Uno de los desastres más singulares del mundo tuvo lugar en el ámbito de una estampa idílica conformada por un lago, en las planicies del Camerún occidental, rodeado de montañas verdes.
El lago era bonito y no se distinguía de ningún otro lago en nada en particular. Su nombre era Nyos. Pero un día, sin previo avisó, explotó, y la explosión mató en pocos instantes a 1.700 personas.
La explosión de CO2
Situado en el costado de un volcán inactivo, el lago Nyos posee más de un kilómetro y medio de ancho y unos 180 metros de profundidad. El CO2 se filtra en el lago desde la capa de roca fundida del subsuelo, lo que lo transforma en uno de los únicos tres lagos saturados de este gas. Eso es lo que tiene de especial Nyos.
A las nueve de la noche del 21 de agosto de 1986, explotó de súbito y sonó como un trueno gigantesco que se oyó a kilómetros a la redonda. Tal y como explica John Withington en su libro Historia mundial de los desastres:
Fueron pocos los que vivieron para contarlo, pero un hombre relató que había oído algo similar a una explosión, que le hizo salir al exterior, y allí vio a todas sus vacas desplomadas en el suelo. Cuando volvió a entrar en casa, encontró muertas a su mujer y a su hija.
La nube abrasó tres aldeas que se encontraban a orillas del lago, y solo 4 de 1300 personas lograron sobrevivir en la propia localidad de Nyos. Hubo muertos hasta distancias de 25 kilómetros del lago.
Los hospitales se vieron enseguida desbordados de gente que tosía y sufría terribles picores en los ojos y la nariz; según los médicos, parecía como si se hubieran intoxicado con el gas de la cocina.
¿Que fue lo que pasó?
El problema no fue solo la explosión, sino el veneno que la gente empezó a respirar del aire, lo que también mató a cientos de miles de animales. Se trata de la erupción límnica más grave de la historia.
La conclusión, pasado el tiempo, fue que el agua había absorbido grandes cantidades de gas, y luego algún tipo de fenómeno (quizá un corrimiento de tierras, o simplemente una tormenta fuerte) había causado el desprendimiento de una enorme burbuja de dióxido de carbono, que es un gaso incoloro e inodoro, pero letal. El gas había revuelto el agua del lago, haciendo subir a la superficie las capas del fondo, ricas en hierro, y de ahí el color rojizo. Ese gas, más pesado que el aire, se había deslizado montaña abajo, cubriendo los dos valles adyacentes y asfixiando todo lo que se encontró a su paso.