Hoverbike: La moto voladora

Los chicos de Malloy Aeronautics quieren lanzar su Hoverbike para hacer realidad el sueño de las motos voladoras. De momento, el prototipo pinta muy bien y están buscando financiación para su proyecto.

Puede que uno de los artilugios más molones de la ciencia ficción esté a punto de hacerse realidad. O al menos algo que se le parece mucho. Los aerodeslizadores imperiales que se pueden ver en Star Wars Episode VI: The Return of the Jedi podrían estar más cerca gracias a Malloy Aerodinamics y su Hoverbike, que combinan un hovercraft y una moto.

«Las primeras maquetas se enviarán a partir de noviembre de este año»

La idea es combinar las hélices de un helicóptero con un chasis que permita a una persona pilotarlo a modo de motocicleta. Por el momento han lanzado una campaña de recaudación de fondos fuera de Kickstarter en la que esperan llegar al millón de dólares y así continuar con el proyecto. Al mismo tiempo han empezado otra campaña dentro de la web de crowdsourcing en la cual venden un drone totalmente funcional con escala 1:3.

Será complicado poder ver un vehículo como este recorrer las calles de nuestras ciudades pero en el campo la verdad es que su uso me parece más acertado. Sobre todo porque no deja una huella tan visible como la de los quads o las motos. Su alcance es de 148kms, algo que se podría mejorar, y su consumo está en los 30 litros a la hora. Cifras que deberían ser mejoradas ya que limita en gran medida su uso y eleva su precio y mantenimiento.

De todos modos es un excelente paso para un primer acercamiento a novedoso medio de transporte. Tal y como dicen los creadores, no utilizan ninguna pieza o tecnología que no se haya usado antes, pero ellos los combinan de una manera que hasta ahora nadie había pensado, según leemos en Phys.org. Y esa manera de ver las cosas me gusta ya que la innovación muchas veces no es crear algo de cero sino usar algo de una manera diferente a cómo se venía haciendo hasta ahora.

La playa de los Legos perdidos

En 1997 un carguero soltó al mar millones de piezas de Lego. Hoy muchas de ellas todavía llegan a las costas de Cornwall

Se dice que en los acantilados perdidos de Cornwall, el Land’s End británico, correteaban siglos atrás los gigantes. Se habla también de duendes y fantasmas que recorren las lomas en los días de lluvia y niebla. Y desde hace casi veinte años, también se habla de los nuevos y diminutos habitantes de sus playas, en la punta más suroeste de la isla. Su origen no es sobrenatural y son de plástico: allí hay cientos de miles de piezas de Lego que en 1997 cayeron al mar después de que una gigantesca ola tumbase el Tokio Express, el barco que las transportaba. Desde entonces se han convertido en presencia habitual de la zona. Sin embargo una pregunta sigue resonando como el primer día: ¿por qué allí y no en ningún otro lado?

Aquel 13 de febrero, 62 contenedores cayeron por la borda. No se sabe qué fue del contenido de los 61 contenedores restantes, pero sí que más de cuatro millones y medio de piezas cayeron al agua. Y que, como no podía ser de otra manera, muchas de ellas eran de temática marinera. Tiempo después, todos esos miles de arpones, de escafandras y chalecos salvavidas y anclas empezaron a llegar a las costas galesas. Hoy continúan haciéndolo.

La presencia constante de Legos en las playas de Cornwall se ha convertido en algo así como una tradición local, un divertimento que hasta tiene sus propias páginas de Facebook donde se comparten los hallazgos, sobre todo si alguien tiene la suerte de encontrarse con los buscadísimos dragones verdes. También supone una preocupación para los grupos medioambientales, que ven en las pequeñas piezas de plástico un peligro para las diferentes especies animales del lugar y se esfuerzan en limpiar las playas.

¿Por qué Cornwall?

Pero más allá de la anécdota, ¿qué tienen estas playas para atraer la basura de los océanos? Según informa The Atlantic, hace más de 20 años, el mar se tragó un cargamento de mecheros no lejos de las costas británicas. Hoy esos mecheros siguen llegando a Cornualles, acompañando a los Legos. Y lo que es todavía más extraño: ni uno solo de los muñecos que viajaban en el Tokio Express ha sido registrado en ninguna otra playa del mundo.

Si por ejemplo, a la basura convencional le lleva tres años viajar desde el Land’s End a Florida, en un periodo de 20 años parecería que por fuerza los Lego deberían haber llegado a otras costas. Y según parece no ha ocurrido nada parecido, o al menos no se tiene constancia. Sin embargo, aún faltan muchas piezas por ser descubiertas: ¿Qué ha sido de ellas?, ¿siguen en el fondo marino?, ¿llevan 20 años dando vueltas por los océanos sin descanso? “La lección que he aprendido de la historia de Lego es que las cosas que llegan al fondo del mar no siempre permanecen allí”, cuenta el oceanógrafo Curtis Ebbesmeyer a la BBC.

Una vez algo cae al mar, queda sujeto a las misteriosas dinámicas de las corrientes oceánicas, que todavía hoy no comprendemos del todo. “Seguir las corrientes es como perseguir fantasmas. No puedes verlas, sólo saber dónde empiezan a flotar los objetos y dónde acaban”, continúa Ebbesmeyer. Una imagen que nos recuerda cómo algunos paisajes británicos no pueden desprenderse el aura mágica que flota sobre ellos. O eso nos gustará pensar hasta que algún día por casualidad descubramos pequeños dragones verdes en cualquier otra playa lejana.