cinco llagas, la corona de espinas, los azotes y el estigma del hombro.

A estos estigmas se pueden añadir otros mucho menos comunes, como heridas en las rodillas conmemorando las caídas de Cristo, o representaciones simbólicas como cruces, látigos e incluso letras o palabras.

Casos de estigmatizados

San Francisco de Asís mostrando la herida de su costado. Esta considerado como el primer estigmatizado de la historia. Francesco Forgione, conocido como el padre Pío, fue un enigma viviente para médicos y especialistas hasta su muerte en 1968. Ingresó a los quince años en un monasterio y hacia el año 1915 sufrió una experiencia que marcó su vida. Tuvo una visión de Cristo mientras se encontraba arrodillado en un banco de la iglesia donde acababa de decir misa. Difícilmente pudo explicar su vivencia: «Sentí como si me fuera a morir… La visión se desvaneció y advertí que mis manos, pies y costado estaban perforados y sangrando profusamente». Intentó ocultar sus heridas, pero fue inútil. Los responsables del monasterio le pusieron bajo la tutela de diferentes autoridades médicas que estudiaron de cerca las heridas.

De modo prácticamente unánime, reconocieron que éstas atravesaban completamente sus manos, despedían un aroma agradable y ningún tratamiento había sido útil para curarlas. No tenían explicación alguna para el suceso. Además, el hermano Francesco sufría terribles hipertermias, elevadas subidas de temperatura que hacían romperse los termómetros clínicos.

Diferentes manifestaciones paranormales se producían en torno a su persona: bilocación, sanación, don de profecía y una extraña capacidad para leer el pensamiento ajeno. Uno de los informes médicos manifiesta el estupor de los doctores: «He examinado al padre Pío en cinco ocasiones a lo largo de quince meses y, aunque a veces he notado algunas modificaciones en las lesiones, no he conseguido clasificarlas en ningún orden clínico conocido… Creo que incluso se podría ver cualquier objeto o leer un texto colocado al otro lado de su mano».

Francesco Forgione, el padre Pío, constituye, tanto desde el punto de vista místico como parapsicológico y médico, un misterio incómodo y desconcertante para la ciencia. Pero no ha sido, ni es, el único. San Francisco de Asís pasa por ser el primer estigmatizado de la historia. En medio de una intensa visión, el santo contempló la imagen de un serafín representando a Cristo crucificado. Mientras lo extraño del hecho turbaba su corazón, empezaron a aparecer en sus manos y pies las marcas de los clavos que poco antes viera en el crucificado que había aparecido ante él.

San Francisco de Asis : Francisco asistió en junio de 1224 a lo que fue su último capítulo general de la orden. Hacia principios de agosto resolvió hacer un viaje a un lugar aislado llamado Monte Alverna, a unos 160 kilómetros al norte de Asís; escogió para este viaje a algunos de sus compañeros: Leo, Angelo, Illuminato, Rufino y Masseo, a quien el poverello puso al mando del grupo. Estando en la cima, fue visitado por el conde Orlando, quien llevaba provisiones a los hermanos. Francisco le pidió construirle una cabaña a manera de celda, donde después se aisló. En ese lugar, Leo fue testigo de los actos de su soledad: lamentos por el futuro de la orden y estados de éxtasis. Al saber que era espiado, decidió irse a un sitio más apartado en una saliente de montaña. En la fiesta de la Asunción Francisco decidió hacer un ayuno de cuarenta días. Continuar leyendo «Estigmas»