El autor del libro que cuenta esta historia, Mario Mariscotti, dio detalles sobre su entrevista personal con el científico Ronald Richter.
¿Qué hubo detrás del sensacional anuncio de Perón en 1951? ¿Por qué en 1947 la prensa extranjera acusó a Perón de estar fabricando la bomba atómica? ¿Quién fue y qué papel jugó realmente el «sabio» austríaco Ronald Richter?
Esos fueron los interrogantes sobre los que se debatió, el pasado jueves a la noche, en la Biblioteca Sarmiento tras la exhibición de una película que muestra el “secreto atómico de Huemul”. Este encuentro, así como otros tantos organizados a lo largo de estos meses, formó parte de los festejos por el cincuentenario del Instituto Balseiro.
El autor del libro El secreto atómico de Huemul, Mario Mariscotti, fue quien presentó la película, en la que él es el relator y en la que muestra una entrevista exclusiva que en 1979 tuvo con el polémico científico Ronald Richter. Continuar leyendo «El misterio del Proyecto Huemul»
En una ciudad llena de misterios como Buenos Aires, edificada sobre un lecho pleno de restos fósiles, los hallazgos se suceden. Una ciudad con historias en cada rincón, desde que un descendiente de montañeses, Pedro de Mendoza, bisnieto del Marqués de Santillana, la fundara por primera vez en 1536. Hubo que volver a fundarla en 1580 tras los ataques de los indios. Una ciudad frente a un río que parece un mar y cuyas costas fueron testigos de algunos combates navales y varios naufragios. Uno de ellos, el de un misterioso barco mercante cargado con cañones y coral, hundido a mediados del siglo XVIII, ha sido descubierto recientemente.
Hace poco más de seis meses, el 29 de diciembre de 2008, en las cercanías del centro de la ciudad, en un nuevo barrio de Buenos Aires conocido por Puerto Madero urbanizado sobre terrenos ganados al río, un equipo de científicos y arqueólogos argentinos encontró los primeros restos de un navío hundido. El edificio en construcción que los contenía tuvo que paralizar parte de sus obras para que el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires pudiera iniciar excavaciones.
La noticia se propagó a nivel mundial y el ya bautizado “galeón español” era una pieza arqueológica de sobresaliente importancia para desvelar el pasado de toda una ciudad que quiere conocer de dónde viene. El Ministro de Cultura local se ilusionaba con museos y reconstrucciones y del barco empezaban a asomar objetos como cañones, botijas o bolas de coral. La prensa era clarificadora: “Sabemos que es una embarcación española porque no encontramos ningún elemento inglés”; elemental, querido guatson: suponemos que tampoco había elementos chinos, maoríes o de los pescadores de Kamchatka, descartes también importantes para saber el origen del navío. La misma lógica periodística alertaba que si alguien pensaba que era holandés estaba errado, pues los holandeses que cruzaban el océano lo hacían con todo el ajuar y no se veía ni un mísero plato “Made in Holland” (si hubiera aparecido esta inscripción seguro que el barco era chino).
Así que, reunidos los comités cívicos, autoridades y gremios del lugar en asamblea popular se decidió que para la foto el hallazgo era “un galeón español del siglo XVII o XVIII, mercante, fondeado cerca de la costa de la ciudad y embarrancado más que hundido”.
Un pretendido galeón del que quedaba casi solo el esqueleto, pecio en lenguaje marino. El precio para desvelar el pecio era temporal: seis meses. Un semestre ya del año 2009 en que fueron emergiendo de los fondos antes marinos -ahora cimientos de una torre o pequeño rascacielos- maderas, metales, cerámicas y hasta dos monedas de cobre del siglo XVII; debía de haber más, pero con la falta de monedas que existe en Buenos Aires alguien las usó para el transporte de público (esto no es broma; en la ciudad hay un faltante de monedas importante. Han vuelto los tiempos del redondeo, los vales y el le doy una mandarina o un caramelo para llegar a los dos o cinco pesos, ya papel billete).