Mitos y Leyendas Argentinos: La Chancha con Cadenas

Suele aparecerse por el Noroeste de la Provincia de Córdoba, en los pequeños poblados de las estribaciones de las Sierras Grandes, poco antes de las Salinas de Catamarca. Se trata del alma de una chancha (cerdo), envuelta en cadenas.

Desde los departamentos de Ischilín, hasta el noroeste de Tulumba y Sobremonte, ésta increíble aparición le quita el sueño a más un creyente de los mitos de nuestro país. Pero hay quienes aseguran que alguna vez fue vista en Río Seco (a los bañados previos a la Mar de Ansenuza), a toda la largura este-oeste de Tulumba y hasta a Barranca Yaco y Mula Muerta, al sur del tradicionalista departamento Totoral.


«Chancha con cadenas, pintura de Inés de Iróstegui»

De cualquier modo, es un hecho que el epicentro de la Chancha ha estado siempre en Ischilín, en el triángulo formado por Quilino, Los Cadillos y San José de las Salinas; y ha sido precisamente en Quilino y Villa Quilino, separadas por las vías, en donde se ha presentado con mayor frecuencia.

La Chancha con Cadenas tiene siempre dos versiones: en algunos casos se trata de una cerda diabólica, enteramente renegrida, que emprende desquiciadas carreras en medio de la noche causando el mal a quien la encara, para otros, en cambio, es simplemente un alma en pena, de color negro, rojo o bayo, que ronda lastimera en las tormentas nocturnas, plañendo su desgracia.

Todos coinciden en que se trata del ánima de una mujer maldita, que arrastra sus cadenas y purga sus pecados (y hay también acuerdo total en su elusividad, ya que se sabe que, si se la quiere ver y se la busca, se desvanece; y se desvanecen también los estrépitos de su carrera espectral).

Especialmente espeluznantes son los relatos de los que la oyeron en Quilino y San José de las Salinas; en estas poblaciones, cruzadas por el ferrocarril, se la supo ver por los durmientes, en las noches de plenilunio y luna nueva, echando un chisperío al contacto de sus cadenas con los fierros de las vías, perseguida por sus fuegos, llorando desbocada.

Sin embargo, no sólo al Norte y al Oeste de la intrincada geografía de la provincia, dejó la Chancha sentir su tenebrosa huída: pobladores de detrás de las montañas, dicen que en Caminiaga y Cerro Colorado, también se la ha visto u oído.

Y que en noches aborrascadas de primavera, cuando ululaba el Pampero, o en oscuras madrugadas intolerables, cuando empezaba a zondear, rodeaba las iglesias y los cementerios y al ruido de sus eslabones malditos, las viejas se persignaban y los niños se hundían más entre sus mantas…. y había aún quien le encendía velas, para espantarla o pedir la Santa Intercesión para el perdón de sus faltas.

Cuando a principios de 1980 el gobierno decidió de facto retirar el ferrocarril que iba al Oeste, hacia Catamarca, las poblaciones languidecieron: San José, Quilino, San Pedro, Jaime Peter, Chuña, Huascha, La Juanita, la ciudad misma de Deán Funes y otras muchas, decayeron penosamente.

Paulatina desaparición de la Chancha con Cadenas.

Actualmente, todo el norte y la zona de frontera comprendida entre las Salinas Grandes y las Salinas de Ambargasta, y de Sumampa, declinan poco a poco, asediados por la crisis, la incomunicación y los depredadores con cédula legal.

Ya no se oyen los ferrocarriles ni el sollozo del crespín en las ramadas; escasean el monte, los delicados guazunchos, los pecaríes, los pumas, las palmeras; los antiguos pobladores, despojados, emigran a los márgenes ominosos de la ciudad capital.

Entre las pavorosas hojas de la soja mutante, como en las praderas de algún planeta extraño, sólo se escucha, desolado, el ulular del viento y, muy de vez en cuando, las carreras fantasmas del Almamula y de la Chancha con Cadenas, que se resisten a migrar.

«La mujer del angelito» Una leyenda urbana de Córdoba

Los cocheros que hacían el recorrido entre Alta Córdoba y el Centro contaban con singular espanto terribles versiones que les sucedía a la vuelta al bajar por la avenida Roque Sáenz Peña. Decían que una mujer enlutada a la cual no se le veía la cara marchaba por los rieles en pos del tranvía llevando en sus brazos un pequeño ataúd sobre el cual había un candelero con velas de sebo. Adquirió tanta popularidad esta aparición que en las noches invernales se interrumpió por completo el trafico de peatones y los pocos vehículos que se animaban a pasar por la zona lo hacían acompañados por otro, nunca solos».

Así, el 1º de enero de 1926, en una larga evocación sobre la Córdoba de finales del siglo XIX, La Voz del Interior recordaba a la todavía fresca «Mujer del angelito». La bajada de Alta Córdoba, como se la conocía en tiempos de la aparición paso a ser señalada como la «Bajada del angelito muerto». El barrio hacia poco que se había incorporado a una ciudad que, ya saturada en los alrededores de la plaza San Martín, se atrevía a subir a los altos. La estación de trenes del Ferrocarril Belgrano fue un punto de atracción.

La evocación del diario sostiene que el fantasma desapareció al instalarse en el barrio el R13 de Infantería, aquel cuerpo de artilleros que peleo en la intentona revolucionaria radical del 4 de febrero de 1905.
Pero para Azor Grimaut, en su libro Duendes en Córdoba, aun hasta 1915 se hablaba de la «Mujer del angelito». Entonces, los niños pequeños fallecidos eran tenidos como angelitos y sus velorios eran toda una tradición festiva, celebratoria. Para ellos, los féretros se pintaban de blanco y ese era el color del cajoncito que transportaba la mujer.

Cuenta Azor Grimaut: «El viaducto ferroviario, de noche parecía un enorme bostezo interminable. A los dos lados de la bajada se levantaban como murallones los cortes de las dos grandes barrancas de greda y arena colorada. El transito de vehículos, especialmente pasadas las 11 de la noche, no era nutrido, aunque de tarde en tarde la sensación de que intentaba iniciarse, cuando el tranvía a caballo, mas popularmente conocido como «la carreta», trabajosamente , por el agotamiento de las bestias, iniciaba su ascenso en dirección al norte. Mayorales y cocheros difundieron la versión (de la Mujer del angelito), que no dejo de preocupar hondamente a los supersticiosos, de que, regresar, siempre en el ultimo viaje cuando nadie -aparte de ellos- ocupaba el vehículo, se aparecía, corriendo por el terreno existente entre los rieles, delante de los caballos, una mujer de traje oscuro -quizás negro-, llevando en brazos un cajón fúnebre de angelito…»

El fantasma, según la versión, se deslizaba de acuerdo a la velocidad del tranvía y finalmente a corta distancia del viaducto antes citado desaparecía como desvaneciendose.