El futuro podría estar al alcance de las manos en cualquier momento.
Ali Razeghi, un emprendedor y científico iraní de 27 años, ha registrado en Tehrán lo que, sin más preámbulos, indica ser una máquina del tiempo. El Centro Iraní de Investigaciones Estratégicas guarda en sus registros (no es broma) «La Máquina del Tiempo Aryayek», una invención que permitiría, según su inventor, «predecir entre cinco y ocho años en la vida futura de cualquier individuo con precisión del 98%.»
El mecanismo no puede ser más sencillo: el usuario toca la máquina y recibe un informe impreso de su futuro. El visionario Razeghi afirmó también que un país con dicha tecnología sería capaz de predecir eventos desafortunados (como el terremoto de 7.8 grados Richter que esta mañana sacudió a la nación árabe, o bien las guerras futuras que el intervencionismo occidental planee para próximas fechas), dándoles tiempo de prepararse.
Todos estamos ansiosos por ver el prototipo –pero Razegui (que, recordemos, puede ver el futuro), anticipa que “la razón por la que no lanzamos nuestro prototipo en esta etapa es porque los chinos robarían la idea y lo producirían por millones de un día para otro.” Una declaración sensata, sin duda.
No es una utopía ni tampoco el relato extraído de una novela de ciencia ficción. Hace cien años Nicola Tesla hablaba de energías renovables, aplicables a todo tipo de vehículos, automóviles, dirigibles, rayos X, incluso a armas.
Sin embargo sus ideas y sus patentes fueron escondidas en quien sabe que cajones de personas sin escrúpulos, que estaban a favor de los motores tradicionales a combustión en lugar de los motores eléctricos. Indudablemente por cuestiones exclusivamente económicas!
Tesla murió a la edad de 97 años en la soledad de una escuálida habitación de hotel, pero sus teorías fueron desarrolladas y aplicadas con fines militares ultrasecretos.
El mejor invento del siglo XX
Mucho años más tarde, un señor llamado Stan Meyer, anuncia en la televisión haber construído un motor que funciona con agua. En efecto, el motor diseñado por éste autodidacta funcionaba con agua corriente, de lluvia, de nieve o de mar, reduciendo de ésta manera a «cero» los gastos y la contaminación ambiental.
El funcionamiento es muy simple, el agua contiene hidrógeno que se libera con electrólisis. Puede funcionar con cualquier motor a gasolina y sin contaminar y permite viajar grandes distancias con un mínimo consumo.
Las Empresas de todo el mundo le ofrecieron a Meyer la compra de su patente por un millon de dólares, pero éste no aceptó, declarando que cualquier Empresa podría fabricar vehículos con motores de agua muy fácilmente. Al poco tiempo Meyer murió en circunstancias misteriosas y nunca más se habló del motor propulsado por agua.
Energías renovables alternativas
Desde el advenimiento de internet como el primer medio masivo de comunicación e intercambio de información, las teorías de Tesla sobre la energía wireless, son reproducidas en los hogares de todo el mundo, por aficionados a la ciencia o simplemente por autodidáctas curiosos, ávidos de llevar a la práctica éstos conocimientos compartidos. Gracias a la red de redes, cualquiera pruede compartir sus experimentos caseros; Desde los más simples hasta los más complicados.
Tal es el caso del sistema diseñado por el científico argentino Walter Torbay, denominado «transgenerador magnético», que necesita un mínimo mantenimiento y no contamina. Se trata de un «Motor de Imanes», que podría funcionar hasta «cincomil años» sin ningún tipo de consumo, y propulsado únicamente por las fuerzas de atracción y repulsión de unos imanes artificiales llamados «neodimios», cuyo magnetismo es de 24 mil gauss (unidad de inducción magnética), y podría generar una fuerza eléctrica de 2.500 watts.
El invento, que patentó en el país en agosto de 2004 y con licencia internacional «en trámite» funciona aprovechando la propiedad magnética de rechazo de polos iguales y la desviación de líneas de fuerza magnética. Tendría un costo de 150 dólares, y «permitiría que una vivienda sea abastecida de electricidad indefinidamente».
La idea de impulsar económicamente una nave espacial interplanetaria con velas que captaran el viento solar parecía muy conveniente para algunos.
Pero llevar todo esto al espacio y desplegarlas, es algo engorroso. Mantener estas bien dirigidas hacia el Sol, es otro gran problema.
Pero el mayor engorro es la poca presión que el viento solar ejerce ya a la altura de la órbita de la Tierra, que había sido calculada en 10 gramos por una superficie de una hectárea. (Es mucho menor).
Si bien es un empuje contínuo, este cae al cuadrado de las distancias, ya a la altura de Júpiter sería despreciable, terminando en valor cero en la heliopausa.
No sería práctico para volver, pues al soplar en una única dirección, ni siquiera bordeando como hacen los veleros modernos, podríamos ir contra un impulso totalmente contrario. Los artificios empleados no han servido, como algunos previeron por ir contra la segunda ley de la termodinámica.
Cada tanto hemos sabido de intentos de poder impulsar naves con impulso solar.
El primero de ellos lo efectuó la Sociedad Planetaria, fundada por el recordado Carl Sagan, que terminó en un callado fracaso. Había partido desde un misil ruso, lanzado desde un submarino nuclear, cerca del polo norte. Su nombre: Cosmos. Era el 2006.
Este año (2011), una misión japonesa y otra de la NASA, fueron puestas en órbita. Los resultados son nulos.
Ninguno de estos intentos ha servido para constituir siquiera un hito de una nueva tecnología válida para el viaje espacial.
La antigravedad y el plegamiento espacio –temporal será el futuro, como sabemos todos los abducidos. Lo demás es fútil.