Ocurrió en la Navidad de 1859 cuando el británico Thomas Austin, mediante la Victoria Acclimatisation Society, liberó setenta y dos perdices, cinco liebres y veinticuatro conejos en Australia como regalo para que los aburridos colonos de aquellas tierras pudieran disfrutar de su hobby favorito: la caza.
Austin sentía nostalgia de los placeres cinegéticos de su Inglaterra natal y pensó que sería buena idea liberar algunos ejemplares de conejo común (Oryctolagus cuniculus)… Terrible Error!
A pesar de la afición y de la puntería de los cazadores británicos de la época, los conejos liberados en Australia se encontraron en un paraiso con abundante vegetación y ningún depredador. Curiosamente, aquel británico aficionado a la caza llevaba una precisa contabilidad de las piezas abatidas y en sus libros podemos encontrar algo extraordinario. Tan solo siete años después, en 1866, en aquellas notas de caza el inglés, entre la arrogancia y la extrema meticulosidad, lucía con orgullo el haber cazado, nada más y nada menos, que 14.253 conejos.
Cincuenta años después las cifras empezaban a ser alarmantes: Más de 500 millones de conejos habían colonizado el 60% del territorio a una velocidad superior a 100 kilómetros por año. Nos encontrábamos ante uno de los peores desastres ecológicos en Australia.
La primera solución que se planteó fue levantar una valla de más de 1800 kilómetros con la esperanza de detener el avance de los conejos en su expansión hace los campos agrícolas del oeste de Australia.
Dibujo sobre la eficacia de la vallaDibujo sobre la eficacia de la valla
El resultado fue nulo ya que los conejos son excelentes excavadores y sobrepasaron sin muchos problemas las vallas que se fueron levantando a lo largo de Australia.
La siguiente idea fue introducir uno de sus más eficaces depredadores: el zorro. Uno de los elementos más destacados para el rápido avance de los conejos era la ausencia de enemigos naturales así que se pensó que la liberación en ese medio de sus más directos rivales mantendría a ralla su expansión.
Otro grave error puesto que una vez que el zorro se vio libre en aquellas tierras descubrió que otros pequeños marsupiales autóctonos eran mucho más fáciles de cazar que los escurridizos conejos. Otra mala decisión que puso en peligro otras especies.
El siguiente paso fue introducir la mixomatosis, una enfermedad vírica que afecta a los conejos con altas tasas de mortalidad. Tampoco funcionó. A pesar de que redujo la población de estos roedores, los conejos que sobrevivieron se multiplicaron nuevamente.
En 1995 Australia volvió a intentarlo con un segundo virus: La enfermedad hemorrágica del conejo que en apenas dos meses había terminado con 10 millones de conejos. Esta afección vírica parece que está empezando a dar resultados y tanto agricultores como ecologistas están contentos con los resultados puesto que solo afecta a los conejos.
En 2003, la enfermedad hemorrágica había reducido la plaga de conejos en Australia en un 85% evitando más de 500 millones de dólares australianos que la invasión estaba causando en daños cada año.
Aún así, a más de cien años de haber modificado considerablemente todo el ecosistema del continente australiano, todavía es pronto para cantar victoria puesto que no sabemos cúales serán los efectos de este virus a largo plazo. Introducir un agente infeccioso en una población tan amplia no es algo inocuo y puede volver a tener consecuencias en un futuro.