Desde fuera, parece una nave espacial enterrada en medio de la nieve. Una trozo de cemento armado, con una vidriera alienígena y con una puerta de aluminio. Por dentro, sus pasillos parecen el escenario de un videojuego de acción en primera persona. Lo que esconden sus gigantescas salas climatizadas, solo está al alcance de la vista de unos pocos científicos. Aunque en Internet se rumorea que en su interior se guardan auténticas aberraciones, en realidad albergan una de las grandes esperanzas para la humanidad en caso de catástrofe.
El Banco Mundial de Semillas de Svalbard es una enorme despensa subterránea de semillas. Allí se conservan cuatro millones de tipos de 800.000 variedades de plantas, lo que viene a ser un tercio de todas las que hay en el planeta. Se abrió hace diez años y, si el cambio climático o una guerra nuclear arrasan nuestro planeta, se convertiría en un auténtico salvavidas botánico.
El banco se encuentra entre las montañas de la isla noruega de Spitsbergen, al norte del país y a tan solo 1.300 kilómetros del Polo Norte. Uno de los hombres que puso dinero para su construcción fue Bill Gates. La Fundación Rockefeller también contribuyó. Este hecho, y el secretísimo que rodea al proyecto, han hecho que en la Red circulen historias de lo más rocambolescas sobre lo que realmente pasa entre sus muros: desde que es un proyecto ideado por los nazis, hasta que es una especie de laboratorio en el que se idean sistemas para controlar a la población.
Pero nada más lejos de la realidad ideada por la calenturienta mente de un fanático de las conspiraciones: el Banco de Semillas es solo un gran laboratorio en el que además de guardar las semillas, se experimenta con nuevas variedades para adaptarlas al nuevo mundo. Continuar leyendo «Svalbard, la gran esperanza botánica de la humanidad»