Los académicos retoman el trabajo para liberar los secretos de una misteriosa civilización medieval relacionada con Persia en el límite del ártico siberiano.
Las 34 someras tumbas excavadas por los arqueólogos en Zeleniy Yar arrojan muchas más preguntas que respuestas. Pero una parece clara: Este remoto lugar, a 29 kilómetros del Círculo Polar Ártico, era un cruce de rutas comerciales de cierta importancia hace aproximadamente un milenio.
La necrópolis medieval incluye 11 cuerpos con los cráneos destrozados o desaparecidos, y esqueletos machacados. Se hallaron cinco momias, envueltas en cobre, junto con elaboradas pieles de reno, castor, glotón u oso. Entre las tumbas sólo hay una femenina, infantil, su cara cubierta con láminas de cobre. No se han encontrado mujeres adultas. Continuar leyendo «Momias medievales de Siberia desconciertan a los arqueólogos»
Durante siglos, la historia de un reino sumergido ha sido motivo de interés y estudios por gentes de todas las razas y épocas. La realidad se vio envuelta de un halo de misterios y leyendas tales que las teorías propuestas son incapaces de determinar qué parte de lo que se cuenta es ficción y cuál no lo es. El origen de la Atlántida, su cultura y sobre todo su localización, ha sufrido toda clase de propuestas, extravagantes algunas de ellas, que han llevado a sus gentes desde ser una sociedad avanzada tecnológicamente, incluso hasta por delante de nuestros tiempos, hasta ser una sociedad infinitamente rica, e incluso llegados de otro planeta. Sea como fuere, en algún punto de la tierra, desde las profundidades del mar, siglos de historia nos contemplan, ocultos donde nadie puede encontrarlos.
Fue Platón, hacia el 347 a.C. el primero y único que dejó por escrito la existencia del reino de la Atlántida en sus diálogos de Timeo y Critias, cuando hizo una descripción de ella como una isla extensa y llana en cuyo centro había una colina, que a su vez estaba rodeada de tres anillos concéntricos de mar. En la cima de la colina había un templo dedicado a Poseidón y Cleito rodeado por un muro enteramente de oro. A su lado, otro templo de Poseidón estaba hecho de plata. Dos fuentes manaban constantemente agua, una fría y la otra cálida.
En el anillo más cercano vivían los más ricos y de alto status de su sociedad, y en el siguiente anillo los plebeyos. Más allá una extensa pradera repleta de aromáticas sustancias, hasta completar una isla “más grande aún que Asia menor y Libia juntas”
Como vemos, una descripción demasiado idílica como para resultar creíble, más aún cuando la descripción que hacía Platón la basaba en las historias de un ateniense, Solón, que decía haberlo escuchado de un sacerdote al que a su vez se lo había contado otro.
Similares propuestas se hicieron para su desaparición, ya que según aquellos escritos, su sociedad se perdió en su propia decadencia y corrupción. Sus gobernantes quisieron expandirse y comenzaron una época de invasiones a las tierras cercanas, e incluso se contó que llegaron a dominar todo el norte de Africa, hasta Egipto. Tal ambición fue castigada por sus dioses con una explosión volcánica que arrojó ceniza y arrasó su civilización, para posteriormente ser destruida por un maremoto que la hundió en apenas 24 horas.
Platón situó aquella tragedia alrededor del 9600 a.C. en un lugar que estaba “más allá de las columnas de Hércules”, muy cerca de las islas Canarias, una vez atravesado el estrecho de Gibraltar.
Todas aquellas historia míticas tenían por fuerza que levantar las aspiraciones de muchos historiadores y estudiosos dispuestos a llevarse la gloria de ser quienes descubrieran los restos de aquella magnífica civilización.
Ciertamente su descubrimiento sería un hito en la historia; sin duda alguna, el mayor descubrimiento que pudiera hacerse, aunque desgraciadamente también sería el final de tantos siglos de leyendas. Son tantas esas teorías lanzadas, en cuanto a su localización, que a la Altántida se la ha situado desde el estrecho de Gibraltar, hasta en las cercanías de Islandia, o en las Azores, o como se dicen en las últimas teorías, las más aceptadas, en los alrededores de las Islas Cícladas.
Hacia el año 1690, un grupo de comerciantes franceses, inesperadamente, se tropezaron con un misterioso asentamiento en el sur de los Apalaches. Se informó de que la gente de allí vivían en cabañas de madera y tenían la piel de un color oliva inusual y rasgos faciales que recuerdan a los europeos. Dado que se parecían a los comerciantes del norte de África con los que los franceses habían hecho negocios en Europa, supusieron que se habían tropezado con una colonia de Moors, nombre que se le atribuía a éstos últimos.
Nada se supo más de los colonos extraños hasta 1784, cuando un hombre, John Sevier, visitó lo que más tarde sería conocido como el Condado de Hancock, Tennessee. Sevier descubrió una colonia de gente a la que describió como tener rasgos europeos y la piel oscura. Aunque los propios colonos decían ser portugueses, Sevier, aparentemente, no les creyó, también llegando a la conclusión de que eran Moors.
Sobre la década de 1800, los misteriosos colonos se habían extendido desde Tennessee hasta zonas aisladas de Virginia y Kentucky. Las comunidades vecinas les llamaban los melungeons y aprovecharon cada oportunidad para degradarlos y discriminarlos. Las madres apalaches asustarían a sus hijos con cuentos de la gente oscuras en las montañas.
El origen de los melungeons sigue siendo desconocido. La teoría más común es que son una mezcla de blancos, negros y nativos americanos antepasados. Otros han sugerido que son los descendientes de la colonia perdida de Roanoke, que son marineros portugueses náufragos, antiguos pobladores fenicios, o incluso una de las tribus perdidas de Israel. Los registros oficiales del censo han cambiado enormemente, etiquetando los melungeons como el blanco, el portugués, el nativo americano o «mulato» en diferentes momentos de la historia.
En 1999, surgió una nueva evidencia de que los melungeons pudieron haber sido uno de los primeros pobladores del viejo mundo en América del Norte. Según el Dr. Brent Kennedy, de Wise Universidad de Virginia, los melungeons pueden ser descendientes de los turcos otomanos, traídos al nuevo mundo como siervos y abandonados en la zona de Sir Francis Drake después de haberlos capturado por los españoles. El término «Melungeon» pudo haber venido de «Melunn-Jinn,» palabra árabe que se utiliza para un alma maldita abandonada por Dios. Dado que este es todavía sólo una teoría, los orígenes del pueblo Melungeon siguen siendo un misterio.