Dícese del aroma fragante que emanaban algunos santos y mártires al morir, pero también, pocos durante su vida.
Desde la más remota antigüedad se trató de evitar la pudrición de los cadáveres y su mal olor, en especial en personas notables.
Siempre los aromas florales certificaron la santidad en muchas personas especiales de la cristiandad, ya que el propio Jesús, fue perfumado y conservado con aceites esenciales:
Se dice que muy bien olían el fraile Servolo, coetáneo de San Gregorio Magno, San Simón y San Policarpo en los primeros años del cristianismo.
Otros emanan aromas florales en forma patológica: durante los ataques de histeria o en el delirium tremens cuyos afectados despiden olores a piña o a violetas, los tísicos, por ejemplo, exhalan un olor a rosas procedente de sus pulmones.
La ingestión de medicamentos, por ejemplo la trementina para paliar los problemas de anuria también suele producir en la orina un agradable olor a violetas, de ahí que se haya pretendido explicar según esta hipótesis el olor que exhalaba la santa Catalina de Ricci, monja dominicana estigmatizada del siglo XVI, aquejada de anuria. Teresa de Jesús emanaba aromas después de muerta y se ha argumentado que podía haberse debido a la brucelosis o a la acetonomía diabética que a veces produce un agradable olor a manzanas.
Pero otros casos solo podría explicarse como un producto de la siquis o del espíritu, en especial, lo conocido de notables médiums.
Estos fenómenos, a veces paranormales, eran acompañados por incorrupciones parciales. Hoy sabemos que la mayoría habían sido preservadas por diferentes métodos e incluso «retocadas» con cera en sus manos y caras, con permiso eclesiástico en Italia y España.
No debemos olvidar, la importancia que daba a estos lugares cristianos la abundancia de santos con manifestaciones tan «sobrenaturales» de loor de santidad. Continuar leyendo «En loor de santidad»