En la segunda mitad del siglo XIX hacían furor todo tipo de espectáculos teatrales que, en muchas ocasiones, llevaban el dudoso adjetivo de “científico”. No cabe duda que un público ávido de emociones novedosas, antes del nacimiento del cine, necesitaba calmar su sed de sorpresas con todo tipo de ingeniosas representaciones. Tan pronto eran momias egipcias que volvían a la vida, como magos capaces de trocear a una bella dama en pedacitos para, luego, volver a tomar su figura como si nada. Todo esto, más la moda del espiritismo y sus mesas “parlantes”, junto a médiums y el gusto por lo macabro, convertía muchos teatros en auténticos antecesores de las películas de terror.
Vale, hoy día nos podría causar risa, tan acostumbrados como estamos a carísimos efectos especiales y sofisticadas puestas en escena, pero ¿qué pensarían nuestros tatarabuelos? Para alguien que no hubiera contemplado nunca algo parecido, ver una representación fantasmal en un teatro debió ser algo ciertamente impresionante. Todo esto empezó, o más bien habría que decir que llegó a su culminación, con la feria científica abierta en la británica The Royal Polytechnic, institución que con el tiempo ha pasado a formar parte de la Universidad de Westminster. La idea consistía en crear ilusiones de la forma más realista posible acudiendo a todo tipo de atilugios y técnicas científicas. Puede que no lo sospecharan al principio, pero lo que surgió como divertimento se convirtió en poco tiempo en un espectáculo de masas. Ahí estaba John Henry Pepper, un químico que llegó a la institución en 1848 con grandes ideas y un inventor, Henry Dircks, que había ideado una máquina de fantasmagorías, esto es, un generador de imágenes fantasmales. A Dircks no le iba muy bien el invento, nunca mejor dicho, pues requería teatros con una disposición especial y un equipamiento complicado. Fue Pepper quien se ofreció a crear en su feria un espectáculo de fantasmas con la técnica de Dircks, modificando el teatro ya existente. El resultado, que se dio en llamar Los Fantasmas de Pepper causó sensación.
La primera prueba se realizó representando una escena de una obra de Charles Dickens. ¿Dónde estaba la gracia? Naturalmente, en los fantasmas, parecían reales o, al menos, eran tal y como los imaginaba el ideario decimonónico occidental. Los espectadores ocupaban sus butacas, como en un teatro normal, sin sospechar que todo lo que veían formaba parte de un escenario trucado, dotado con una sala oculta equipada con grandes espejos. De esa forma, camuflando inteligentemente varios juegos de grandes espejos móviles, podían proyectarse todo tipo de imágenes “fantasmales” flotantes. El resto dependía de la capacidad teatral de los actores y de la habilidad de quienes manejaran marionetas, pedazos de tela desgarrada y similares. Ante los asombrados espectadores flotaban toda clase de espectros del otro mundo, juegos de luces y puertas que dejaban a la vista criaturas infernales. El éxito del montaje de Pepper fue tan grande que terminó por ser exportado a teatros de todo el mundo. En muchos lugares se crearon túneles del terror basados en la misma tecnología de luces y espejos, se construyeron casas “encantadas”, en las que la gente llegaba a pagar considerables cantidades por disfrutar de un rato de terror. Lo que surgió a mediados del siglos XIX como sencillo divertimento, terminó convertido en todo un clásico de los parques de atracciones destinado a dar miedo, claro está, muy mejorado gracias a todo tipo de efectos por ordenador.
Fuente : Fantasmas sobre el escenario
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