El barrio El Ensueño, en la localidad bonaerense de Moreno, no tenía nada que ver con el suburbio de Jimki, en Moscú. Pero de alguna manera, Vera Tchestnykh se había adaptado. Su familia había inmigrado desde Rusia hacia Argentina en el año 1999. Cuando le preguntaban al padre, Valeri, por qué había tomado la decisión de cruzar medio mundo, respondía: “No quise que mis tres hijos varones fueran a la guerra en Chechenia”. De alguna manera, todos habían logrado rearmar sus vidas en América del Sur, salvo la madre, Ludmila Kasian: en 2003 volvió a Rusia para vender una de las propiedades de la familia y ya no volvió sino hasta 2009. Pero cuando llegó, Valeri, su marido, estaba viviendo con otra mujer.
La familia Tchestnykh pasó una década de sosiego en la Argentina. El padre, que en Rusia había trabajado como ingeniero civil, se acostumbró a conducir un taxi entre las calles de Buenos Aires. Luego, todo se vino abajo. Y Vera fue la primera en caer.
El jueves 6 de mayo de 2010, el día en que cumplía 26 años, la única mujer entre los cuatro hermanos salió a dar una vuelta por los alrededores del barrio El Ensueño. Solía caminar: el paseo era una rutina que cada vez le resultaba más personal, desde que se había convertido el vegetarianismo y la vida sana que había predicado en su adolescencia en un ecologismo radical de raíz eslava. El movimiento Anastasia, basado en un libro que el ruso Vladimir Megré publicó en 1996, contenía la fábula que llevaba a Vera de regreso a la naturaleza.
La del jueves 6 de mayo de 2010 fue la última caminata de Vera Tchestnykh: la chica nunca más volvió, nunca más fue vista. Simplemente, se perdió detrás de un manto denso de misterio.
Seis meses después, el 13 de noviembre de 2010, su madre, Ludmila Kasian, fue asesinada en su propia casa del barrio de El Ensueño. El crimen no fue el primer hecho violento que sacudió los cimientos de la casa. En agosto, un hombre fue sorprendido en el interior por uno de los hermanos de Vera y sacó un arma de fuego cuando se vio descubierto. Fue uno de esos momentos en los que el destino se tensa: el extraño gatilló ocho veces, pero el arma escupió una sola bala, que dio en la pierna del joven ruso.
Cuando la suma de incidentes superaron los recursos de los tres fiscales que investigaban, por separado, la desaparición de una chica, el crimen de su madre y el disparo sufrido por su hermano, las autoridades tomaron la decisión de adjuntar todos los hechos en una investigación y enviarla al titular de la Fiscalía de Delitos Complejos de Moreno, Juan Ignacio Bidone.
Poco antes se había sumado María Esther Cohen-Rua, de la Comisión Esperanza, una ONG orientada a la búsqueda de personas de paradero desconocido. Cohen-Rua, que trabajaba en este tipo de casos desde 1993, se dedicó a ayudar a Valeri a moverse en el mundo burocrático de la Justicia y la policía argentina cuando su hija desapareció. “En los últimos tiempos, Vera parecía haber iniciado un viaje hacia dentro de sí misma”, señala Cohen-Rua, como si la desaparecida fuera una muñeca matrioska que podría guardar en su interior la llave secreta que abre todas las puertas del violento misterio que rodea a su familia. Ella, que en su adolescencia vestía con ropa blanca y sobria, y tocaba el arpa con un nivel demasiado elevado para el Conservatorio López Buchardo (adonde había llegado en 1999, pocas semanas después de inmigrar a la Argentina) se había transformado en los últimos tiempos en una mujer de cabello rapado que paseaba por las calles que bordeaban al country San Diego, cuando salía a caminar o a correr. “La Vera de la adolescencia y la Vera de los últimos tiempos parecen dos personas distintas”, considera Cohen-Rua.
Pero en la historia de la familia Tchestnykh todavía faltaban más eslabones. El fiscal Bidone cerró su hipótesis sobre dos de los hermanos de Vera: Ilia, de 28 años; y Sergei, de 18. Bidone considero que ellos dos habían eliminado a su propia madre, en venganza por haber descubierto que, de alguna manera, Ludmila Kasian había provocado la muerte de su hija Vera y había hecho desaparecer el cuerpo. Algunos días después del asesinato de la madre, la computadora de Ilia, secuestrada en un allanamiento sorpresivo, reveló en su interior dos armas escondidas. Una de ellas era una Taurus a nombre del propio Ilia, y era el arma homicida.
La huida de los dos hermanos sorprendió a los investigadores cuando el 15 de diciembre de 2010 cruzaron la frontera de Aguas Blancas hacia Bolivia, corriendo vertiginosamente en las rutas del norte, en un Volkswagen Polo negro y amarillo, el taxi del padre de ambos. Llegaron a Bolivia luego de recorrer medio país, pasando por Entre Ríos y por las termas de Río Hondo, donde se enteraron de que el fiscal los acusaba del crimen de su madre.
Con la fuga de los dos hermanos, el caso cayó en un paréntesis que Ilia rompió cuando, desde la clandestinidad, habló vía Skype con Clarín y con el sitio web 24Con: “¿Yo soy tan estúpido de matar a mi propia madre, con mi propia arma, dejando mis propias huellas en el arma? ¿Después me puse guantes para revolver la casa, después guarde mi arma en mi propia computadora y esa computadora se la entregué al fiscal? ¿Tan estúpido soy yo? Volver y entregarme sería firmar mi sentencia de muerte”, dijo, defendiéndose.
Luego llegó el turno de Sergei: el chico fue encontrado muerto el 8 de septiembre de 2011, con 19 años, en un hotel de la ciudad de La Paz, en Bolivia. Él también murió de un modo misterioso: asfixiado y con espuma en la boca.
Ilia siguió su viaje hacia el norte. Cruzó hacia Perú. Y ahí, el 30 de marzo de 2012, le tocó a él: en la playa del Gramadal, en la localidad peruana de Salaverry, su cadáver apareció con un agujero en la sien izquierda y dos decenas de cartuchos de bala desparramados a su alrededor, junto a una bolsa de cocaína y a una pistola automática Bersa que lo habría acompañado durante los trece meses en los que permaneció prófugo de la Justicia argentina.
Cuatro años después de la desaparición de Vera Tchestnykh, el drama que significó su ausencia y la cadena de desgracias que se des continuación se desvaneció en un agujero hondo de olvido. La causa judicial de la búsqueda de Vera no registra movimientos durante el último año. “Luego de la muerte de los dos hermanos en esas circunstancias tan extrañas, la Justicia consideró resuelto el crimen de la madre, pero la búsqueda de Vera nunca continuó”, dice María Esther Cohen Rua, de la Comisión Esperanza. Hoy Valeri sigue conduciendo su taxi. Su ex mujer, su hija y dos de sus hijos ya no están. Cohen Rua se lamenta: “El hombre sufre de un dolor sin respuestas”. Y la hipótesis del fiscal Bidone parece haber quedado descartada ante la fuerza de los hechos.