Una de las maravillas del Sistema Solar son los anillos de Saturno, el planeta que justamente se caracteriza por mantener en sus alrededores un vistoso cinturón de material espacial que, visto a la distancia, se observa como un ornamento cósmico invaluable, un distintivo que lo destaca por encima de otros cuerpos celestes.
En un ejercicio de imaginación que nos hace imaginar cómo se ve ese anillo desde el planeta que lo posee, Ron Miller, en el sitio io9, nos ofrece una serie de imágenes en los que superpone dicha formación a la Tierra.
Por ejemplo; en el Ecuador, los anillos se verían como una línea partiendo verticalmente el horizonte como podemos ver en la siguiente ilustración…
En nuestro caso, como bien sabemos, es posible que nuestro planeta sea uno de los menos afortunados en ese sentido. Otros tienen decenas de lunas, anillos, ciclos de rotación sorprendentes y otras cualidades que en poco o nada se asemejan a las de nuestro planeta, lo cual sin duda nos hace preguntarnos cómo sería si al alzar la vista en la noche nos encontráramos no con una sola Luna, sino, quizá, con 3 o 4, cómo sería si nuestros días duraran 10 horas terrestres como en Júpiter o 58 de nuestros días como en Mercurio.
Cerca del Trópico de Capricornio (por ejemplo, en Polinesia), la sombra de la Tierra afectaría la forma de los anillos.
En Washington (a 38° de altitud), los hipotéticos anillos terrestres serían un arco visible día y noche.
En las inmediaciones del Ártico (en Nome, Alaska, por ejemplo), los anillos destacarían por su intenso brillo, una suerte de elevación luminosa que daría tanta luz como una luna llena; igualmente serían visibles de día y de noche, siempre en el mismo punto.
En Guatemala la luz reflejada en el anillo haría más visible de lo usual el lado oscuro de la Luna.
Los dibujos de Miller, en este sentido, son un estimulante ejercicio creativo que viene acompañado, además, de una interesante explicación sobre el anillo de Saturno y la posibilidad de que la Tierra tuviera uno similar. De hecho, como escribe el autor, nuestro planeta alguna vez tuvo uno, como parte de la formación de la Luna. Cuando el planeta Thea impactó con la Tierra, el material resultante de la colisión estuvo orbitando en torno a esta última, hasta que eventualmente se convirtió en nuestro único satélite natural.
En el fenómeno estuvo implicado algo que se conoce como el límite de Roche, en honor del matemático francés Edouard Roche, quien en 1848 calculó que si un satélite natural sobrepasa determinada distancia de rotación con respecto al planeta orbitado, entonces este lo puede expulsar, en razón de la fuerza gravitacional implicada, esto porque la fuerza de atracción no es la misma siempre: es más intensa sobre el lado de la luna más cercano al planeta, y viceversa. En el caso de Saturno, el anillo se mantiene porque el material cósmico orbita justo en el límite de Roche.
Existen otras teorías al respecto, las cuales también explican por qué la Tierra no tiene un anillo o, dicho de otro modo, por qué pudo haberlo tenido.