Vivimos entre trillones de datos, una enormidad silenciosa en formato alfanumérico. Desde las geolocalizaciones en GPS hasta la más insignificante transacción comercial mediante tarjeta de crédito o débito en la tienda de la esquina deja una huella digital que es procesada inmediatamente por el sistema capitalista a través de las empresas o bien por instancias gubernamentales.
Los datos masivos (big data) nos controlan colectiva e individualmente. Nuestras costumbres, actitudes, pensamientos y estados de ánimo son registrados mediante sensores urbanos y por medio de las redes sociales al instante, en tiempo real. La vida humana deja rastro en cualquier actividad íntima o pública.
Esta nueva situación refleja un cambio de paradigma revolucionario. En la era analógica, la ciencia centraba sus esfuerzos en desvelar el por qué de la realidad, sus causalidades lógicas y su compleja profundidad. Con el advenimiento de los datos masivos, el qué ha pasado a convertirse en el eje sobre lo que todo gira. Su totalidad apabullante solo señala y marca tendencias generales: la realidad es lo que es, una tautología que se define a sí misma sin más atributos intrínsecos. No precisa de la exactitud para serle útil al sistema imperante.
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