El Primer programa espacial tripulado de los Estados Unidos, de 1961 a 1963 fue el Programa Mercury que comenzó el 7 de octubre de 1958, un año y tres días después de que los soviéticos pusieran al primer satélite en el espacio, el Sputnik 1.
El 24 de Mayo de 1962, el astronauta Scott Carpenter logra fotografiar a un objeto en forma de disco, mientras se encontraba en el espacio a bordo del Aurora VII del Proyecto Mercury Atlas VII.
Cuando Carpenter se encontraba a 275.000 metros de altura, vio acercarse “algo” a la cápsula, inmediatamente comunicó a Houston: “¡Es metálico! y refleja intensamente la luz solar”.
El objeto siguió desplazándose en sentido contrario a la marcha de la Aurora 7, hasta perderse de vista. Scout Carpenter, mientras orbitaba la Tierra en Mayo de 1962, a la altura de Australia, comunico a la base: “Estoy observando unas partículas luminosas que vienen a mi encuentro, ¡son muy rápidas! Y parecen tener una luz mas brillante que las estrellas… ¡Entonces ellos existen…! ¡Son ellos…! .
Scott Carpenter, a bordo de la cápsula Aurora 7, vio y fotografió a varios objetos de gran tamaño y luminosidad que siguieron al vehículo norteamericano durante su corto periplo espacial. La NASA dio una absurda explicación a las fotografías, diciendo que eran “cristales de hielo adheridos a las ventanillas”. En su tercera vuelta a la Tierra, Carpenter vio otro objeto y comunicó a Houston: “Está claro que aquello no orbita la Tierra…. Viene de otra parte”. Carpenter reconoció haber sentido miedo, también dijo: “Era cilíndrico, enorme… y se movía a gran velocidad”. Nota: ¿Cilíndrico y enorme? Continuar leyendo «El Proyecto Mercury VII y su encuentro con OVNIS»
El pasado 15 de junio, un grupo de buzos descendió, tomó fotos y filmó varias horas de video. En el lugar, los cazadores de naufragios y tesoros hallaron una roca semiesférica «con forma de hongo» que, dejó a los buzos asombrados. «Primero creímos que sólo era una piedra, pero es algo más que eso», aseguró Lindberg. La ambiguedad de sus palabras nos hacen creer que en realidad el misterio no es tal y que ellos ya conocen la verdadera naturaleza del descubrimiento, solo que no dirán nada hasta el estreno de un documental dedicado al suceso. Continuar leyendo «El objeto del Mar Báltico : Hallazgo legítimo o negocio mediático?»
«Nací con el maligno como mi patrón a un lado de la cama cuando vine al mundo y ha estado conmigo desde entonces…». H. H. Holmes
El 1° de mayo de 1893 se inauguró en Chicago la Exposición Universal, que debía reflejar el gigantesco progreso de la humanidad en las industrias y en las ciencias. Era la edad de la seguridad. Y del optimismo. Por esos días, abrió sus puertas en la ciudad de los vientos un fastuoso hotel. La obra fue proyectada por un tal Campbell y realizada bajo la dirección de un tal doctor Holmes. Ambos tenían un rasgo común: no existían. Habían sido creados por un tal Herman Webster Mudgett, quien recurrió a ese arbitrio para estafar a albañiles y proveedores de materiales de construcción y equipamiento del suntuoso establecimiento.
Si el aspecto exterior del edificio era por lo menos extraño, su interior era inquietante: toda su estructura estaba horadada por pasadizos secretos, trampas, espejos que permitían ver cuanto acontecía en las habitaciones, y hasta cañerías de gas colocadas debajo del parquet, que se accionaban desde el subsuelo y hacían posible que los huéspedes pasasen involuntariamente del sueño diario al sueño eterno.
Si los clientes hubiesen tenido oportunidad de echar un vistazo a los sótanos, seguramente se habrían marchado sin detenerse a recoger sus equipajes. Porque hubiesen descubierto un horno crematorio, una tinaja con ácido sulfúrico, una mesa de disección anatómica, con decenas de bisturíes, sierras y otras herramientas relativamente afines con la industria hotelera. Si nadie se preocupaba por las desapariciones, menos intriga despertaban las cartas falsificadas que enviaba a los familiares de sus huéspedes para que sus familiares o socios les girasen más fondos, porque lo estaban pasando bomba.
Con, probablemente, unas doscientas muertes sobre la conciencia, este Barba Azul sádico y obseso sexual puede considerarse, en la lista de premios de los grandes criminales, como una especie de «recordman» en todas las categorías. Su mansión del suburbio de Englewood en Chicago -el Holmes Castle- es aún hoy la casa de matar más sofisticada de toda la historia de la criminología.
El Dr. Holmes, cuyo verdadero nombre era Herman Webster Mudgett, nació en 1860 en Gilmanton, en una honrada y muy puritana familia de New Hampshire. Muy pronto manifestó hacia las mujeres -y sobre todo hacia las mujeres de fortuna- el interés poco corriente que iba a hacer de él un auténtico donjuán del crimen. A los dieciocho años, se casó con una rica joven llamada Clara Louering. Para pagar sus estudios de medicina, la arruinó, y después, una vez obtenidos con lustre sus diplomas en la Universidad de Michigan, la abandonó para irse a vivir con una guapa viuda que se complació en subvenir a sus necesidades gracias a las rentas de su respetable casa de huéspedes. Siendo ya médico, dejó sin pena a aquella segunda conquista, ejerció durante un año en el estado de Nueva York y fue después a establecerse en Chicago. Continuar leyendo «El laberinto de la muerte del Dr. Holmes»