Existe una fuerte correlación entre el consumo elevado de carne y la corta esperanza de vida. Los Esquimales, los Lapones, los Groelandeses, y las tribus Rusas Kurgi son las poblaciones que más consumen carne en el mundo y a la vez son las poblaciones con la menor esperanza de vida, a menudo sólo 30 años.
Las culturas con la esperanza de vida más alta del mundo son los Vilca Bombais que residen en los Andes del Ecuador, los Abkhazes, que viven en el Mar Negro en la antigua Rusia, y los Hunzas que viven en el alto valle del Himalaya, en el nordeste de Paquistán.
Los investigadores afirman que en estos pueblos la gente trabaja y juega con más de 80 años; la mayoría de los que alcanzan los 100 años continúan activos y su retirada no es muy habitual.
Su territorio se encuentra entre montañas de mas de 6000 metros de altura. Debido al difícil acceso las tribus que habitan esta región, incluidos los Hunzas, vivieron ignorados por la civilización occidental hasta principios del siglo XX. Continuar leyendo «El secreto de los Hunza, el pueblo longevo del Himalaya»
En las profundidades de las selvas de Ecuador, vivió un grupo de gente cuya sociedad se basaba en el asesinato. Feroces guerreros que mataban a sus víctimas sin piedad y asesinaban a quienes se atrevían a aventurarse en sus dominios. Durante siglos mantuvieron sangrientas guerras de venganza, cortando la cabeza de los enemigos que mataban. Sus rituales de reducción de cabezas impresionaron al mundo
¿Quiénes fueron estos feroces guerreros de la selva? ¿Por qué estaban tan obsesionados con la cacería de cabezas humanas?
En las líneas que siguen nos adentraremos en el oscuro corazón del Amazonas para descubrir los misteriosos cazadores de cabezas. Una cultura cuyo comportamiento asesino los hizo ser temidos a todo lo largo del mundo. Feroces guerreros del Amazonas Desde el comienzo de la vida humana la tierra ha estado bañada en sangre. Cada época ha sido partícipe de la violencia y la guerra. Continuar leyendo «Los cazadores de cabezas del Amazonas»
En 1997 un carguero soltó al mar millones de piezas de Lego. Hoy muchas de ellas todavía llegan a las costas de Cornwall
Se dice que en los acantilados perdidos de Cornwall, el Land’s End británico, correteaban siglos atrás los gigantes. Se habla también de duendes y fantasmas que recorren las lomas en los días de lluvia y niebla. Y desde hace casi veinte años, también se habla de los nuevos y diminutos habitantes de sus playas, en la punta más suroeste de la isla. Su origen no es sobrenatural y son de plástico: allí hay cientos de miles de piezas de Lego que en 1997 cayeron al mar después de que una gigantesca ola tumbase el Tokio Express, el barco que las transportaba. Desde entonces se han convertido en presencia habitual de la zona. Sin embargo una pregunta sigue resonando como el primer día: ¿por qué allí y no en ningún otro lado?
Aquel 13 de febrero, 62 contenedores cayeron por la borda. No se sabe qué fue del contenido de los 61 contenedores restantes, pero sí que más de cuatro millones y medio de piezas cayeron al agua. Y que, como no podía ser de otra manera, muchas de ellas eran de temática marinera. Tiempo después, todos esos miles de arpones, de escafandras y chalecos salvavidas y anclas empezaron a llegar a las costas galesas. Hoy continúan haciéndolo.
La presencia constante de Legos en las playas de Cornwall se ha convertido en algo así como una tradición local, un divertimento que hasta tiene sus propias páginas de Facebook donde se comparten los hallazgos, sobre todo si alguien tiene la suerte de encontrarse con los buscadísimos dragones verdes. También supone una preocupación para los grupos medioambientales, que ven en las pequeñas piezas de plástico un peligro para las diferentes especies animales del lugar y se esfuerzan en limpiar las playas.
¿Por qué Cornwall?
Pero más allá de la anécdota, ¿qué tienen estas playas para atraer la basura de los océanos? Según informa The Atlantic, hace más de 20 años, el mar se tragó un cargamento de mecheros no lejos de las costas británicas. Hoy esos mecheros siguen llegando a Cornualles, acompañando a los Legos. Y lo que es todavía más extraño: ni uno solo de los muñecos que viajaban en el Tokio Express ha sido registrado en ninguna otra playa del mundo.
Si por ejemplo, a la basura convencional le lleva tres años viajar desde el Land’s End a Florida, en un periodo de 20 años parecería que por fuerza los Lego deberían haber llegado a otras costas. Y según parece no ha ocurrido nada parecido, o al menos no se tiene constancia. Sin embargo, aún faltan muchas piezas por ser descubiertas: ¿Qué ha sido de ellas?, ¿siguen en el fondo marino?, ¿llevan 20 años dando vueltas por los océanos sin descanso? “La lección que he aprendido de la historia de Lego es que las cosas que llegan al fondo del mar no siempre permanecen allí”, cuenta el oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer a la BBC.
Una vez algo cae al mar, queda sujeto a las misteriosas dinámicas de las corrientes oceánicas, que todavía hoy no comprendemos del todo. “Seguir las corrientes es como perseguir fantasmas. No puedes verlas, sólo saber dónde empiezan a flotar los objetos y dónde acaban”, continúa Ebbesmeyer. Una imagen que nos recuerda cómo algunos paisajes británicos no pueden desprenderse el aura mágica que flota sobre ellos. O eso nos gustará pensar hasta que algún día por casualidad descubramos pequeños dragones verdes en cualquier otra playa lejana.