Enigmas : El Príncipe de San Severo

Raimondo di Sangro, príncipe de Sansevero fue un excéntrico, filósofo, astrónomo, poeta, escritor, guerrero, inventor, mago, científico y alquimista. Un precursor de los tiempos, un científico loco, un genio, un malvado hechicero. El personaje más misterioso de la italiana del siglo XVIII.

¿Quién era este hombre rico que, en lugar de dedicarse a los pasatiempos típicos para los nobles de su época, como la caza y el juego, optó por sumergirse en la lectura de los textos alquímicos encerrado durante largas horas en su estudio, para luego llevar a cabo experimentos hasta entonces desconocidos? ¿Por qué convirtió la simple capilla familiar en una especie de Rennes-le-Château? – En Nápoles, hay quienes todavía hacen la señal de la cruz cuando escuchan su nombre.

La historia de Raimondo de’ Sangro

Raimondo de’ Sangro, Duque de Torremaggiore y VIIº Príncipe de San Severo, Grande de España, nació en la localidad italiana de Torremaggiore (Foggia, Nápoles), feudo de su padre, el 30 de enero de 1710, y falleció en la ciudad de Nápoles el 22 de marzo de 1771 a la edad de 60 años. Sus abuelos paternos fueron Paolo IV de’ Sangro, 6º Príncipe de San Severo, Grande de España y Caballero del Toisón de Oro, y Gerolama Loffredo. Sus padres fueron: Antonio de’ Sangro y Cecilia Gaetani dell’Aquila d’Aragona, Duques de Torremaggiore.

Este gran aristócrata italiano fue un esoterista, inventor, anatomista, militar, escritor, académico y masón fuera de serie; una especie de genio del «settecento» napolitano y europeo, autodidacta y curioso de todo que pasó su vida investigando, inventando, escribiendo y obrando verdaderos «milagros» con sus descubrimientos. Hombre poseedor de una cultura muy superior a la media, se elevó por encima de sus iguales, esos grandes nobles napolitanos y sicilianos de rimbombantes e interminables títulos que conformaban esa vetusta y endiosada aristocracia partenopea, considerada en el resto de las cortes de Europa como extravagante, necia, bruta, viciada, corrupta e ignorante.

Su madre falleció cuando Raimondo apenas computaba 1 año de vida (diciembre de 1710). El padre de nuestro personaje, que distaba mucho de ser un ejemplo a seguir, fue sin duda una buena muestra de esa nobleza napolitana tan denostada; Antonio de’ Sangro, Duque de Torremaggiore, superficial y libertino, se había encaprichado de una joven de San Severo a la que pretendía convertir en su amante. Sin embargo, al oponerse el padre de la doncella, el duque mandó asesinarle en un arrebato de furia. Señalado como el mandatario del asesinato de Nicola Rossi, alcalde de San Severo y padre de la muchacha, el duque no tuvo más remedio que huir a Viena donde se convirtió en un amigo íntimo del mismísimo emperador Carlos VI de Austria, y desde allí siguió protestando con vehemencia de su inocencia.

Siendo muy dada a dejarse corromper, la justicia napolitana archivó finalmente el caso y Antonio de’ Sangro pudo regresar a sus tierras sin inquietarse. Sin embargo, el duque no tardó en vengarse de su principal acusador mandando que lo asesinasen. Tras cometer semejante error, Antonio de’ Sangro tuvo que huir nuevamente para evitar la cárcel. Su fuga acabaría en Roma, pidiendo asilo al Vaticano; haría luego los votos y se retiraría en un convento para expiar sus crímenes de sangre.

A la corta edad de 10 años, fue enviado por sus abuelos paternos a la Escuela de los Jesuitas de Roma, donde permaneció hasta cumplir los 20, adquiriendo una sólida formación y grandes conocimientos en casi todas las materias gracias a su entusiasmo en los estudios. Apasionado de heráldica y de geografía, que dominaba como nadie, estudió retórica, filosofía, lógica, matemáticas y geometría, ciencias, física, griego, latino, hebreo y alemán. Sus grandes aptitudes y su genialidad fueron prestamente apreciadas por sus profesores, tanto que, para una representación escolar, en la cual se trataba de desmontar rápidamente un palco de teatro para dar lugar a un espacio requerido para los ejercicios de equitación en platea, consiguió superar a los ingenieros y técnicos llamados a resolver el problema «inventando» un palco que, con ayuda de un mecanismo, desaparecía en pocos minutos.

El Príncipe Alquimista

En 1729, al fallecer su abuelo paterno, Raimondo de’ Sangro hereda el título de príncipe de San Severo y el de duque de Castelfranco, de Castelnuovo, de Casalvecchio di Puglia entre otros feudos señoriales. A la edad de 20 años, en 1730, el príncipe abandona Roma y la Escuela de los Jesuitas, a los que guardará cierta antipatía, para regresar a su palacio de la piazza San Domenico de Nápoles. El mismo año casaría por procuración con una prima de catorce años de edad, a la que estaba comprometido con anterioridad por obra y arte de sus abuelos paternos: Carlotta Gaetani dell’Aquila d’Aragona. Sin embargo, ambos no se conocerían hasta seis años después de su matrimonio (1736), ya que Raimondo, destinado a Flandes, estaría largo tiempo ocupado en las guerras que se libran en Europa. Para su boda, el príncipe encargó al compositor Pergolesi una serenata que, por desgracia, tuvo que ser completada por un pupilo del músico al fallecer éste repentinamente.

Experto en el arte militar, Raimondo de’ Sangro fue ascendido a coronel del Regimiento Capitanata en 1744, distinguiéndose valerosamente en la batalla de Velletri contra los austríacos del General von Lobkowitz, liberando de paso la ciudad ocupada. En aquella época de guerras, se volcó en el diseño de fortificaciones novedosas y en estrategias militares que fueron muy aplaudidas por el rey Federico II de Prusia. Autor del «Vocabulario del Arte Militar de Tierra» (que le costó 8 años de redacción) y de un «Manual de Ejercicios Militares para la Infantería», ambos muy apreciados por Federico el Grande, también redactó varios tratados sobre las fortificaciones militares. A esto debemos añadir su invención de un fusil de disparo rápido (de recarga rápida y que podía disparar con aire comprimido o con pólvora indistintamente), y el diseño y construcción de una carroza anfibia que, para mayor estupor de los napolitanos, vieron avanzar por las aguas del puerto sin hundirse.

Perteneciente al cenáculo ilustrado del monarca de la Casa de Borbón, Carlos VII de Nápoles y de Sicilia y de su esposa la reina Maria-Amalia de Sajonia (hijo y yerna del rey Felipe V de España y de Isabel de Parma), formó parte de la primera hornada de caballeros de la distinguida aunque nueva Orden de San Genaro (cruz de la orden en la ilustración contigua) entre los sesenta caballeros blasonados, creada para asegurarse la fidelidad y apoyo de la aristocracia partenopea. Agradecido, Raimondo de’ Sangro le regaló al rey un tejido impermeable de su creación para usarlo en sus trajes de caza y para las batidas; el presente, considerado toda una novedad revolucionaria en la época, fue muy apreciado por Carlos VII, quien mandó confeccionar sus casacas con dicha tela impermeable.

Pero, más allá de su carrera militar y de su posición en la corte de Carlos VII, del cual era consejero privado, el Príncipe de San Severo ampliaba sus horizontes y expectativas. Pronto se le invitó a formar parte de la antigua cofradía de los Rosacruces, que le iniciaron en los antiguos ritos de la alquimia o «Ars Regia», secreta herencia de los antiguos sacerdotes egipcios transmitida a sus discípulos. Perteneciente a la Academia de Ravvivati bajo el seudónimo de «Precipitoso», se une también a la Academia della Crusca con el nombre de «Esercitato», ocupado en estudiar en profundidad la química, la alquimia y las ciencias esotéricas, para luego hacerse francmasón y formar parte de la Logia de Montesquieu. Al mismo tiempo se dedica a la edición e impresión de obras suyas y ajenas de claras influencias masónicas, que se ocupará en hacer circular desafiando a las autoridades eclesiásticas, desde los sótanos de su palacio napolitano; de hecho, inventará una imprenta capaz de imprimir en varios colores de una sola vez.

De la imprenta secreta del príncipe saldría un libro traducido del francés al italiano «el Conde de Gabalis», del Abate Villars de Montfaucon que, por su alto contenido esotérico llevó al príncipe a ser denunciado por los jesuitas ante las autoridades clericales. Se vió obligado a negar que la tipografía hubiera salido de su imprenta con su beneplácito.

Pese a las dificultades y a los riesgos de verse perseguido, Raimondo continuó difundiendo libros prohibidos y condenados por la Iglesia como «El Viaje de Ciro» del escocés Michael Ramsay (francmasón inscrito en la Logia de Montesquieu), que influyó hondamente en la nobleza partenopea y provocó que muchos de sus miembros se hicieran fervientes seguidores de los Iluminati.

La Capilla de La Piedad y la Masonería

En 1744, el príncipe de San Severo pone en marcha la restauración de la capilla familiar contigua a su palacio; construída en el siglo XVII (1613) por su antepasado el Arzobispo de Benevento (Cardenal Alessandro de’ Sangro), destinándola a ser la última morada de los miembros de la familia principesca, es considerada como su obra magna, y popularmente conocida entonces como la «Pietatella» o «Capilla Sansevero». Los trabajos de la Capilla de Santa María de la Piedad, muy onerosos, supondrán al príncipe una auténtica fortuna que le llevará a alquilar algunos espacios de su palacio napolitano para montar garitos de juego clandestinos con el fin de resarcirse de sus gastos. Llegaría incluso a alquilar su palco del Teatro de San Carlo… Por ese mismo motivo sería más tarde arrestado y recluído varios meses en la cárcel de Gaeta, por orden del ministro Tanucci.

Pese a esos contratiempos, las obras proseguirían con su influencia masónica y sus alegorías esotéricas, siendo una obra maestra del barroco tardío napolitano. En ese templo sobresaldrían sobretodo las esculturas del «Cristo Velado» (pieza central del templo y obra de Giuseppe Sanmartino) y de «el Desengaño», cuyas técnicas y realizaciones siguen maravillando y sorprendiendo al visitante, permaneciendo el misterio de cómo se pudieron realizar los vaciados y drapeados etéreos en un solo bloque homogéneo de mármol. Se sabe que, gracias a sus conocimientos de alquimia y a un descubrimiento fortuito, el príncipe dio con una fórmula capaz de ablandar el mármol, hacerlo maleable y conseguir su traslucidez. ¿Compartió pues su secreta invención con el escultor Sanmartino, para realizar la impresionante escultura del «Cristo Velado» y la del «Desengaño», cuyos asombrosos resultados podemos comprobar hoy día? En cualquier caso, las asombrosas esculturas parecen hablar de la razón del hombre, de su desengaño y de su liberación de la falsa verdad.

Se asegura, por otro lado, que el templo fue erigido sobre otro más antiguo dedicado a la diosa egipcia Isis durante el Imperio Romano.

El año de 1735, Raimondo de’ Sangro había entrado en la logia «la Perfecta Unión» y publica en 1746 su tratado masónico «Liberi Muratori» (con el que pretende dar su propia versión de la masonería, concebida como una entidad universal, cosmopolita y fuertemente esotérica, de inspiración templaria pero alejada del poder, tanto político como religioso, y con sus grados a imagen y semejanza del antiguo rito escocés) convirtiéndose en hermano francmasón de la primera logia napolitana, bajo el nombre de «Rosa d’Ordine Magno», fruto de su propio anagrama. En pocos años, fruto de su gran cultura y de su abnegación, escala la jerarquía hasta convertirse en el «Gran Maestro» de todas las logias napolitanas, a las que unifica bajo un solo rito universal (1750). Sus actividades serían seriamente amenazadas por la Curia Vaticana, y sobretodo denunciadas por los Jesuitas, principales enemigos de los francmasones.

Tras haber evitado, gracias a la intervención del rey Carlos VII en persona, la instauración en Nápoles de un tribunal del Santo Oficio, el príncipe intentó convencer al monarca Borbón para que se afiliara a la masonería. La maniobra, sin embargo, no llego al objetivo deseado y, en 1751, después de que el papa Benedicto XIV hubo renovado la excomunión a todos los miembros pertenecientes a la cofradía francmasona con la bula «Providas Romanorum Pontificum», Carlos VII, con fines de evitar una guerra contra Roma, decide publicar un edicto con el cual proclama el cierre de todas las logias napolitanas y las condena a ser expulsadas del reino. Para evitar mayores castigos y penas a los afiliados, el Príncipe de San Severo, tras haber abjurado, es convencido para facilitar al monarca el elenco de los iniciados. Con semejante acto, Raimondo de’ Sangro violaba conscientemente el secreto de la masonería, ganándose asi la «damnatio memoriae» por parte de los hermanos masones de la cofradía universal, pero salvando, aparte de la suya, todas las cabezas de los afiliados de las logias partenopeas, víctimas al fin y al cabo, de una «solemne admonestación» por parte del soberano quien no alberga, en ningún caso, la intención de encarcelar y decapitar a más de la mitad de su corte.

En esa misma época, se descubrían las ruinas romanas de Herculano, Pompeya y Paestum, que bajo el patronato real dieron auge a la arqueología, y a la recuperación y preservación de dichos restos que aún prosiguen a día de hoy. Fruto de esos hallazgos arqueológicos nació el neoclasicismo y se rescataron los antiguos valores morales y democráticos romanos propios de la ideología de los francmasones a los que hacen referencia.

Cuando en 1759 el rey Carlos VII tuvo que abandonar el trono napolitano para hacerse cargo del español (como Carlos III de España), dejado vacante tras la muerte de su medio-hermano Fernando VI, cedió las dos coronas (Nápoles y Sicilia) a su hijo Fernando IV, menor de edad, demasiado religioso y de escasísimas luces, la vida del Príncipe de San Severo tomó un giro inquietante. Habiendo perdido la ilustre protección de su amigo Carlos VII, se vio a merced de las represalias del Ministro de la Casa Real, el marqués Bernardo Tanucci, que veía en él ( injustamente ) a un enemigo del reino a causa de sus simpatías por el rey de Prusia, Federico II. Tanucci le envió a la cárcel de Gaeta durante unos meses… hasta que intervienen en su favor su esposa la Princesa Carlotta y numerosos a la par que poderosos amigos suyos.

Pero Tanucci no cejó en su empeño de ir contra el Príncipe de San Severo y hundirle. En 1764, el ministro comunicaba por correo al rey Carlos III de España, que las deudas de Raimondo de’ Sangro, duque de Torremaggiore y príncipe de San Severo llegaban a los 220,000 ducados. Fue ese año el escenario de una espantosa carestía de alimentos que causaría doscientas mil muertes en todo el reino (en Nápoles se registraron nada menos que 30,000 muertes). También ese año el príncipe de San Severo casaba a su heredero Vincenzo de’ Sangro con la princesa Gaetana Mirelli, hija del Príncipe de Teora, que traía consigo una enorme dote que le permitirá a Raimondo saldar sus colosales deudas y disponer de un discreto estipendio mensual.

Para homenajear a su nuera, el príncipe hizo venir a Nápoles un piquete de honor constituido por sus propios feudatarios de Puglia; se trataba, en realidad, de una cincuentena de personas que endosaron una especie de uniforme con armamento a juego. Fue la enésima excusa que encontró el Marqués de Tanucci para arremeter otra vez contra el Príncipe de San Severo, acusándole de «invasión armada» de la capital napolitana. Otra vez encarcelado en Gaeta y falsamente acusado, fue liberado poco después por sus familiares y amigos que intercedieron en su favor.

Fuente de la Historia : Retratos de la Historia

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