En el siglo XV, los habitantes de Valakia, actual región de Rumania, vivieron años de terror durante el gobierno del príncipe Vlad Bassarab tambien conocido como Vlad Tepes. Su sed de sangre y su afición por torturar a los lugareños le valió el apodo de Drakul, que en rumano significa «diablo». Su extrema crueldad provocó al menos 50.000 muertos. No resulta extraño, pues, que aquel «monstruo» sirviera fuente de inspiración para la leyenda de Drácula, el siniestro conde-vampiro. El escritor Bram Stoker lo inmortalizó en una novela de fama universal, de la que se han hecho numerosas versiones para el cine y literatura.
Elizabeth Báthory: La condesa sangrienta.
La aristócrata Elizabeth Báthory pudo haber torturado y asesinado a unas seiscientas muchachas en las lóbregas entrañas del castillo de Csejthe. Mientras sus más fieles esbirros martirizaban a las desdichadas doncellas, la condesa observaba, cayendo, en ocasiones un estado de trance acompañado, dicen, de orgasmos múltiples. Desenmascarada por un tribunal de la Inquisición, fue emparedada viva en el escenario de sus carnicerías.
Valentine Penrose realizó un aterrador estudio histórico sobre el personaje en su libro La condesa sangrienta que lo podéis encontrar en la editorial Siruela dentro de su colección El ojo sin párpado.
El granjero norteamericano David Lang, poseía una granja en las cercanías de la ciudad tejana de Gallatin. Vivía felizmente con su esposa y sus dos hijos, y su vida transcurría con la normalidad de una familia media norteamericana. Cierto día, el 23 de septiembre de 1880, David Lang salió de la casa junto a su esposa mientras los niños jugaban en el jardín. El granjero, les dijo que iba a echarles un vistazo a los caballos y que luego irían todos a la ciudad. Estas fueron sus últimas palabras.
Y esto fue así, pues cuando el hombre comenzó a caminar tropezó con algo, y al caer ¡desapareció sin dejar rastro! La esposa, los hijos y el juez Peck, que pasaba por allí en ese momento en su carruaje, fueron testigos de esta misteriosa desaparición y tras hacer un examen del lugar, completamente atónitos, fueron incapaces de hallar una sola huella del granjero y padre de familia. A excepción de un amplio pastizal, allí no había árbol, arbusto u hoyo, en el que pudiera haberse caído. Sencillamente, se había evaporado.
La policía realizó una exhaustiva búsqueda e incluso se hicieron perforaciones para descubrir galerías subterráneas o simas en el que el granjero hubiese podido caer, pero no se encontraron rastros ni de éstas ni de la persona a la que se buscaba.
La señora Lang, nunca quiso creer que su marido había muerto por lo que jamás celebró funerales por el alma de David. No obstante, no pudo soportar vivir en lugar tan extraño y al poco tiempo vendió la granja.
Unos siete meses después de la tragedia, los dos hijos de David Lang, se encontraban jugando en el lugar donde su padre se había evaporado y he aquí que descubrieron que en el mismo sitio donde el granjero había caído, la hierba y las flores ya no crecían tan espesamente. Más tarde dijeron también, que habían oído a su padre pidiendo auxilio hasta que la voz se disolvió en la nada para siempre.
Nunca más se supo del pobre granjero David Lang, ni el lugar al cual pudo haberse ido. Para algunos, se evaporó en otra dimensión. Para otros, su cuerpo debió sumergirse en un agujero en el tiempo. Fuera lo que fuere, la desaparición de David Lang, fue todo un misterio y aún hoy no se ha podido dilucidar la causa de su extraña evaporación.
El Dorado era un lugar mítico en América. Se suponía que tenía grandes reservas de oro y los conquistadores españoles lo buscaron con gran empeño, atraídos por la idea de un lugar con calles pavimentadas de oro, en donde el preciado metal era algo tan común que se despreciaba. Muchos de ellos murieron en el intento por descubrir la ciudad, ya que las largas expediciones transcurrían por la selva y a la dureza del terreno había que unir la falta de provisiones.
Se cree que la leyenda de El Dorado fue difundida por el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, que al conocer un relato de la tradición de los aborígenes chibcha, confundió parte del relato con una ciudad oculta llena de riquezas.
Estos aborígenes realizaban un rito, por el cual cubrían a su cacique de piedras preciosas y luego él se sumergía en las aguas del lago. Sobre el lago aparecía una mancha amarilla (del oro y las piedras preciosas), luego los indios arrojaban oro al fondo de la laguna. Este bien podría haber sido un rito iniciático, de coronación, o bien una ofrenda anual al Dios Sol.
Este ritual, conocido como rito del hombre de oro, podría haber sido el origen de la leyenda de El Dorado entre los conquistadores.
El comienzo de la leyenda
Desde Cristóbal Colón en adelante, cada una de las sucesivas expediciones europeas tenían como finalidad el hallazgo del tan ansiado oro. No escaparon a esta fiebre ni siquiera los monarcas de la vieja Europa, los que financiaron la mayoría de las expediciones al Nuevo Mundo con esa finalidad. Los registros históricos demuestran que las coronas de España, Portugal, Francia e Inglaterra dieron especial importancia a aquella clase de expediciones.
Debido al enorme riesgo que significaba por aquellos días esa clase de viajes, es evidente que quienes los realizaban eran aventureros cuya única meta era la de enriquecerse fácilmente, y que no repararían en los medios para conseguirlo. Es de esta forma que comienza la exploración del nuevo continente. En 1530, tan solo 38 años después del descubrimiento de América, las expediciones españolas se adentraron en territorio de la actual Colombia fundando poblaciones y sometiendo a las tribus locales. Gonzalo Jiménez de Quesada y Sebastián de Belalcázar, fundadores de la ciudad de Bogotá, se enteraron de una leyenda local en la que una antigua tribu, probablemente los Chibchas, ungían a su nuevo rey con una ceremonia especial.
Esta ceremonia consistía en revestir al heredero con polvo de oro habiendo revestido su cuerpo previamente con lodo, construir una gran balsa en la que se embarcaba el futuro rey con cuatro de sus principales jefes y una gran cantidad de gonzalo jiménez de Quesadaofrendas en oro en un lago profundo. Cuando el nuevo rey llegaba al centro del lago, arrojaba al fondo del mismo las ofrendas y se bañaba en él, de forma que el polvo de oro que revestía su cuerpo también fuera ofrendado.
Otra leyenda sobre El Dorado está relacionada con el imperio incaico, el más rico y mejor organizado de América del Sur. Cuando llegaron los conquistadores, ocuparon la capital y apresaron al Inca Atahualpa. Dice la leyenda que, cuando algunos súbditos del Inca se enteraron de la caída de su rey, tomaron la mayor parte del tesoro del imperio y lo arrojaron al fondo de un lago.
Algunas Expediciones en busca de El Dorado.
Desde el año 1530, momento en que se creara el mito de semejante lugar, se han realizado numerosas expediciones a través de la majestuosa vegetación del Amazonas para encontrar la maravillosa ciudad inca de Paititi.
Tal es así que Francisco de Orellana y Gonzalo Pizarro partieron de Quito en 1541 hacia el Amazonas en una de las más fatídicas y famosas expediciones para encontrar El Dorado.
Recientemente (2002), una investigación a la selva amazónica del Perú encabezada por el polaco-italiano Jacek Palkiewicz dió a conocer el lugar exácto donde se supone está localizada la mítica ciudad dorada. Los resultados de dicha expedición se pueden leer en el siguiente vínculo : Exploradores internacionales encuentran el Dorado.
El Dorado incaico en la actualidad
Mas realista y mejor documentada aparece la búsqueda de una ciudad Inca más rica que el propio Cuzco. Documentación recientemente hallada en los archivos del Vaticano hacen referencia a una solicitud hecha por los Jesuitas y aceptada por el Papa, de buscar y convertir a la Santa Fe a una ciudad escondida en la selva peruana llamada por los indígenas Paititi. Dicha ciudad habría sido fundada por Inkari, el mítico fundador del imperio Inca.
Muchos investigadores creen en la existencia de dicha ciudad. Muchos de los secretos incas permanecen ocultos, como Machu-Pichu estuvo oculta por siglos. La inaccesibilidad de la región, con una muy densa selva, llena de caudalosos e intransitables ríos, enormes precipicios e insondables pantanos.
Choquencacha es la última ciudad incaica hacia oriente. Es una ciudad que posee grandes ruinas del imperio de los Incas. Más al oriente de esta ciudad, se encontraría Paititi. Adentrándose en la selva, expedicionarios encontraron una serie de extrañas formaciones piramidales, a las que llamaron “pirámides de Paratoari”, pero no pudieron determinar si se trataba o no de formaciones naturales.
Aún hoy, nuevas expediciones arqueológicas continúan hallando ruinas en la selva que rodea al río Madre de Dios, lo que permite continuar alentando la posibilidad de que Paititi, posiblemente El Dorado, exista en algún rincón de la selva peruana. Algunos exploradores, empleando modernas técnicas, han informado que hallaron un lago con extrañas e intrincadas cavernas sumergidas, donde posiblemente se hallen los tesoros escondidos por los Incas. Pero su exploración es muy difícil, por lo que es posible que pasen varios años antes de que se puedan tener noticias acerca de este posible descubrimiento.
De todas formas, los modernos buscadores de El Dorado continúan la incesante búsqueda que lleva ya quinientos años.