Un habitante de Fuzhou, en la provincia de Jiangxi, de la China Oriental, afirma haber fotografiado un Dragón y mostró sus fotos a los medios de comunicación para su masiva reproducción.
Guan Mulin logró documentar con la cámara de su teléfono lo que parece ser un dragon sobrevolando el cielo chino. Mientras Mulin se conducía a su casa en automóvil, observó que otras personas estaban mirando hacia el cielo, curioso, estacionó su vehículo y bajó para ver que sucedía. Al ver el extraño animal que se desplazaba por entre las nubes, tomó su teléfono y consigió tomarle ésta fotografía.
Un equipo de físicos detectó un haz de energía saliendo de la parte superior de la pirámide Bosnia del Sol. El radio del haz de luz fotografiado es de unos 4 metros y medio y se extiende hacia arriba a una gran distancia.
Este fenómeno contradice las leyes conocidas de la física y la tecnología. Esta es la primera prueba de tecnología no hertziana en el planeta. Parece que los constructores de pirámides, crearon una máquina de movimiento perpetuo desde tiempos remotos y que esta «máquina de energía» no dejara de trabajar.
En el año 2010 se descubrieron tres cámaras en el laberinto subterráneo de ésta pirámide y en una de ellas un lago interno de color azul. La detección de la energía muestra que el nivel de ionización es 43 veces mayor que el promedio de concentración afuera de ellas lo que hace que las cámaras subterráneas sean una especie de «salas de curación».
La detección electromagnética en 2011 confirmó que los niveles de radiación a través de la negativa Hartman, Curry y las redes de Schneider son iguales a cero en los túneles. No existe ninguna radiación técnica (de las líneas eléctricas y/o de otras tecnologías) que se encuentran en los túneles y hay radiactividad cósmica. Esculturas de cerámica se colocan sobre los flujos de agua subterránea y la energía negativa se transforma en positiva. Continuar leyendo «Misterioso haz de luz sobre la pirámide Bosnia del Sol»
Jesús Ignacio Flores comenzó a trabajar a los 16 años. Pasaba largas horas en sitios de construcción y en los campos de la plantación de azúcar más grande de su país.
Hace tres años, sus riñones comenzaron a fallar. Llenaban su cuerpo de toxinas. Luego de una rápida agonía, falleció el 19 de enero en el patio de su casa, a los 51 años.
«Sus últimos cuatro meses fueron fatales, y el último, peor. ‘Me estoy quemando’, decía él», relató su esposa Gloria Esperanza Mayorga a la Associated Press. «No le paraba el hipo, no dormía, sufría calambres, dolores de cabeza, perdió el apetito, vomitaba el agua y los alimentos que trataba de ingerir, se le ampollaron la boca y (tenía) todo el cuerpo reseco, perdía la vista, no podía orinar, se levantaba de pronto desesperado y al final hablaba sólo y deliraba».
«Fue un infierno», dijo la mujer, de 49 años.
Su cuerpo fue depositado en un ataúd rústico en el patio de su humilde vivienda en presencia de sus ocho hijos y una cincuentena de vecinos que lo velaron.
Al momento de morir, los trabajadores en el cañaveral seguían laborando con sus machetes. Durante se velorio, casi a media noche, los tractores del ingenio trabajaban recogiendo caña cortada y a lo lejos se escuchaba el constante rugir de los molinos y el resplandor de las luces de sus instalaciones en Chichigalpa, un pueblo de la región azucarera de Nicaragua donde uno de cada cuatro hombres presenta síntomas de una deficiencia renal crónica, según estudios médicos realizados.
Una misteriosa epidemia está devastando la costa pacífica de América Central. Ha matado a más de 24.000 personas en El Salvador y Nicaragua desde 2000 y afecta a otros en proporciones jamás vistas antes. Los científicos dicen tener informes de que el fenómeno se ha propagado desde el sur de México hasta Panamá.
La situación cobró una gravedad tal que la ministra de salud de El Salvador, María Isabel Rodríguez, pidió ayuda internacional el año pasado, diciendo que la epidemia desbordaba el sistema de salud.
«Es una enfermedad que viene sin aviso y cuando la descubren ya es tarde», dijo Wilfredo Ordóñez recostado en una hamaca de su casa de la región del Bajo Lempa en El Salvador. El hombre comenzó a sentir los síntomas hace diez años, cuando tenía 38.