Los académicos retoman el trabajo para liberar los secretos de una misteriosa civilización medieval relacionada con Persia en el límite del ártico siberiano.
Las 34 someras tumbas excavadas por los arqueólogos en Zeleniy Yar arrojan muchas más preguntas que respuestas. Pero una parece clara: Este remoto lugar, a 29 kilómetros del Círculo Polar Ártico, era un cruce de rutas comerciales de cierta importancia hace aproximadamente un milenio.
La necrópolis medieval incluye 11 cuerpos con los cráneos destrozados o desaparecidos, y esqueletos machacados. Se hallaron cinco momias, envueltas en cobre, junto con elaboradas pieles de reno, castor, glotón u oso. Entre las tumbas sólo hay una femenina, infantil, su cara cubierta con láminas de cobre. No se han encontrado mujeres adultas.
En las cercanías se han encontrado tres momias infantiles con máscaras de cobre, todas masculinas. Fueron atadas con cuatro o cinco aros de cobre, de varios centímetros de grosor.
De similar modo, un hombre pelirrojo fue hallado, protegido desde el pecho hasta los pies con láminas de cobre. Junto con su cuerpo, había un hacha de mano hecha de hierro, pieles y una hebilla de bronce representando un oso. Los pies de los difuntos señalan hacia el río Gorny Poluy, lo que se interpreta como un hecho de significado religioso. Los rituales de enterramiento son por ahora desconocidos.
Los objetos hallados incluyen cuencos de bronce originarios de Persia, a unas 3.700 millas al suroeste, fechados entre los siglos X-XI d.C. Uno de los enterramientos data de 1282, de acuerdo con un estudio de dendrocronología, mientras que otros se consideran más antiguos.
Los investigadores encontraron junto a una de las momias de adulto un cuchillo de hierro para combate, un medallón de plata y una figurita de bronce con forma de pájaro. Estos objetos se datan entre los siglos VII y IX d.C.
A diferencia de otras necrópolis en Siberia, como las situadas en el permafrost de los montes Altai, o como en el caso de los faraones egipcios, en esta ocasión la momificación no ha sido intencional, sino que su preservación hasta la actualidad ha sido accidental. El suelo en este lugar es arenoso y no está permanentemente congelado. La combinación de uso del cobre, que previene la oxidación, y una caída de las temperaturas en el s. XIV, son responsables de la conservación de los restos.
Natalia Fyodorova, del área de los Urales de la Academia Rusas de las Ciencias, declaró: «En ningún lugar del mundo hay tantos restos momificados localizados fuera del permafrost o de zonas cenagosas.»
«Se trata de un yacimiento único. Somos pioneros en todo el proceso desde retirar los objetos del suelo arenoso (lo que no se había hecho con anterioridad) hasta finalizar con la posibilidad de realizar investigaciones más profundas.»
En 2002, los arqueólogos se vieron obligados a detener los trabajos debido a la oposición de los habitantes de la península de Yamal, una tierra de renos y rica en energía conocida por sus moradores como «el fin de la tierra». Los expertos estaban molestando a los espíritus de sus ancestros. En cualquier caso, el trabajo está en marcha de nuevo, incluyendo un estudio genético de los restos dirigido por Alexander Pilipenko, investigador del Instituto de Citología y Genética, del área siberiana de la Academia Rusa de las Ciencias.
Fyodorova sugiere que el aplastamiento de los cráneos debió realizarse al poco de la muerte «para proporcionar protección frente a misteriosos hechizos que se creía emanaban de los fallecidos».
Con los nuevos trabajos los arqueólogos esperan conseguir nuevas respuestas.