Anticipando en décadas al surrealismo, la imponente mole del hotel Boulevard Atlántico se irguió, enigmática y solitaria, en medio de la nada, entre los médanos y pastizales de Mar del Sud.
El edificio, al que sin duda Borges hubiera calificado de insensato, fue terminado de construir en 1890, luego de que un grupo de ingenieros alemanes y financistas argentinos, agrupados en el Banco Constructor de La Plata SA, decidió fundar el Balneario Mar del Sud, en el partido de General Alvarado. A causa de la debacle financiera que sucedió al crac del 90, el banco quebró dejando como herencia el flamante hotel, edificado en medio de un pueblo existente sólo en los papeles e imaginado como alternativa a la ya pujante Mar del Plata.
Los albañiles, herreros y carpinteros desaparecieron, las obras quedaron paralizadas, el ferrocarril tan anhelado nunca llegó, y el hotel, sin pasajeros, sin turistas, sin personal y sin muebles, quedó como un ignorado monumento a la soledad durante muchos años. Cerca de Miramar, este hotel construido en 1887 ahora es un fantasma del pasado.
Su debut posterior no fue, ciertamente, promisorio, ya que a sus primeros ocupantes se los podría calificar como involuntarios: entraron por primera y última vez alzados por sus deudos. En otras palabras, estaban muertos…
La cosa, según se cuenta, fue así: en 1891, por razones no del todo claras, un grupo de inmigrantes judíos, inicialmente destinados a poblar las colonias santafecinas surgidas por iniciativa del barón Hirsch, fue trasladado transitoriamente a Mar del Sud. El obrador del hotel había sido más o menos acomodado para el alojamiento del desconcertado grupo, que se instaló como pudo en la precaria construcción. Pero la suerte insistía en ser esquiva.
Un furibundo tornado azotó esa misma noche la zona, devastando las frágiles instalaciones y causando la muerte de algunos de los recién llegados. La tormenta duró una semana, y hasta tanto tomó conocimiento la autoridad competente, los cadáveres fueron depositados en el sótano que aún existe bajo el comedor del hotel. Las víctimas fueron luego enterradas en las barrancas del arroyo La Tigra, distante unos 200 metros. Los sobrevivientes fueron finalmente trasladados a su destino inicial, quedando sólo las mentas del malhadado episodio.
El hotel fue posteriormente rematado, y sus adquirentes decidieron habilitarlo como tal en 1904. Dícese que el público inicial se componía, principalmente, de empleados jerárquicos del ferrocarril y de familias que poseían campos en la zona. El acceso era difícil -hoy casi podríamos verlo como turismo aventura-, el clima salvaje, y afuera del hotel (y adentro también, suponemos), las posibilidades de diversión eran modestas: algunos juegos de salón, cancha de bochas, cabalgatas, cacerías de perdices, caminatas por los médanos y, desde luego, aire, sol y mar.
Para los intrépidos que se internaban en las procelosas ondas oceánicas, el establecimiento había dispuesto la construcción de casillas de madera en la playa, para calzarse los trajes de baño de lana y volver a vestirse como corresponde para pasar al comedor. ¿El menú? Fiambre, sopa, plato principal, segundo plato, postre y café.
Por la noche, la vestimenta era más formal aún. No podía compararse el ambiente, desde luego, con el incesante y competitivo desfile de modas marplatense, pero sí mantenía un buen tono que nadie osaba alterar.
Y así, durante muchos años, el hotel Boulevard Atlántico (o Atlantic, como algunos pretenden) se constituyó en algo así como una clave para iniciados, un secreto del que no podía participar cualquiera.
Mar del Sud, finalmente, nació a su vera. De a poco fue creciendo, hubo almacenes y bares poblados al principio por una clientela mitad paisana y mitad veraniega. Llegó la luz eléctrica, la iglesia, se hizo el bulevar legendario, y brotaron hosterías, hoteles, restaurantes y locutorios.
Pero el hotel conservó siempre su núcleo de fieles, especialmente grupos familiares numerosos y alegres que seguían llegando a través de los años con conmovedora fidelidad.
En épocas más recientes los recién llegados podían dividirse en dos grandes sectores. Estaban aquellos que trasponían la entrada, y luego de somera inspección se marchaban para siempre, y estaban también quienes sucumbían al encanto decadente de los altísimos y descascarados cielos rasos, no se arredraban ante imprevisibles e inoportunos cortes de luz, y consideraban un aliciente no cuantificable pecuniariamente el dormir en las blancas camas de hierro tipo hospital que amoblaban las vetustas habitaciones. Y más… ¿Cómo no mencionar los patios circundados de galerías de baranda enrejada, donde aún están las espléndidas palmeras de 115 años, que ya sobrepasan los techos? Y a Albertina, la elegante señora que vivió sus últimos años en el hotel, y allí murió, de la que perduran en el salón los ecos de los valses y mazurkas que lograba arrancar al claudicante piano.
Parecería verse aún su blanca silueta esfumada al amparo de su infaltable sombrilla. En las tardes, Albertina solía instalarse en un pequeño pabellón del mismo hotel, y allí ejercía una módica y complaciente clarividencia, confeccionando previsibles y alentadores horóscopos para las niñas ansiosas por conocer el destino de sus romances playeros.
La mole neoclásica se mantiene en pie, su melancólico perfil persiste. Pero, ay, no funciona ya como hotel. Los siempre crecientes costos de refacción y mantenimiento no pueden ser cubiertos por las entradas veraniegas. El incendio de la cocina, en 1993, fue el golpe de gracia que determinó su cierre.
Pero, afortunadamente, hay quien lucha contra el destino que parece ensañarse con los desvencijados muros. Su actual propietario, Eduardo Gamba, toda una institución marsudense, imagina con empeño posibles atajos que salven al Boulevard Atlántico de un destino que parece inexorable. Consiguió, hace ya algunos años, que la mole fuera declarada lugar de interés histórico por la Municipalidad de General Alvarado.
Consagrado a eternos trabajos de refacción y mantenimiento, ha logrado habilitar el gran comedor como escenario para shows, fiestas y acontecimientos, además de ofrecer proyección digital de películas y comandar visitas guiadas para todos aquellos que buscan conocer historias y leyendas acumuladas a lo largo de un siglo que ya se fue.
Muy bueno …. me gustaría conocer este sitio y ver de cerca la historia de este lugar…. ya veremos
Edgardo: desde Miramar, por la Av. de la estación, hoy terminal de ómnibus se toma el camino a Mar del Sur, son solo 18 Km.
Que sean unas lindas vacaciones. Animate!!!
Dicen que a Mar del Sur se lo ama o se lo odia. Hace 40 años que voy allí. Agreste, tranquilo; mis 4 hijos se divertían en total libertad por lo seguro que era. En la actualidad, en invierno, suceden robos a casas de veraneo que cada vez son más ampulosas. O rateros que se llevan tubos de gas, garrafas, bombeadores, etc. Pero sigue manteniendo su tranquilidad, su armonía con la naturaleza. Sigue siendo impagable pasar el verano allí.
He visto diferentes fases en la actividad del hotel: recuerdo una noche que fui al «cine» con mis hijos que eran chicos y adentro volaban los murciélagos. Fue un poco impresionante pero me causó gracia.
También recuerdo cuando iban valientes turistas.
No puedo olvidar el negocio de Sanchez, «La Canoa», vendía desde pianos hasta pelelas y era la «usina» de rumores y chismes del lugar, ya no está y lo extraño.
Por último cuento que siempre paso por la vereda de enfrente del hotel porque me gusta mirarlo, me parece ver revolotear los murciélagos sobre sus techos.
Los murciélagos son parte de la naturaleza de mar del sud, si se eliminaran se produciría un desequilibrio natural, le da un toque tenebroso al hotel lo que atrae a turistas y aficionados a las películas de terror. No se si sabias Susana que el hotel va a ser restaurado, estuve con su dueño y me mostró los planos. Un fideicomiso de la plata se hace cargo, se va a construir un shooping detrás del hotel. Lo único que se va a conservar son las molduras del frente para que no pierda el estilo colonial de la época. Yo paso casi todos los fines de semana allá y es impagable!