Las órdenes monásticas y militares, entre ellos los Templarios, necesitaban imperiosamente construir edificios militares, civiles y religiosos para llevar a cabo con éxito su expansión en Europa o Tierra Santa. La mayoría de las veces debían recurrir a mano de obra ajena a la propia orden, contratando a gremios de obreros, masones, especialistas artes de la construcción.
La masonería nace pues como una organización de oficio que cultiva el Arte. No se trataba por lo tanto de simples operarios, sino que dichas sociedades estaban formadas por miembros que practicaban ritos simbólicos y de iniciación, y se estructuraban jerárquicamente en logias. Esto es lo que se conoce como masonería operativa.
A partir de los siglos XVI y XVII comenzaron a ser admitidos miembros que no tenían relación con los oficios de la construcción, denominados aceptados, cuyo número fue aumentando paulatinamente hasta llegar a ser mayoría en el siglo XVIII.
En 1717 se reunieron cuatro logias inglesas, originando la Gran Logia de Londres, que dio lugar a la masonería actual, llamada especulativa.
Lo cierto es que la masonería operativa había sido siempre una sociedad secreta que había asimilado desde sus principios simbología de diversos orígenes, incluyendo ritos de carácter pagano y gnóstico, pero mantenía una postura marcadamente cristiana a lo largo de la época medieval.
Sin embargo, a través de los miembros aceptados, la nueva masonería especulativa se orientó a actividades filosóficas y políticas, dejando en parte de lado el oficio de la construcción. Esto significó que aunque la nueva masonería adoptara las tradiciones de la antecedente, se produjo una profunda descristianización de la organización, llegando incluso a prescindir de la creencia en Dios, aspecto que había resultado clave en las logias operativistas.
El templarismo masónico.
La tradición interna de la Orden Masónica afirma que Jacobo de Molay, el último maestre de los Templarios, hizo crear poco antes de ser quemado en la hoguera cuatro grandes logias masónicas. Estos mismos rituales remontan a Salomón, el monarca israelita, los orígenes del Arte que ellos practican, pero afirman que este llegó a occidente a través de los Caballeros del Templo de Salomón. Es decir, defienden que la masonería se había configurado en Tierra Santa por obra de las órdenes militares, especialmente la del Temple, y que, como hemos visto, fueron estas fraternidades de constructores llegadas a occidente las que habrían originado la francmasonería moderna.
La tradición templaria habría anidado entonces en las primeras logias masónicas escocesas, que se habrían creado para aprovechar la experiencia de los Templarios tras la caída de la Orden, incorporando además los ritos y la simbología del Temple. Continuar leyendo «Templarios Vs. Masones»
El siguiente video es una recopilación de extractos de películas de cine y series de televisión en donde aparecen la conocida pirámide de los Iluminati y el ojo de Orus, así como tambien la numerología relacionada con el suceso acontecido el 11 de Septiembre de 2001, en algunos casos posterior al siniestro y en otros, antes de que éste sucediera.
Puede ser que algunos de éstos símbolos aparezcan en producciones de Hollywood a propósito, como una forma de ironía humorística hacia los que sostienen que todo el misterio gira en torno a una gran conspiración. Sin embargo la frecuencia con la que éstas imágenes aparecen, incluso hasta desapercibidas para el ojo distraído, hace pensar si realmente están ahi por humor o porque de alguna manera están dando algún tipo de señales.
José López Rega, conocido como el Brujo nació en Buenos Aires el 17 de Octubre de 1916 y murió el 9 de Junio de 1989. Fue un político argentino, célebre como secretario privado de Juan Domingo Perón, y con una poderosa influencia sobre el líder peronista y su tercera esposa, conocida como Isabel.
En el transcurso del año 1944 y tras fracasados intentos por dedicarse a la música, las necesidades económicas por las que atravesaba lo llevarían a alistarse en la Policía Federal. Nadie se imaginaba, en ese momento, que aquel extraño personaje se terminaría convirirtiendo en uno de las figuras más influyentes y nefastas de la política argentina.
La madre de Lopez Rega murió durante el parto; El niño fue un muchacho educado, cuidadoso en los modales y respetuoso en el trato, pero introvertido; Tenía una biblioteca que cubría toda una pared y se interesaba especialmente en temas espirituales; Se casó a los 27 años y durante toda la vida se interesaría por el canto lírico y el esoterismo.
Una visita que cambiaría la vida de Lopez Rega.
En la Navidad de 1951, en la localidad de Paso de los Libres, de la provincia de Corrientes, López conocería a Victoria Montero, una vidente a quien ya había visitado Eva Perón, y sería ella quien además de iniciarlo formalmente en el camino espiritual le advertiría:
“Si usted trabaja su espíritu podrá entrar en armonía con el Universo y se convertirá en un ser puro. Sus fuerzas ocultas serán una bendición para los demás. Podrá curar enfermedades, aliviar los dolores del cuerpo y del alma. Pero nunca deberá abusar de sus poderes porque producirá mucho daño. Será una maldición para todos y también para usted.”
Durante años frecuentaría a ésta vidente y por su intermedio, conocería algunos masones e integrantes de la secta umbanda que lo acompañarían en sus ambiciones y proyectos. A medida que se fortalecía y ganaba posiciones políticas fue abandonando a su Madre Espiritual y veinte años más tarde, cuando ya se había instalado junto a Perón, fue la misma Victoria quien lo echó definitivamente diciéndole: “Usted nos engañó a todos. Váyase”.
Premoniciones y Misterios.
Todo es premonitorio en la vida del que sería secretario de Perón: desde su nacimiento, un 17 de octubre, hasta los encuentros con las tres esposas del líder político. López Rega frecuentó durante gran parte de su vida, en distintas latitudes, círculos vinculados a un esoterismo «impuro», mezcla de religiosidad y autoayuda. Allí definió el sentido de su tránsito terrenal. Su lugar en la historia, por lo tanto, no proviene de un proyecto definido de antemano.
Para López Rega la acción política era sólo un instrumento en la realización de los designios cósmicos de alcance universal: Se consideraba un elegido, pero no de la política sino de los misteriosos emprendimientos del umbandismo y de la “rosa mística”. Para López Rega, pero también para muchos de los que lo rodeaban, su destino, incluido el político, ya estaba escrito.
Lopez Rega y Perón.
Gracias a su cargo en la policía Federal, López Rega consigue formar parte de la guardia que protegía el palacio presidencial, durante el primer mandato de Perón. Aunque al principio apenas mantenía contacto con el líder político y su esposa, fue creciendo, entre ellos, una relación de amistad. Por esos años, y gracias al padrinazgo de José María Villone, Rega comienza a cantar arias óperas en Radio Mitre.
Los lazos definitivos entre éste misterioso personaje y Juan Domingo Perón, fueron entretejidos por extrañas casualidades del destino. María Estela Martínez sólo reconocía una familia: la de José Cresto. Los Cresto, venidos de Corrientes, habían establecido una escuela espiritista en Buenos Aires. En ese hogar “Estelita” encontró protección, formación espiritual y el afecto negado por sus padres biológicos a quienes detestaba.
Un común clima esotérico facilitó el encuentro de López Rega con la tercera esposa de Perón y que sus conocidos la nombraban Isabel. Fue en la casa del mayor Alberte, en una de las reuniones políticas que la enviada del exiliado en España sostuvo con sus partidarios para reordenar las fuerzas del peronismo sacudidas por la heterodoxia de Vandor.
Era 1965 y la impresión que recibió Isabel abrió una ruta que condujo a López Rega a la residencia madrileña de Perón y luego al Ministerio de Bienestar Social (uno de los cargos que Perón no estaba dispuesto a negociar en el gabinete de Héctor Cámpora) y luego a las Tres A.
El núcleo mafioso que rodeaba a López Rega, y que podría confundirse con una pandilla de cómicos embaucadores, fue un polo de atracción hacia el cual convergieron las formas más diversas de corrupción y criminalidad impregnadas de ambiguas o explícitas manifestaciones religiosas.
Pero no fue en los tenues tramados del espíritu donde López Rega ancló su reino, sino en las resistentes aunque porosas estructuras de la política de los años ‘60 y en los comienzos de los ‘70. López Rega, es preciso registrarlo, se hizo fuerte de la mano de Perón y su última esposa.
Su presencia tiñó un capítulo tenebroso de la singular historia de una Argentina que giraba incesantemente alrededor del peronismo y de su conflictiva articulación de fuerzas. Ya tocado por la muerte, tal vez las palabras más verdaderas de Perón fueron aquellas que anunciaron que había regresado a la Patria “descarnado”.
Cuando prefirió la afirmación de que “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, Perón se negaba a sí mismo. Durante 30 años había contribuido a construir un país fracturado en el que las multitudes llegaron a vibrar de entusiasmo frente al apotegma que rezaba: “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”.
López Rega no fue producto necesario del peronismo, pero sin el peronismo resultaría impensable. Buena parte de las formas del terror practicado por la dictadura ya transitaban el país antes del 24 de marzo de 1976: casi dos mil asesinatos perpetrados por la acción de la Triple A amparada por López Rega en los dos años de su desenfrenada vigencia.
Antes del Golpe de Estado se contaban 600 desaparecidos. Los militares perfeccionaron el terror, lo multiplicaron, lo sistematizaron, lo hundieron en todas las zonas penetrables del cuerpo de la Nación. Los métodos ilegales, que ya se aplicaban bajo el imperio de las normas legales, se volvió la legalidad misma durante la dictadura que se asentaba, explícitamente, en la arbitrariedad de la fuerza.
La memoria, que está antes que la historia, reconoce las palabras y establece vínculos no siempre evidentes para la historia. A veces confunde: ¿cómo diferenciar el origen de las palabras cuando suenan idénticas? La revista El caudillo, bajo la dirección de Felipe Romeo y el directo auspicio del Ministerio conducido por López Rega, se constituyó, de hecho, en vocero de las Tres A.
Su lema, amenazante y funesto se mostraba siniestro: “El mejor enemigo es el enemigo muerto”. Los oídos de los jóvenes militantes de la izquierda peronista, mientras tanto, exaltados por el entusiasmo de la venganza purificadora que alguna vez había prometido Perón, se habían habituado a escuchar sus propias voces: “cinco/ por uno/ no va a quedar ninguno”.
En aquellos años de la década de 1970, el país todo estaba sumergido en un lenguaje que, ya a esa altura, sólo anunciaba finales. No todos los que lo enunciaban eran ejecutores, pero un odio viscoso ocupaba los rincones menos perceptibles en una espiral imparable, nutrida de palabras que llamaban al espanto.
El aire común, se volvía insoportable. Atrás había bombas arrojadas sobre multitudes reunidas en la Plaza de Mayo en 1955, había fusilamientos de quienes se levantaron contra la “Revolución Libertadora” en 1956, había un pasado de humillaciones y resentimientos y las palabras de Perón desde el exilio.
En los 1970 todas las palabras habían sido pronunciadas. Todas aludían al terror. Apenas regresado de España, al día siguiente de ese punto sin retorno que significó el enfrentamiento de Ezeiza del 20 de junio de 1973, en un mensaje por televisión a todo el país Perón expresó con claridad su comprensión de las cosas: “A los enemigos embozados y encubiertos o disimulados, les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.
Los campos quedaban definidos y el futuro anunciado. El 1º de octubre de 1974, muerto Perón y López Rega en plenitud de su poderío, el Consejo Superior Peronista hacía circular otras instrucciones que permitían evocar las que Perón distribuyera casi 20 años, pero donde el enemigo era otro: “los infiltrados marxistas del Movimiento”.
Un llamado a asumir la propia defensa y a atacar al enemigo en todos los frentes y con la mayor decisión: “Nadie podrá plantear cuestiones personales, o disensiones de grupos o sectores, que afecten o entorpezcan la lucha contra el marxismo”. El ítem 9, Medios de lucha, precisaba: “Se utilizarán todos los que se consideren eficientes, en cada lugar y oportunidad. La necesidad de los medios que se propongan, será apreciada por los dirigentes de cada distrito”.
Un año después, en 1975, el gobierno constitucional que aún era presidido por Isabel Perón emitía el decreto 2772 que disponía “Ejecutar las operaciones militares y seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.
Era el mes de octubre. Algunos meses después las fuerzas armadas consideraron que una de esas “medidas necesarias” era tomar las riendas del Gobierno y el 17 de diciembre de 1976, el jefe del Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola impartía “órdenes secretas” que precisaban las formas de la lucha “contra elementos subversivos”: “Aplicar el poder de combate con la máxima violencia para aniquilar a los delincuentes subversivos donde se encuentren. La acción militar es siempre violenta y sangrienta. El delincuente subversivo que empuñe armas debe ser aniquilado, dado que cuando las FF. AA. entran en operaciones no deben interrumpir el combate ni aceptar rendición”.
El balance, ahora que podemos mirar con alguna distancia temporal, resulta oprobioso. Traer a examen la figura de José López Rega significa elegir un camino lleno de acechanzas, plagado de sombras y equívocos. Sin embargo, no hay otra alternativa para los que hemos aprendido que nada justifica declinar en la búsqueda de la verdad. Aún convencidos de que la verdad no es otra que esa búsqueda incansable y en buena medida desesperanzada.
En caso de estar vivo, seguramente Juan Domingo Perón habría incorporado el momento al vasto archivo de situaciones pintorescas o grotescas vividas en el exilio o en el poder. De hecho acababa de morir, y fue entonces cuando José López Rega, su secretario privado, pidió a los médicos que se apartaran. Anunció que iba a resucitar al presidente de los argentinos, gracias a sus poderes espirituales. Lo tomó de las piernas y, sacudiéndolo, exclamó: «¡Despierta, Faraón!». No pasó nada…