Desde el nacimiento mismo de la teoría de la evolución y la selección natural promovida por Charles Darwin en el año 1859 a través de su Obra maestra «El origen de las especies…» la ciencia ha buscado el eslabón perdido; Esa pieza que nos conduce sin contradicciones a la verdad sobre nuetsros orígenes. En el camino, le han concedido ese honor a muchos fósiles de diferentes épocas, en su mayoría de simios, aunque siempre en vano.
Desde muy joven, sus adiestradores comprendieropn que Oliver no era un simio normal, ya que poseía cualidades inusuales entre los simios que ellos habían conocido. En principio Oliver poseía características físicas que diferían bastante de los otros simios. Caminaba erguido durante mucho tiempo, su cara era más plana, con una apariencia casi humana, poseía menos pelo, su hocico era menos pronunciado y sus orejas eran puntiagudas. Además de éstas cualidades poco usuales, el comportamiento de Oliver era distinto al del resto de los monos del lugar, incluso que cualquier otro animal que la pareja de cuidadores hubiera conocido antes.
Oliver era capaz de recibir órdenes complejas y ejecutarlas y prefería la compañía humana a la animal. Mientras vivió bajo la custodia de Frank y Janet Burger, Oliver daba con frecuencia de comer a los perros y realizaba otras tareas domésticas. Al finalizar, se relajaba tomándose una taza de café. Por las noches, se sentaba a ver la televisión, frecuentemente en compañía de uno de sus dos cuidadores. A veces, llegaba incluso a preparar un par de copas para Frank y para sí mismo. Además, nunca buscaba la compañía de otros chimpancés y cuando se veía obligado a separarse de sus amigos humanos, lloraba. Algunos científicos se hicieron eco de éste fenómeno y por un momento creyeron estar ante la presencia del primer «Humancé» (Un hipotético híbrido entre humano y chimpancé).
A finales de los setenta, el diario Los Angeles Times dedicó un artículo a Oliver anunciándolo como “un eslabón perdido” o una nueva subespecie de chimpancé.
Cuando Oliver alcanzó la madurez sexual, sólo le interesaban las hembras humanas y comenzó a demostrarselo a su dueña, fue tal vez por ese motivo que en el año 1975 la pareja decidió venderlo a un abodago de Manhattan, Michael Miller, quien estaba obsesionado con el chimpancé. A partir de ese día, Oliver comenzó a pasar de un dueño a otro y a deambular de un parque temático a otro hasta que finalmente nadie supo más de él.
Durante su estadía con Miller, fue visitado por científicos de gran reputación entre los que se encontraban: George Schaller, de la Sociedad para la Conservación de la Vida Salvaje y uno de los biólogos más conocidos del mundo, y Clifford Jolly, reputado antropólogo de la Universidad de Nueva York.
Oliver: El Simio Humano
Todos los medios de comunicación competían por contemplar «al presunto eslabón perdido». Para entonces, los científicos ya habían informado sobre las pruebas que le habían practicado a Oliver: Miller hizo caso de lo que quería escuchar e ignoró el resto. En esos momentos, ejecutivos de la Nippon Television Network, un poderoso canal de Japón, le ofrecieron una pequeña cantidad de dinero y financiar los estudios científicos adicionales. Entre ellos, pruebas genéticas, a cambio de retransmitir en exclusiva el resultado de las mismas. A Miller le pareció la oportunidad perfecta para determinar la verdadera naturaleza de Oliver y conseguir, de esa manera, algo de dinero.
Enjaulado. Todo parecía indicar que Oliver estaba disfrutando de las atenciones médicas, a juzgar por los abrazos y apretones de mano que repartía por doquier. Sin embargo, según la versión de Miller, no era así. Por ejemplo, para inyectarle un sedante, los científicos le introducían en lo que llamaban una «jaula de presión», una especie de caja en la que una de sus paredes empujaba hacia dentro hasta que el animal quedaba totalmente inmovilizado. A Miller le parecía que, lejos de haberlo rescatado de la desagradable vida circense, lo que había hecho era proporcionarle una existencia peor, y que él mismo estaba perdiendo el control. El colmo llegó cuando, durante una rueda de prensa televisada, una joven y atractiva actriz japonesa se ofreció para servir de pareja al animal, permitiendo que el acto sexual se filmara en interés de la ciencia.
Cuando regresaron a Estados Unidos, en otoño de 1976, Miller entregó, después de haber sido su propietario algo menos de un año, su querido eslabón perdido a Ralph Helfer, un entrenador que proporcionaba animales a la industria cinematográfica. La condición que le puso es que debía de cuidar de Oliver de por vida. Helfer trataba a los animales con afecto, comprensión y respeto, en lugar del látigo, el revólver y la silla de domadores de la vieja escuela.
El entrenador le sigue recordando: «Sus uñas eran muy largas, como las de una mujer, pelaba las uvas antes de metérselas en la boca. Los chimpancés orinan en cualquier parte, pero Oliver sólo lo hacía directamente en el sumidero de su jaula, permaneciendo de pie y sosteniendo su pene con la mano, como lo haría todo un caballero. No creo que fuese el eslabón perdido, pero algo debió de suceder en la selva. Aquel animal no era ningún chimpancé».
En 1977 Helfer regaló a Oliver a un entrenador amigo suyo, Ken Decroo. Por aquella época, el primate había hecho algunos trabajos ante las cámaras, sobre todo anuncios para la televisión. También intervino en Los animales son la gente más divertida del mundo, un conocido show que dirigía Dick Clark. Interpretaba al presidente de Estados Unidos. Sin embargo, no estaba especialmente dotado para los escenarios, «odiaba que le dieran órdenes. Si un director comenzaba a gritarle, se volvía mucho más ingobernable. Sin contar la poca amistad que se generaba entre Oliver y el resto de chimpancés», cuenta Decroo.
En 1987, Decroo lo vendió a Bill Rivers, otro entrenador de un parque de animales. «Había oído muchas historias sobre él, decían que era medio humano. Pero cuando al final pude tenerlo frente a mí, lo que más me impresionó fue su naturaleza amable y gentil. Las personas le encantaban. Por las mañanas, solía llevarle a dar un paseo por el parque antes de que llegara el público. Le gustaba mucho ir cogido de mi mano. Estaba miope y no veía demasiado bien, así que siempre permanecía muy pegado a mí».
Según Rivers, en 1989 lo entregó por un precio aceptable a unos laboratorios de Pensilvania (los anteriormente citados Buckshire Corporation). «Les dije que si era para inyectarle algún cáncer o el virus del sida no iba a venderlo. Pero me aseguraron que lo querían para estudiar su sangre. Siempre me ha quedado la duda de si obré bien». Pasó siete años en la Buckshire Corporation, aunque nunca llegó a ser utilizado en estudios de laboratorio, así que estuvo la mayor parte de ese tiempo sentado en su jaula.
Pasaron veinte años desde sus primeras apariciones como el «Eslabón Perdido» hasta que el 1 de abril de 1996, Wally Swett, director del centro Primarily Primates, una reserva para animales situada al norte de San Antonio (Texas, EEUU) y después de realizar arduas gestiones, logró que la empres ade investigación científica Buckshire le cediera a Oliver y a otros 112 chimpancés para alojaros en su refugio, en lugar de ser utilizados en experimentos médicos.
Al abrir las puertas de la reserva, apareció Oliver erguido sobre sus dos patas y con el vello de todo su cuerpo erizado por la excitación.
En la actualidad, han pasado 15 años desde que Oliver encontró la tranquilidad en aquel lugar. Ahora vive solo en el santuario de Swett, Primarily Primates, junto a unos 850 animales. El director de esta reserva ha intentado integrarlo en el grupo social, pero sin mayores éxitos porque ya se encuentra muy débil y Swett decidió entonces que estaría más seguro viviendo solo. padece artrosis y ya no puede caminar erguido como antes. Cuando llegó al parque sólo lo hacía si se excitaba, un cambio de comportamiento que Swett achaca a los años que pasó en el laboratorio. «Imagínate que te pasas siete años metido en una jaula. Habría que ver si serías capaz de caminar después», explica.
Durante su estadía en la reserva se realizaron análisis de ADN concluyendo definitivamente que Oliver posee 48 cromosomas en lugar de los 46 que tienen los humanos; También se concluyó que el chimpancé pertenece a la familia de los Pan troglodytes, un tipo de chimpancé muy común en Africa.
Los científicos seguramente descubrieron éste hecho hace más de veinte años, y sin embargo Oliver estuvo enjaulado la mayor parte de su vida!
Aparentemente, las mutaciones para sobrevivir, deben suceder en varios ejemplares al unísono y ser amable a la población que les da origen.
La historia está llena de ejemplos de como ciertas etnias cargaban sobre otras y los diferentes eran generalmente masacrados.
Interesante la historia de este Humancé…
Pero, ¿y dónde podríamos ver el vídeo de la nipona con el simio en cuestión?
Digo, todo sea por la ciencia…