Por Javier Navarrete (Enigmas num. 30)
Pocas imágenes resultan tan atractivas y sugerentes como la de la sirena. Su cuerpo híbrido, con rostro y torso de mujer y forma de pez de cintura para abajo, ha inspirado a poetas y narradores, ha poblado los sueños de pintores y navegantes y ha embellecido con su imagen bestiarios, emblemas y grabados. Entre todas ellas, ninguna más bella ni más misteriosa que la sirena de doble cola. Los canteros medievales tallaron la piedra con su forma para decorar numerosos templos románicos desde cuyos capiteles todavía contemplan, enigmáticas, al piadoso feligrés del siglo XX.
Al canto de las sirenas se atribuía tan poderoso hechizo que nadie podía sustraerse a su atracción y era la perdición de los navegantes que destrozaban sus barcos contra las escolleras por seguir su voz. Su imagen vive hoy en cuentos infantiles, películas de la factoría Disney, lienzos de pintores y objetos decorativos que van desde un pisapapeles hasta un alfiler de corbata. Su nombre se ha insertado en el lenguaje corriente para acuñar frases de sentido hecho, como «cuerpo de sirena», para referirse a la mujer de armoniosa figura, o «escuchar cantos de sirena» para aludir a quien oye algo bello aunque de tramposo fundamento.
Pero, ¿han existido realmente estos bellos seres acuáticos? Cristóbal Colón creyó ver alguno a lo largo de sus cuatro viajes transatlánticos. Crónicas más antiguas hablan de una sirena que recibió el bautismo y llegó a figurar como santa en algunos almanaques con el nombre de Murgen, capturada en el siglo VI al norte de Gales. Se cuenta de otra en 1403 que vivió en Harlem hasta su muerte y aprendió a hilar, aunque nadie logró entender su habla. Otros, por el contrario, niegan la existencia real de tales criaturas, como el renacentista Andrea Alciato, que habla de ellas en escéptico tono de burla: «Sin piernas, doncellas. Sin hocico, peces». Continuar leyendo «El vuelo de las sirenas»