Kikuko, a pesar de estar muy enferma, no se separaba de su muñeca, y la cuidaba cuanto podía para que ésta no sufriera daño alguno. Al morir Kikuko, la familia decidió conservar la muñeca junto a las cenizas de la niña.
Tras pasar el tiempo, comenzaron a descubrir que el pelo de la muñeca crecía de manera inexplicable. Más tarde, durante la II guerra mundial, la familia emigró y decidieron confiar la muñeca a los sacerdotes del tempo Mannenji.
Han pasado ya muchos años y en la actualidad, la muñeca aun se conserva en el templo situado en la localidad de Hokkaido. Miles de turistas visitan todos los años el lugar para comprobar con sus propios ojos, como año tras año, el pelo de la muñeca va creciendo. Incluso hay quienes sostienen que los labios de Okiku, que antes permanecías cerrados, ahora están abiertos y con cierto toque de humedad.
Los investigadores japoneses, y de otros países han visitado el templo en busca de alguna explicación racional al suceso, pero hasta el momento, nadie puede explicar de manera determinante, porque el pelo de la muñeca ha crecido hasta la altura de su cintura.