Sirenas, dragones y demonios momificados en templos Japoneses

Criptozoología en el folclore japonés

Esta es la historia de sirenas, dragones y otros seres mitológicos que durante el siglo XVIII, XIX y principios del XX fueron exhibidos en ferias ambulantes y circos para el asombro de la muchedumbre que acudía en masa a contemplar a estas momias legendarias.

Su origen se remonta al Japón del siglo XVIII, por allí circulaban unas ferias ambulantes conocidas como “misemono”, que ofrecían espectáculos, artesanía popular o acróbatas y que, en algunos casos, mostraban otros atractivos como la exhibición de supuestas sirenas.

Estas sirenas, o mejor dicho “sirenos”, porque muchas eran de sexo masculino, fueron creadas artesanalmente por los pescadores japoneses, que uniendo una serie de técnicas cosían la parte superior de un mono con la parte inferior de un pez, tras esto venía el proceso de disecado o taxidermia, consiguiendo con el tiempo y la perfección de las técnicas creaciones verdaderamente espectaculares.

Al principio, estas creaciones se hacían para los mencionados misemonos, pero no se tardó en ampliar el negocio para ser vendidas a los marineros que llegaban a Japón y que, en su ignorancia, pensaban que compraban verdaderas reliquias de sirenas reales. De este modo, las reliquias comenzaron a circular por Europa y Estados Unidos del mismo modo que en Japón, exhibiéndose a bombo y platillo en los mejores circos del momento. Continuar leyendo «Sirenas, dragones y demonios momificados en templos Japoneses»

Misterios : Las 18 momias de Luxor

En un almacén de la necrópolis nobiliaria de El-Asasif, en Luxor se encontraron 18 momias embalsamadas a las que un grupo de científicos españoles realizaron un análisis a fines del año 2009, cuyos enigmáticos resultados se presentan en una exposición, en la sede barcelonesa del Museo de Arqueología de Cataluña (MAC) hasta el 5 de septiembre de éste mismo año.

En el interior de una de las 18 momias se encontró un esqueleto de rata. Otras evidenciaban haber sido mordisquedas por roedores en la nariz o en las nalgas. En otra hicieron su nido las avispas. La número 2 mostraba en la mano izquierda la enfermedad (o contractura) de Dupuytren, que deja los dedos fijos, y hongos en las uñas de los pies (onicomicosis). La 6 estaba totalmente cubierta de sal natrón, que le daba un bonito aspecto azulado. La 8 y la 17 lucían pulseras. y esta última acaso un escarabajo en el pecho.La 9 conservaba pelos del bigote y la barba de color pelirrojo. La 11 parecía llevar bufanda. La 10 tenía ¡dos mandíbulas! (una, lógicamente, intrusiva). La 16 carece de cabeza, auqnue ésta fue arrancada póstumamente, pero disfruta de un amuleto del tipo nudo de Isis.

«Trabajamos en la tumba de Monthemhat, donde hemos investigado centenares de restos humanos, y cada vez que aparecen momias en la zona nos avisan», explicó el médico paleopatólogo Joaquim Baxarias, que ayer dio una charla en el museo. «Éstas habían sido guardadas y olvidadas en el almacén 4 de la Casa Americana y se sospechaba que pudieran proceder de nuestra tumba, pero no se conserva ningunainformación sobre ellas. Hemos descubierto que son 12 mujeres y 6 hombres, de dos generaciones, unade época del reinado de Pianji, en el siglo VIII antes de Cristo (Tercer Período Intermedio, Dinastía XXV nubio-cushita, los denominados faraones negros); que se trata de nobles, con cargos importantes, alguno incluso sacerdote de Amón. Pero, curiosamente, sus momificaciones no siguen los patrones habituales en la clase alta: sólo una presenta evisceración y dos extracción de cerebro».

Las momias han sido observadas sin tocar los envoltorios que conservaban y sin trasladarlas, mediante un aparato de radiología digital portátil. La patología más abundante que presentan es artrosis, padecida por algo menos del 20% del grupo (en las clases trabajadoras egipcias era muy superior). A una momia a la que se le arrancó el pecho, destaca Baxarias, se le puede ver excepcionalmente el corazón momificado, que debía conservarse in situ. El estudioso recalcó que todas las momias han sido tratadas respetuosamente en el examen, actitud que desgraciadamente no han mantenido antes los insectos, los ratones ni el tiempo. Fuente: elpais.com

La maldición de Amon-Ra

La Princesa de Amon-Ra, tambien conocida como la Sacerdotisa de Amon-Ra, vivió hace más de tres mil años en Egipto. Al morir, su cuerpo embalsamado fue depositado en un bello sarcófago de madera y éste enterrado en una cripta de Luxor, junto a la ribera del Nilo. A finales del año 1890, cuatro jóvenes adinerados de Inglaterra visitaron las excavaciones arqueológicas del lugar el día preciso en que la cámara mortuoria había sido descubierta y tuvieron la posibilidad de contemplar el sarcófago de la princesa, recién extraído de su lugar de descanso eterno. Pero no se conformaron con observarlo y participaron de una subasta para adquirir dicho tesoro. Uno de ellos, fijo una suma convenientemente alta y pidió ayuda a unos nativos para trasladar el sarcófago hasta el hotel en donde se hospedaba. Algunas horas más tarde, el flamante propietario del sarcófago se internó solo en las arenas del desierto y no volvió a ser visto jamás. Al día siguiente, uno de sus tres compañeros perdió un brazo tras ser herido accidentalmente por el disparo de uno de sus criados egipcios. La maldición atacó a los dos amigos restantes cuando volvieron a Inglaterra; Uno de ellos descubrió que se encontraba en bancarrota y el otro fue afectado por una extraña enfermedad que lo dejó paralítico.

Algún tiempo después, y tras la misteriosa racha de infortunios, el sarcófago llegó a Inglaterra dejando un rastro de desgracias. Su nuevo dueño, un empresario del lugar, sería una nueva víctima de la cadena de extraños incidentes; Un accidente fatal de tres de sus familiares y el incendio repentino de su propiedad. Como éste último caballero era muy supersticioso e inmediatamente le atribuyó las descgracias a la posesion adquirida, se deciso del sarcófago, donándolo al Museo Británico. La supuesta maldición, afectó tambien al vehiculo que lo transportaba, ya que el camión se puso en marcha de forma inesperada y atropelló a un peatón que nada tenía que ver con el asunto. Además, uno de los operarios que lo llevaba se rompió una pierna y otro murió a los pocos días aquejado por una enfermedad desconocida. Los problemas se agravaron cuando el precioso ataúd se colocó en la sala egipcia del museo: los vigilantes escuchaban golpes y sollozos que venían del interior del sarcófago; Otras piezas del museo se movían sin causa aparente; Se encontró a un guardián muerto durante la ronda y los otros dejaron el trabajo; Las limpiadoras se negaban a trabajar cerca de la momia. Finalmente decidieron trasladar la pieza al sótano para evitar problemas, pero ésta solución no surtió efecto, ya que uno de los conservadores murió y su ayudante cayó muy enfermo.

La prensa no tardó en enterarse de la situación y comenzaron a trascender versiones sobre la maldición de Amon-Ra. Un reportero hizo una fotografía del sarcófago y Cuando la reveló se encontró con un rostro horrible y macabro en lugar de la pacífica expresión que tiene pintada el sarcófago de madera. Se dice que, tras contemplar la imagen durante un rato, el fotógrafo se fue a casa y se pegó un tiro. Finalmente, el Museo Británico decidió desprenderse de la «Princesa». Un coleccionista la compró y, tras la clásica cadena de muertes y desgracias, la encerró en el desván y buscó ayuda.

El «asustado» caballero acudió a nada más y nada menos que Madame Helena Blavatski, quien en ese momento era toda una autoridad en lo que se conocía como “ocultismo” de principios del siglo XX (hoy fenómeno paranormal). Al entrar en la casa sintió una presencia maligna emanar del desván. Descartó la idea del exorcismo y suplicó a su propietario que se deshiciera de ella con urgencia. ¿Pero quién, en toda Inglaterra, iba a querer comprar una momia maldita? Nadie. Afortunadamente, fuera del país surgió un comprador: un arqueólogo americano que adjudicó las desgracias a una cadena de casualidades. Se preparó el envío a Nueva York. La noche del 10 de abril de 1912, el propietario encargó los restos mortales de la princesa de Amon-Ra en un barco que se disponía a atravesar el Atlántico con dos mil doscientos veinticuatro pasajeros: el trasatlántico clase Olympic R.M.S. Titanic.